domingo, junio 01, 2008

LA VIDA QUE PASA


La mañana era soleada con viento de nordeste que hacía temblar ligeramente las hojas de los árboles. El mar en la bahía ofrecía su manto azul oscuro mientras las aguas se ondulaban ligeramente con el soplo de la brisa. La primavera lucía todo su esplendor y las plantas del paseo brotaban con colores diversos, animando la vista, y haciendo que el calor de la época quedara un tanto mitigado por ese viento que invitaba a estirar las piernas en la playa cercana.

Abrió la portilla de la Residencia y entró al jardín. Allí la vio. Estaba agachada atendiendo un rosal. Había quitado unas hierbas que crecían junto a su tallo y ahora prestaba atención a unas rosas que ya estaban a punto y que dentro de unos días, si no se cortaban, empezarían sus pétalos a arrugarse y a morir lentamente.

Entonces la oyó. Estaba hablando. Era un monólogo, una conversación:

-...Sí, estoy de acuerdo, ahora subo a ducharme y luego vamos a dar un paseo como en los viejos tiempos, ¿te parece bien?

El recordaba su cuerpo menudo, pero lleno de gracia, su mirada inquieta con aquellos ojos de color verde inexpresivo, pero que relucían tras sus pestañas oscuras, su nariz pecosa, la boca con aquella sonrisa que siempre afloraba en sus labios, el cuello tan lindo que siempre había llamado poderosamente su atención y toda su figura que se estiraba ante la sombra que proyectaba por el suelo y que hacía que aunque cerrara los ojos siguiera pensando en ella.

Volvió a oir su voz de nuevo en aquella charla con un personaje invisible.

-Si no te parece mal podíamos ir a la playa, a pasear a la orilla de las olas. ¿Sabes? me gustaría mojar mis pies en el agua. ¡Hace tanto tiempo que no vamos!.

Al escuchar esas palabras un nudo atenazó su corazón y sin poder evitarlo volvió al pasado, a esos recuerdos que guardaba celosamente. ¡Sí!, aún recordaba aquellos momentos en que había paseado con ella bajo el sol del verano, tomados de la mano, mientras las olas llegaban a besar sus pies y a dejar en ellos esa caricia intermitente que producía la resaca.

Parecía como si al escuchar ahora su voz, el tiempo hubiera retrocedido y se encontrara de nuevo viviendo aquellos momentos. ¡Cuánta felicidad contenida en aquellos días!, ¡cuánta paz vivida y compartida en esos minutos eternos!, pero su voz seguía ahora en el presente y ella estaba allí, y seguía charlando.

-...Luego, por la tarde, después de comer, podemos ir a dar un paseo hasta la Barra. Así pasamos por la Capilla y dejamos estas rosas que he cortado ahora a la Virgen. La rezamos una Salve y nos vamos a ver la puesta del sol desde el Faro, ¿te apetece la idea?

Hubiera querido contestarla, decirla que sí, que estaba de acuerdo. Que le gustaría ir a dar ese paseo por la playa, notar cómo las olas venían a su encuentro y llevarla de la mano hasta buscar un abrigo al amparo de las rocas para desde allí aspirar el salitre marino y mirando aquel cuadro tan bello poder abrazar su cuerpo y sentir más cercano aún el latido de su corazón.

También habría aceptado ir por la tarde a dar ese paseo hasta la Barra, pasar por la Capilla, rezar a la Virgen y luego subir a lo alto, hacia ese Faro, para desde ese lugar de privilegio poder contemplar cómo el cielo iba adquiriendo el tono carmín del ocaso hasta que el sol desapareciese poco a poco en el horizonte fundiéndose con ese mar como si tratara de dormirse entre sus aguas.

Pero todo era un sueño. El estaba allí porque ella le necesitaba y la seguía amando. Se acercó a ella y la saludó.

-Buenos días Lucía, ¿trabajando en el jardín?

-Hola Pedro. Estaba cortando unas rosas para luego, si Juan tiene tiempo en la tarde, llevarlas a la Virgen, aunque no sé, pues me gustaría también que me llevara a dar un paseo a la playa ahora, antes de comer.

-Sí, sería buena idea.

-Por cierto, ¿has visto a Juan?, salió a buscar el pan y la prensa, pero aún no ha vuelto y me está preocupando un poco.

-No Lucia, no le he visto, pero no te preocupes, volverá pronto ya lo verás.

-Eso espero, pues si no llega enseguida se nos hará tarde y hoy, hace un buen día.

-Sí, es cierto, sopla el nordeste y así el tiempo está asegurado, sin peligro de nubes y de lluvia.

-Tienes razón Pedro.

Ella se quedó en silencio y él tampoco se atrevió a romper ese momento con sus palabras. Siguió mirando cómo tomaba una rosa en sus manos y después de acariciar sus pétalos con mimo, como si fuera algo sagrado, cortaba con una tijera el tallo de la misma depositándola en una cajita donde había otras ya.

De la casa salió una enfermera que se acercó a donde estaban.

-Vamos Lucía, ya es la hora de comer. Luego en la tarde puede seguir con las rosas si quiere.

-Pero es que las estaba cortando para llevarlas a la Virgen con Juan en la tarde, después de comer.

-Sí, pero ahora debe comer y luego ya veremos si es posible hacer ese paseo, además debe descansar, ya sabe lo que le ha dicho el médico.

-Es cierto, lo había olvidado. Últimamente me olvido mucho de las cosas. ¿Tengo que tomar la pastilla?

-Sí, pero no se preocupe, ya se la daremos después de comer.

-Bueno Pedro, hasta otro rato, cuídate mucho y dale recuerdos a tu familia.

-Hasta mañana Lucía, y que disfrutes con Juan del paseo en la tarde.

Vio cómo la enfermera la ayudaba a incorporarse y cómo la llevaba del brazo para la Residencia. La vio partir como cada día antes de comer. Volvió al paseo y se acercó a la orilla del mar a contemplar todo aquel espectáculo sin darse cuenta de que no estaba mirando a nada en particular. Su mirada se perdía en el tiempo, retrocedía en la distancia de ese reloj de la vida mientras una lágrima rodaba por su mejilla sin que pudiera evitarlo.

Algunas veces se preguntaba quién sería ese Juan que ella citaba y por qué le confundiría a él con la otra persona, pero ya estaba acostumbrado a seguirle la corriente. Hacía mucho tiempo de esto, pero lo triste es que un día ella despertó llamando a Juan y desde entonces ese nombre había estado siempre en su boca, mientras que él, que la había amado tanto, que había compartido con ella tantas cosas ahora era solamente un espectador en su vida y el testigo mudo de su enfermedad.

Rafael Sánchez Ortega ©
04/06/05

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola
que interesanteee tu escrito me hizo pensar por un momento que era el tiempo actual cuando solo era una pensar....
a veces ocurren cosas que a veces las imaginamos tanto y escapan de la realidad, prefiero soñar para realizar es una forma de pensar

un abrazooooooo¡¡¡¡

Anónimo dijo...

Mezcla profunda, de amoe y regocijo
encuebtro cuando escribes asi como cuando callas,un afectuoso abrazo.