miércoles, julio 16, 2008

EL JARDIN, LA CHICA, Y LAS ROSAS


Volví de nuevo a oír tu voz que parecía salir entre la niebla y llegaba a mí en la penumbra de la noche del recuerdo. Aún conservaba aquel encanto y aquel magnetismo atrayente que un día había cautivado mis sentidos. De nuevo volví a cerrar los ojos y mis recuerdos retrocedieron a aquellos momentos inolvidables en que bebía embobado las palabras que salían de tu boca.

Mi memoria volvió de nuevo a la primera vez que te conocí, en aquel paseo por la playa, con tu vestido blanco que dejaba a tus piernas recibir los rayos del sol mientras las mojaban las olas que perezosas llegaban a la orilla. Volví a ver tu figura atractiva que miraba a la lejanía como buscando en el horizonte lo que no era capaz de encontrar en aquel libro de poemas que tenías en la mano.

Tus ojos seguían la línea sinuosa de aquel mar que con leve movimiento se ondulaba formando un cuadro caprichoso bajo el azul de un cielo de verano. Un barco navegaba en la distancia solitario, unas gaviotas buscaban su comida entre la espuma de las olas mientras otras se dejaban mecer con el vaivén de la resaca.

Y volví de nuevo a verte en la tarde, en aquel jardín. Estabas sentada junto a un rosal de bellas rosas rojas y aquella magnolia con sus flores blancas abiertas. Y tú estabas allí, con tu libro abierto de poemas, concentrada en la lectura de unos versos. Me quedé mirándote y por un momento creí ver como tus labios se movían imperceptiblemente, como si leyeras en voz alta el contenido de los sueños escritos en el poema y trataras de darles vida.

Por un momento pensé en tomar una rosa de aquel rosal que estaba a tu lado y ofrecértela con un saludo y una sonrisa, pero pensé que si lo hacía podía romper aquel momento mágico y que tu figura desaparecería como por encanto. Así que despacio y procurando pasar totalmente inadvertido me senté en un banco cercano tratando de no alterar tu concentración en la lectura del libro de poemas.

En un momento dado levantaste los ojos de la página que estabas leyendo, miraste a tu alrededor y al advertir mi presencia cercana, vi. como un suspiro se escapaba de tu boca y como también tus ojos parpadeaban quizás ante la luz de la tarde, después de estar largo rato concentrada en el libro. Luego dirigiéndote a mí me preguntaste:

-¿Tienes hora, por favor?
-Sí, son las siete de la tarde.
-Estaba leyendo y no me he dado cuenta.
-He visto que estabas muy concentrada en la lectura.
-Es cierto. Vine al parque, vi el jardín, las rosas y la magnolia y me puse a leer a su lado.
-Parece un cuadro, ¿verdad?, un jardín, las rosas y magnolias, una chica, un libro de poemas, ¿qué más se puede pedir?
-Quizás un sueño, ¿no crees?
-Tienes razón, ¡quizás un sueño!
-Adiós y gracias por la hora.
-Adiós, hasta otro día.

Y te vi marchar con tu vestido blanco, el mismo que llevabas en la playa, con el libro de poemas bajo el brazo mientras tu figura caminaba lentamente buscando la salida del parque hacia el paseo y me quedé allí recordando aquel jardín, aquellas rosas y magnolias, la chica que acaba de marcharse y aquel sueño que habías hecho nacer en mi cabeza.

Tu voz, tu memoria, tus ojos, esas rosas y magnolias... Si todo esto pudiera grabarse en el viento y que el mismo fuera tu voz que llegara en un susurro a mis oídos...
Si ese sueño fuera posible, bastaría con cerrar los ojos y escuchar la melodía que llega acelerada desde tu corazón.

Rafael Sánchez Ortega ©

3 comentarios:

lunilla dijo...

La fragancia de tus letras, inunda el alma, de hermosas sensaciones.
cuanta dulzura¡¡
BESOS
Blue

Catalina Zentner Levin dijo...

¡Qué sensación de paz, al leer este fragmento, escrito con el alma, pleno de poesía!

Gracias por el buen momento.

Un beso, Blue y Rafael. ¡Son divinos!

Anónimo dijo...

Tu has logrado ,lo que pocas personas ,que no me canse de leerte.( y no es un cumplido )
Un abrazo