miércoles, agosto 22, 2007

Y DE PRONTO LAS ROSAS FLORECIERON...


Bastó con que saliera el sol y calentara la tierra en la nueva primavera para que de pronto las rosas del jardín se abrieran y mostraran sus colores. Eran rosas diversas de infinidad de colores, blancas, rojas, granates, color crema y otras de tonos indefinidos pero tan bellas como las anteriores. Y allí estaban, luciendo sus pétalos en la mañana y ofreciendo la ternura infinita que de ellas se escapaba para llegar hasta la vista de la persona sensible que hasta esta zona del jardín se acercaba con su corazón encogido aún, pero buscando el despertar en la nueva primavera.

Al verlas me senté en un banco para dejarme embrujar por su encanto, para aspirar el suave aroma que la brisa recogía y traía como un beso hasta mis labios. Cerré los ojos y me quedé pensando. Pensé en otras rosas, aquellas que había visto tantas veces en otros sitios y que eran también rosas, pero quizás ya rosas muertas y no vivas y llenas de amor y calor como las de ahora que tenía cerca, a mi lado en el jardín del parque.

Recordé los pétalos de las rosas esparcidos por el suelo de la Iglesia, sobre la alfombra blanca, en aquel tiempo ya lejano, cuando acudí a recibir la primera comunión.

Aún tenía en mi pupila aquella rosa silvestre que una vez había arrancado, dejando una gota de sangre, en mi dedo, por la espina clavada al recogerla, para entregarla a la persona amada.
Recordaba las rosas en la mesa del banquete de boda, en aquella comida coronada de alegría, mientras culminaba el largo sueño junto a la persona que a mi lado, se sentaba.

Venía también al recuerdo la búsqueda febril en la alameda de aquella otra rosa, en el día señalado, para entregar celosamente con un beso al ser que no muy lejos me esperaba con un libro de intercambio en ese día del amor y la esperanza. O aquellas otras rosas que juntadas primorosamente con gladiolos y claveles venían en un centro de flores con una nota unida que decía "Tu familia no te olvida", y que dejaron afuera, en la salita, mientras velábamos el cuerpo de aquella chiquilla tan preciosa que dormía ya para siempre, quizás un sueño entre las flores del cielo.

Tampoco podía olvidar la rosa roja, símbolo de la pasión y del amor de aquella noche, en que fui separando sus pétalos uno a uno, a la vez que le quitaba los vestidos y la tomaba suavemente entre mis brazos.

Ni tampoco la rosa blanca, símbolo de la pureza de aquella alma solitaria que cautivó mi alma en la mañana mientras yo, a sus plantas, contemplaba su mirada y bebía la sonrisa que de sus labios se escapaba.

Y tantas otras rosas que ahora mismo, en el recuerdo, se quedaban. La rosa del amor que juntos separamos y en un acto de amor arrojamos al mar con un beso y mil promesas que no fueron cumplidas. Y aquella otra que tomamos mientras subíamos las primeras rampas hacia la cumbre nevada y dejamos dulcemente en la mochila, para que no se estropeara con la intención de colocarla a lo largo del día en la cumbre conquistada. O la que tomamos en la verja de la Capilla, cuando fuimos a rezar por nuestros sueños a la Virgen, con aquel rayo de esperanza que sentíamos nacer y no queríamos que nadie nos quitara.

Y mil rosas mas, a cual mas bellas que pasaron por mi vida y que ahora son recuerdo en este día y que en un instante recordaba mientras sentado en aquel parque, con los ojos cerrados y embriagado del aroma de otras rosas, con nostalgia de otros tiempos y momentos, a mi alma llegaban.

Sí, pensé en aquellas rosas que vivían aún en el recuerdo. Rosas que tuvieron su papel y fueron mensajeras de la ilusión, del sentimiento, del dolor, de la pasión, del amor y del recuerdo.
Rosas... Rosas rojas, rosas blancas, rosas de mil colores... Rosas muertas ya que cumplieron su misión y son recuerdo.

El sol hirió mis ojos cerrados obligándome instintivamente a llevar mis manos a ellos y frotarlos. Sentí humedad en mis pupilas y una lágrima rodó por mis mejillas sin saber si la misma era fruto del sol o del recuerdo.

Y allí estaba yo, en aquel parque, junto a las rosas nuevas, las rosas que de pronto habían florecido, para traer su mensaje de amor, de esperanza, de ilusión y de sueños.

¡Eran las rosas del amor y de la vida!, pues estas rosas sí, no eran recuerdo ya que estaban allí, a mi lado, con su aroma y color, creciendo en los rosales del jardín, sin que una mano las cortara todavía ni separara sus pétalos de seda. Estas eran las rosas del amor y de la vida y lo mejor de todo, ¡estaban vivas!

Rafael Sánchez Ortega ©
13/05/05

1 comentario:

lunilla dijo...

Es hermoso como deshojas tus sentimientos.
Precioso jardìn¡¡¡¡