jueves, febrero 01, 2007

AMANECER


Hoy hace un día espléndido, radiante de luz, aunque con una pequeña neblina que presagia un posible cambio de tiempo a lo largo de la tarde. Por la mañana el sol salía entre nubes rojas que se estiraban perezosas en el cielo anunciando la temperatura primaveral que nos envuelve.

Fue un espectáculo muy hermoso el de esta mañana y quise compartirlo contigo. Así que fui hasta la cama, besé tus labios y te dije al oído que si te gustaría ver algo hermoso. Protestaste un poco, pues estabas cansada, pero te dije que no te preocuparas, que yo te llevaría en brazos a ver aquello de que te hablaba y luego, cuando ya lo hubieras visto te volvería a la cama de nuevo.

Pasaste tus manos por mi cuello y te levanté en mis brazos, para llevarte hasta la ventana del cuarto. Tú venías con los ojos cerrados por el sueño y en un momento me pareció un sacrilegio romper ese sueño sagrado para enseñarte un amanecer con las nubes rojas y el azul naciente de la mañana.

Besé tus labios y te dije suavemente que los abrieras, que miraras aquello que se nos ofrecía, que solo iba a durar unos pocos minutos y que luego te volvería al calor del lecho abandonado.

Abriste lentamente los ojos, de una manera perezosa, pero de pronto tu pupila se llenó de todo aquel colorido, bebió la belleza de la mañana y se contagió de la paz y serenidad de la misma. vi. tus ojos brillar intensamente y a la vez empecé a sentir el latido de tu corazón con un ritmo mas acelerado.

Una de tus manos que rodeaba mi cuello empezó a acariciarme buscando la piel de mi hombro y espalda. Luego acercaste tu boca a la mía y nos besamos intensamente en aquellos primeros minutos de una mañana bañada con el rojo de las nubes asuradas y el azul naciente del cielo.

-¿No crees, mi cielo, que merecía la pena ver algo tan bello?

-Sí, mi vida, gracias por enseñarme algo tan hermoso. Es el mejor regalo para empezar un nuevo día.

Fueron apenas cinco minutos lo que duró aquel momento. Luego las nubes fueron recobrando su color natural, unas con su color blanco intenso, otras un poquito más oscuras, pero todas jalonadas por el fondo de ese cielo azul que empezaba a ser el telón de fondo del nuevo día que estaba empezando y nos cubría.

Volví a llevarte al lecho y suavemente te deslizaste entre las sábanas. Besé tus labios para irme, pero tus manos retenían mi cabeza. Sin una palabra me empujaste levemente para que me tumbara a tu lado.

Cerraste los ojos, tus manos acariciaban mi pecho mientras me invitabas a besar tu cuello. Algo había pasado en esta mañana, algo estaba rompiendo la rutina diaria. La luz, el color, la magia de unas nubes, hacían que ahora en el lecho, nosotros nos buscáramos fervorosamente, como tratando de plasmar allí, en ese encuentro una extensión del goce supremo de cuanto habían presenciado minutos antes nuestros sentidos.

Nuestros cuerpos se enredaron en un sinfín de caricias. Como si se tratara de un preludio musical nuestras manos y piernas se buscaban, nuestras bocas trataban de conseguir llegar a los rincones más recónditos haciendo sonar los suspiros y las palabras de amor contenidas.

Al fin nuestros cuerpos se unieron, con el recuerdo de esa luz maravillosa, de ese rojo intenso de las nubes, formando un estallido de nuestros sentidos en una plenitud de amor y de paz.

Fue algo maravilloso, mi cielo. Y después de aquel momento allí quedamos en el lecho, sin movernos apenas. Sudorosos y abrazados, como temiendo romper aquel mágico momento.

Volviste a dormirte entre mis brazos. Oí tu respiración acompasada volver a tomar su ritmo normal. Acaricié tus cabellos, besé tu cara y por último también yo, rendido quedé dormido a tu lado, mientras sentía que tu cariño me rodeaba intensamente.

Rafael Sánchez Ortega ©
01/04/05

1 comentario:

Mey dijo...

Vaya... realmente precioso *.*

Casi da miedo romper ese idilio con un comentario mal dicho...

saludos