jueves, abril 19, 2007

RECUERDOS


A pesar de todo, a pesar del tiempo transcurrido, de la cantidad de personas que pasaron por su vida, seguía pensando en ella. ¿Cómo poder olvidar aquellos instantes ya lejanos en el tiempo?, aunque en realidad ¿eran momentos distantes ó estaban ahí, quietos y esperando, en ese espacio del recuerdo y la memoria?

No podría decirlo con exactitud pero recordaba bien aquella cara, la sonrisa cómplice que desplegaba al pasar a su lado, la palabra alegre que escapaba de su boca, la mirada tímida pero llena de insinuación que le dirigía y sobre todo aquel primer momento en que por un descuido sus miradas se cruzaron y ambos vieron la luz especial que brillaba en los ojos de la otra persona.

El pensaba en las tardes pasadas bajo la sombra de la fachada norte de la iglesia, mientras sentado en una piedra tallada y con la espalda apoyada en un árbol miraba su casa, soñaba con su presencia y dejaba volar su imaginación llevando a su cuaderno el primer poema que había nacido en su pensamiento.

Aún recordaba aquellos primeros versos balbuceantes que surgieron al azar, quizás inspirados por la lectura cercana del poeta nicaragüense Rubén Darío, "Yo sueño con mil princesas todas ellas de cristal, de entre las mil solo hay una la que gozo al contemplar, de las que quedan ninguna mi alma se atreve amar".

La magia y el encanto del tiempo, la juventud y los sueños hicieron posible todo aquello. Luego todo un mundo de silencio. Amar ó creer que nacía un sentimiento, no saberlo transmitir, creer que ella se reía de él cuando le hablaba, el dolor por creer que perdía a una persona por la que valía la pena luchar y morir, luego verla partir, marchar a buscar su vida, correr en pos de su sueño, de su Príncipe y él quedarse solo, como siempre, pero ahora solamente con sus cuartillas y poemas y sin Princesa a quien poder dedicar sus versos...

Y allí estaba, otra vez, alrededor de la iglesia, en el mismo sitio donde nacieron aquellos versos. Los hombres y el paso del tiempo, habían quitado aquella piedra donde una vez se sentó para mirar su casa. Tampoco existía ya el árbol donde recostó su espalda. Al fondo seguía viendo la casa donde ella vivió en su juventud. A su cabeza volvieron de nuevo los recuerdos, volvieron también los sueños, llegaron de pronto aquellas fantasías que imaginó mil veces de paseos compartidos a la luz de la luna, de besos robados en la playa, de aquellos encuentros en los que tenía entre sus brazos a aquella chiquilla deslumbradora y fascinante que tanto le cautivaba...

Una lágrima rodó por sus mejillas dulcemente bajando hasta la comisura de su boca. Una lágrima salada que tenía un sabor a nostalgia, a recuerdos vividos y soñados, a presencias y esencias con la persona amada. ¿Cuánto hubo de real en todo aquello?, ¿cuánto fue solo fantasía y producto de la imaginación de un joven soñador y enamorado? Ni ahora él podría decirlo, ni ser fiel para juzgarlo.

Sacó un pañuelo y limpió aquella primera lágrima a la que se habían sumado otras más. Instintivamente miró a su alrededor, por si alguien le observaba, aunque tampoco le importaba este suceso, pero no, no había nadie cerca. Luego caminó hacia la puerta principal de la iglesia. Ella había llegado, aunque en realidad habían traído su cuerpo para celebrar el funeral y decirla el adiós cristiano. Vio como subían el féretro para celebrar las exequias y la gente, familiares y amigos entraron al templo.

Él continuó su camino, prefería recordarla viva, como entonces, pues su recuerdo seguía vivo en su pensamiento y en sus sueños, aunque el paso del tiempo hubiera detenido sus versos y aquel poema hubiera quedado inacabado, pero ahora tenía un poderoso motivo para continuarlo. Ella seguía viva, ¡vivía aún, en su recuerdo! y por eso tenía que bajar a su casa, tomar la pluma, buscar el cuaderno y dejar en el mismo todo aquello, que ahora, a pesar del tiempo, seguía latiendo en su pecho.

Rafael Sánchez Ortega ©
09/05/05

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