miércoles, febrero 25, 2009

¿DÓNDE ESTÁS AMOR...?




Era una tarde de Febrero y el invierno languidecía, a medida de que los días avanzaban, y las tardes eran más largas. Yo imaginé a esa figura conocida avanzando por la ribera que rodea la parte baja de la Iglesia, por ese paseo encantador que recoge el atardecer y la subida y bajada de la marea.

Y la imaginé con su paso inconfundible, con su figura de mujer y madre, con el peso reciente en sus espaldas, con su bolso a cuestas y con esa mirada que se perdía, a veces, en el horizonte, y otras buscando el reflejo del sol que también se estiraba en las aguas de la rìa.

Era una chica joven, una mujer de edad indeterminada, su figura era linda, su rostro dulce y el pelo revuelto, su cara... ¡Si, su cara reflejaba algo más que ocultaba muy adentro!

Su vida no se diferenciaba de otras muchas que pasaban a mi lado, de las que tropezamos cada día en la calle, en el supermercado, en la cafetería, en el trabajo y en tantos y tantos sitios.

Pero era a ella, precisamente a ella, a quien la desgracia había señalado y llamado una noche ó mejor una mañana, cuando al despertar en su cama y estirar el brazo para acariciar al ser amado, se encontró con un ser inerte, con alguien que no respondía a sus caricias, con un ser inanimado y que había partido de viaje. ¡Un viaje sin retorno, un viaje sin anunciar, un viaje a ninguna parte!

Aquella mañana empezó para ella una nueva vida, sin darse cuenta. Los primeros momentos fueron de confusión, de perplejidad, de llamadas a familiares, a los amigos, a los compañeros para decirles lo que había pasando y todo sin darse ella verdadera cuenta, de que se estaba convirtiendo en protagonista de una escena, de una nueva vida, que a partir de ese momento empezaba para ella.

Y así fue; pasadas las primeras horas y a medida que los días iban transcurriendo, ella fue entrando en la conciencia plena de la ausencia del ser querido, de aquella persona con la que había compartido su vida, de la que habìa amado y formado una familia, con el ser que ocupaba el centro de su vida, con el compañero de ese viaje, que tantas veces había reído a su lado, la había abrazado y habìa sentido el suave roce de sus besos en la cara.

Ya no estaba el ser amado, habìa partido ó el destino le había arrancado cruelmente de su lado una noche, sin aviso, sin dejarle preparar las maletas, sin siquiera dejarla un beso y un abrazo.

Y ella estaba allí en esta tarde, paseando sin rumbo en la ribera, mirando al horizonte donde se alzaban las montañas majestuosas y observando el reflejo de ese sol que navegaba entre las ondas de la rìa, como ellos navegaron muchas veces a pescar esos peces que luego limpiaban y freìan entre risas y bromas.

Por eso no podìa impedir que una lágrima traidora bajara de sus ojos, ni podía impedir ese grito que salía de su pecho, ni podìa evitar la rabia ante la vida y el destino que le había arrebatado lo que más amaba, lo que más apreciaba y al ser con el que compartìa todos sus momentos, sus pequeñas anécdotas y vicisitudes en esas jornadas que ya nunca volverían.

Por eso tenía que gritar en medio de esa soledad, por eso buscaba aquel lugar tranquilo, bajo los pinos y junto al paseo, por eso llevaba en su bolso aquel cuaderno que sacó al sentarse en un banco y por eso, tomando el bolígrafo, empezó a escribir estas palabras...

"¿Dónde estás amor...?"

Yo pude leer por encima de su hombro aquellas letras, pude robar aquellos signos mágicos que pedían una respuesta, pude ver la tristeza que salía de aquel alma destrozada y pude rozar, con la brisa del nordeste, el alma noble y solitaria de aquella mujer, aquella madre y pronto abuela, aún joven que, sentada en una tarde, pedía una explicación a un suceso que había pasado unos meses atrás, aunque sabía de antemano, que el silencio sería la única respuesta.

Yo simplemente quise dejarla mi música en su oído, la música del viento del nordeste con ese coro inconfundible que hacen las gaviotas revoltosas. Y quise también llevarle el salitre del mar, de ese mar que ella también conoce, y el de esa tierra donde tantas veces trabajò junto a su esposo y compañero, para decirla que sí, que era cierto lo de ese viaje sin destino ni retorno, pero que ella estaba allí por algo, estaba viva aún y su vida, sus días tenían un sentido; que debía aprovechar el tiempo, enjuagar esas lágrimas para que el ser amado la viera feliz allì donde estuviera ahora, en ese lugar cercano ó lejano, pero también en ese otro que ocupó desde hace años y que ahora ocuparía ya, eternamente en su corazón, hasta que Dios ó el Destino la llamara a ella para ir a su encuentro.

...Y mientras yo soplaba su pelo y acariciaba su alma, mientras sentía sus latidos presurosos y veía caer esas lágrimas traidoras, mientras era testigo y presenciaba, invisible todo esto, ella acabó su escrito y pude contemplar, igual que al comienzo, aquella frase y esas tres palabras...

"¿Dónde estás amor...?"

Rafael Sánchez Ortega ©
25/02/09

3 comentarios:

lunilla dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
María dijo...

Gracias, Rafael, por tu visita a mi blog.

Veo que tienes un blog muy bello, con una música que transmite paz, sosiego, relajación... me gusta, voy a ojear este rincón, me quedo entre tus palabras.

Un beso.

Arlene Griselle dijo...

Sencillamente hermoso. Capaz de estremecer mi espíritu y robarme una lagrima. Gracias por compartirlo