Recuerdo sus manos perfectamente, como si las acabara de ver ahora mismo, sosteniendo aquel libro que leía en el jardín. De vez en cuando sus dedos menudos y frágiles pasaban una hoja para luego llevarlos hasta su pelo y hacer un rizo invisible mientras seguía enfrascada en la lectura.
Sí, aquella fue la primera vez que reparé en sus manos, quedando sorprendido por su forma y tamaño que parecían sacadas de alguna pintura renacentista ó de una escultura de alabastro de las muchas que hay en mi tierra.
Sin darme cuenta mi imaginación y con ella mis sueños empezaron a dar forma a la vida de aquellas manos que un día, no muy lejano en el tiempo, y quizás un poco en la edad, se posaron en el pecho materno mientras tomaba la primera leche y unos meses más tarde tomaban con fuerza el dedo paterno que se le ofrecía ante su vista como queriendo aferrarse a la vida con sus dedos infantiles.
Dejé volar mis pensamientos y pude ver de nuevo aquellas manos cuando sacaban de la cartera el cuaderno en la escuela, tomaba el bolígrafo con su mano derecha mientras sujetaba el papel inmaculado y trazaba sobre él las primeras líneas, quizás sin sentido, de ese mundo escolar que ahora empezaba.
Luego vi, también en sueños, como esa mano diestra tomaba la cuchara para llevar a la boca el alimento, y como secaba sus labios con la servilleta que servía su mano zurda para llevar la copa de agua hasta ellos.
Pude contemplar como sus manos tocaban sus sienes en un intento desesperado de concentrarse ante el libro de texto que tenía delante, en aquel mes de Junio ya lejano, cuando los exámenes estaban a la puerta y venían a pasar factura de lo aprovechado durante el curso que acababa.
Imaginé cuando se graduó y fue a recoger con sus manos el diploma que la concedía el título de aquella carrera lograda con tanto esfuerzo y sudor, mientras tenía que volver de noche a casa, para ayudar en las labores, preparando la cena unas veces, la ropa de lavar en otras, mientras algunas noches dejaba planchadas las prendas que tenían que llevar al trabajo ó a la escuela.
Manos curtidas por un trabajo que no se reflejaban en las que veía sosteniendo aquel libro y que distaban mucho de ser las que mis sueños forjaban.
Pero vi aquella mano tierna, una tarde, en un rincón cualquiera, mientras otra mano la tomaba y depositaba un beso entre sus dedos para luego dejar tiernamente en su dedo anular aquel anillo.
Las manos del amor y el sentimiento, así las llamé en mis sueños, no sé por qué. Su mano derecha parecía que desprendía amor cuando acariciaba mi cuerpo, cuando peinaba mi pelo con sus dedos, cuando tocaba mi cara y cuando aquella tarde enjugó una lágrima de alegría que no pude refrenar al verla tan hermosa y decirla, como el poeta: "Sin Palabras".
Sin embargo su otra mano, la izquierda, la que definí, como la mano del sentimiento, era la que se apoyaba en mi pecho, la que buscaba el latido de mi corazón, la que intentaba transmitir el suyo a través de esa unión de nuestras manos en el paseo y la que en un susurro, sin voces, en ese intercambio juvenil me dijo tantas veces "te amo".
Y ahora tenía delante aquellas manos soñadas y que habían compartido tanta vida y de las que un día me había enamorado sin darme cuenta de ellas. Manos que tuvieron la habilidad de ser independientes, de estar donde debieron en el momento justo, de transmitir el cariño, el afecto, de poner las líneas adecuadas, de hacer la comida, de lavar la ropa ó de planchar aquella camisa que tenía que llevar al trabajo.
Pero aquellas manos soñadas, un día se alejaron. Ya no recuerdo quien de los dos soltó los dedos del otro, pero fue así de sencillo y ambas manos, las suyas, aquellas manos del amor y el sentimiento quedaron libres y un día marcharon de mi lado sin que las mías trataran de impedirlo.
Hoy volvía a verlas de nuevo, aunque fueran en ese sueño, y esas manos sostenían aquel libro y sus dedos nerviosos pasaban lentamente sus hojas. Manos finas y delicadas, con un toque sutil que irradiaba misterio, manos que podían arrancar la nota más melodiosa de cualquier instrumento con tan solo rozar el mismo, manos cuyos dedos podían acariciar y dar amor mientras de los mismos se desprendía la mayor carga de sensibilidad conocida, manos que fueron mías y que ahora volvían a mi recuerdo en aquella estampa en un parque.
Manos que recuerdo y beso ahora en el silencio, mientras miro otras manos, como aquellas, de una niña que sostiene un libro de poemas cuyo autor me es conocido y su título evoca en mí aquellos poemas que un día afloraron de mi pecho para dejar en un cuaderno, mientras pensaba en sus manos y en susurrar en su oído aquellos versos, a la vez que miraba su rostro con afecto.
Rafael Sánchez Ortega ©
15/06/05
1 comentario:
...De tu mano, de mi mano, unidas con un lazo
entre los versos del poema...
abracitos nene
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