jueves, agosto 23, 2007

EL REFUGIO

Ya es de noche, vamos a parar un momento y busquemos el abrigo de esas rocas.
Tras ellas hay una cabaña de madera que sirve de refugio a los pastores.


Abramos la puerta y entremos en la misma. Hay unos camastros de madera con un poco de paja. Pero antes encendamos la hoguera para calentar las manos. Nuestros cuerpos tiritan de frío pues la tarde ha sido dura, con el frío reinante. Una cerilla rasga la oscuridad y lleva la débil llama a unos periódicos viejos dejados allí, para encender el fuego. Colocamos unas astillas encima y miramos cómo cobran vida, cómo empiezan a consumirse lentamente. Luego tomamos unos leños partidos que están en un rincón y los ponemos sobre las astillas para que la chimenea haga fluir el fuego caldeando la habitación.

Nos quedamos allí quietos, mirando las lenguas rojas, de las llamas, chispear y alzarse con mil formas diferentes, mientras nuestros cuerpos secan el sudor y se relajan del cansancio del camino. Estamos cansados, necesitamos dormir, quizás tengamos hambre, pero esta noche solo deseamos dejar a nuestros cuerpos en esos camastros y que se hundan en la paja para tratar de conciliar el sueño y hacer que los mismos descansen un poco.

Te ayudo a levantarte y te quito el chaquetón. Con la luz de las llamas te conduzco hasta el improvisado lecho. Allí nos tumbamos. Buscamos la postura más cómoda para que nuestros cuerpos no sufran. Abrazo tu cuerpo y le estrecho contra el mío, con el doble propósito de tenerte cerca, y darte el calor que necesitas. Ya es noche cerrada. Afuera brillan con fuerza las estrellas. La helada cae sobre el campo. El silencio es absoluto. No se ve nada salvo el brillo de los astros en lo alto.

Te quedas dormida entre mis brazos mientras vigilo tu respiración acompasada y veo esas sombras que proyectan las llamas de la chimenea sobre tu cara. Estaré atento a que el fuego no se apague y a que tengas el calor que necesitas durante esta noche. Yo vigilaré mientras te acaricio, a ti y al fuego, pues esta noche sin el calor y sin tu cuerpo estaría muerto, ¡muerto de amor, muerto de miedo!

Mañana continuaremos el camino, volveremos a la senda, tomaré tu mano, miraré tus ojos, besaré tus labios y podré decirte en un susurro, como el viento que roza tu cabello, que te amo.
Hasta mañana mi amor, duérmete ya, no tengas miedo pues yo te velo.

Rafael Sánchez Ortega ©
14/05/05

1 comentario:

lunilla dijo...

Hhermoso refugio..tu alma.