martes, septiembre 16, 2008

EL ANGELUS



La campana, del pequeño pueblo castellano, sonaba anunciando el medio día. En medio de la campiña y bajo el sol cruel que arrojaba sus rayos a la tierra, un humilde campesino dejó su azada, se quitó la boina y alzando los ojos al cielo musitó una plegaria.

Parecía una estampa sacada de un álbum de otros tiempos ya pasados. Hoy nadie hacía eso. Nadie reparaba en esa hora que separaba las dos partes del día y menos aún, nadie recordaba que era la hora del ángelus.

Aunque mirando con atención la figura de nuestro hombre también contrastaba un poco con el mundo actual. No era habitual encontrar a un campesino en los campos, a medio día y con el sol a plomo que caía. Eso era algo que pertenecía al pasado, a esas páginas ya olvidadas y caducas de la historia castellana.

Entonces se trabajaba de sol a sol. Se sudaba la camiseta y se dejaba la piel sobre la tierra, para conseguir arrancar de la misma, el fruto que crecía a partir de la semilla primera que se plantaba.

Aquella semilla se cuidaba y se mimaba en exceso, en la sementera, porque de ella dependía el pan de la familia. Se la protegía de las hierbas que pudieran impedirla crecer. De las lluvias indiscriminadas de la primavera, canalizando regatos para que el agua no ahogara las plantas. Se la regaba en las proximidades del verano,
cuando el calor abrasaba los campos, y se la recogía, por fin, en los sembrados separando el fruto de las pajas.

Eran otros tiempos, es cierto. Entonces había que trabajar en peonadas ó en pequeños terrenos cedidos a cambio de una parte de la cosecha. Incluso las casas, los animales y hasta los enseres eran prestados a cambio de la mano de obra, de ese sudor de sol a sol, de ese estar mirando al cielo para que un día trajera la lluvia, no excesiva y en su justa proporción, y otro día se miraba buscando la nube que pudiera alojar el pedrisco y la tormenta que quizás diera al traste con tantos proyectos y pequeñas ilusiones que la gente campesina albergaba conseguir con el producto e intercambio de la cosecha ya a punto.

Entonces se rezaba una oración, se rezaba ese ángelus y se miraba al cielo buscando allí la respuesta y la solución a los miles de problemas que cada familia tenía.

Pero eran otros tiempos. El sol quemaba, quizás como ahora, pero la tierra daba frutos. Había tierras de sobra y unas se dejaban en barbecho para que descansaran. Se llevaba también un sentido de rotación plantando en unas el trigo y la cebada mientras que en las pequeñas huertas se sembraban las patatas, las alubias y el maíz.

¡Es cierto, eran otros tiempo!, por eso la figura de este hombre, la hora del día, la campana sonando y el rezo del ángelus invitaba a una pequeña reflexión de lo que ha sido su vida, de lo que ha sido su historia y de que a pesar de todo los progresos, el hombre, ese hombre del campo, simbolizado en esa figura descubierta a pleno sol y rezando, sigue siendo la pieza central del universo y de la vida.

Rafael Sánchez Ortega ©
04/06/07

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