martes, junio 27, 2006

AMANECER EN EL MAR


"...Desaté los cabos que ataban a la barca y empujé con los remos la misma alejándola de los muelles. Pasé el estrobo de los remos por el tolete y ciando un poco puse proa a la boca del puerto.

Amanecía y un pequeño relente caía en la madrugada dejando una fina película de humedad en las maderas y en los remos mientras la claridad empezaba a despuntar en el cielo, desplazando a la bóveda azul con sus estrellas parpadeantes.

Los remos, al hundirse en el agua para hacer avanzar la barquilla, producían un ligero chapoteo. Yo miraba como efectuaban ese movimiento acompasado de buscar el agua, empujar en ella, alzarse mientras giraban las palas, recorrer como un metro sin tocar el mar y luego volver a hundirse nuevamente para volver a sentir el contacto de las aguas haciendo que mis brazos les empujaran en un nuevo largo.

Me acercaba a la entrada del puerto y la calma que se ofrecía en la Bahía se veía alterada con la suave brisa marina que rizaba unas olas incipientes.

Un suave balanceo hacía que la barquilla se viera ahora impulsada por este cambio de escenario, pero tanto la barca como mis brazos estaban acostumbrados al mismo y sabían que la remada debía ser mas corta, pero también mas constante para no perder el rumbo.

Salí a mar abierto y poco a poco las luces del pueblo quedaron atrás. Arriba ya solo se distinguían las luces de las estrellas mas destacadas entre las que distinguí, la estrella polar, la osa mayor y la osa menor así como la luz inconfundible del planeta Venus que lanzaba sus últimos reflejos para ir a ocultarse en el día incipiente que estaba comenzando.

Faltaba poco para llegar al caladero donde trataría de pescar unos calamares. Quizás, con un poco de suerte lanzaría el aparejo para tratar de pescar unas cabras y unas julianas. Si hubiera suerte ganaría la cena de la noche y podría saborear el frito de esos peces dejando para el día siguiente los calamares. Al llegar al sitio escogido, recogí los remos pero no saqué los aparejos, me quedé mirando el mar. La barca, mientras, se movía al compás de las olas, la playa se veía en la distancia, el pueblo a lo lejos...

Estuve largo rato contemplando todo aquello. Había venido a pescar, a tratar de sacar del mar unos peces para poder cenarlos en la noche, y si era posible, conseguir unos calamares para prepararlos de comida con una patata el día siguiente.

Pero ahora me parecía como un sacrilegio romper aquel encanto que me rodeaba. El día estaba amaneciendo, la placidez del mar con el suave onduleo que mecía la barquilla, el azul intenso de las aguas que constrastaba con el otro azul mas liviano que pugnaba por salir y desplazar a las pocas sombras de la noche que aún quedaban y yo allí, en medio de todo aquello, mirando el mar, sintiendo el sol que poco a poco iba abrigando y dando calor a mi cuerpo.

...¿Quien era yo para venir aquí a romper la serenidad de esas aguas y sacar a los peces de su entorno?, ¿no sería mejor dejarles en paz en este día, no romper el encanto mágico de estos momentos y vivir intensamente los mismos?

¡Sí, creo que hoy no sacaré mis aparejos, y mis anzuelos no buscarán los peces en el fondo del mar!... Estaré un largo rato, quizás hasta que el sol se ponga alto y luego lentamente volveré a mi puerto, a mi casa, para soñar con estos momentos vividos en la mañana, en el mar, con mi Mar y con todo lo que le rodea, y los llevaré conmigo, en mis recuerdos..."

Rafael Sánchez Ortega ©
16/04/05

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