Querida amiga...
Son las tres y media de la mañana y tú duermes ya, en tu cama, dulcemente. Yo me siento ante una cuartilla en blanco, simbolizada en una pantalla por la que se van deslizando las letras, que salen del teclado, impulsadas por mis dedos.
Ignoro si la noche es bella, si brilla la luna, si hace rocío y si el silencio es roto por el pasar de los autos ó por el maullido de un gato que se para en la calle mandando un mensaje de amor.
Aquí, el rumor del mar, se escucha fuertemente. La barra queda lejos de donde vivo, pero así y todo, en estos momentos, el sonido de las olas, es un rumor constante que parece una música de fondo que al escucharla estremece los sentidos.
Estoy sólo en la habitación. Sólo con mis sueños, como dice el poema. Sólo en la inmensidad del espacio, sólo ante el cuaderno y sólo ante el espejo de mi alma.
Y en esta soledad escribo sin orden, sin premeditación, sin un guión definido, sin saber bien lo que quiero transmitir. Y escribo simplemente para dejar unas líneas en la cuartilla, para decirle a ella lo que quizás quiero decirme a mi mismo, lo que no soy capaz de decirme cuando me miro al espejo en las mañanas. Y me digo que la vida pasa, que mi tiempo se va terminando, que el reloj avanza, que cada vez quedan menos granos de arena en ese invisible aparato que mide el tiempo de nuestra vida.
Pero eso ya lo sé, ya lo sabemos todos. Cada vez que una persona nace, "emprende, sin saberlo, una carrera contra reloj hacia la muerte".
Recuerdo esa frase como si fuera hoy cuando la escribí por primera vez. Tenía dieciséis años. Sí, dieciséis pletóricos años llenos de juventud y de sueños. Estaba empezando a vivir y ya pensaba en la muerte.
¡Es curioso!... La vida y la muerte son una constante en la vida, igual que el amor y el odio, la risa y el llanto y tantas otras cosas donde parece que a la parta positiva se contrapone la parte negativa ó si queremos, la parte real y dura que nos rodea.
Porque en definitiva así es, tras la vida va la muerte, tras el amor se esconde el odio, y tras la risa el llanto y así sucesivamente, aunque muchas veces estos sentimientos y estas sensaciones las dejemos olvidadas y guardadas en un rincón del alma durante mucho tiempo.
Sin embargo yo no quiero morir, igual que tú, y tampoco quiero odiar, sencillamente porque no sé hacerlo, ni tampoco quiero llorar, aunque muchas veces las lágrimas hayan corrido por mis mejillas abundantemente.
¡No!, no quiero todo eso y quizás ese es el motivo por el que me refugie en mis sueños, me recluya allí, me suba a esa nube de cristal y no viva la vida en su realidad y en su eterna dimensión.
La vida es un poema con días azules y grises, con momentos blancos y negros, con tardes de sol y de tormentas y todo en una mezcla incesante y continuada que no para desde ese momento en que venimos a la vida y un día, cuando el Destino lo tiene así fijado nos marchamos y desaparecemos hacia el infinito.
La vida es un poema y nosotros somos los versos que lo componen. Los versos, las estrofas... Quizás en el fondo somos un poema en cada una de nuestras vidas y pugnamos por ser el más hermoso poema de la vida en esa lucha y competición por agradar a un Dios en el Olimpo. Un Dios que nos espera, que en su momento nos engendró y nos dio ese soplo de vida para luego, cuando él decida, quitarnos ese hilo invisible que nos ata a la tierra y llevarnos a su lado, para que le recitemos un poema... ¡El poema de nuestra vida!
Un beso en esta noche,
Rafael Sánchez Ortega ©
01/06/07
Son las tres y media de la mañana y tú duermes ya, en tu cama, dulcemente. Yo me siento ante una cuartilla en blanco, simbolizada en una pantalla por la que se van deslizando las letras, que salen del teclado, impulsadas por mis dedos.
Ignoro si la noche es bella, si brilla la luna, si hace rocío y si el silencio es roto por el pasar de los autos ó por el maullido de un gato que se para en la calle mandando un mensaje de amor.
Aquí, el rumor del mar, se escucha fuertemente. La barra queda lejos de donde vivo, pero así y todo, en estos momentos, el sonido de las olas, es un rumor constante que parece una música de fondo que al escucharla estremece los sentidos.
Estoy sólo en la habitación. Sólo con mis sueños, como dice el poema. Sólo en la inmensidad del espacio, sólo ante el cuaderno y sólo ante el espejo de mi alma.
Y en esta soledad escribo sin orden, sin premeditación, sin un guión definido, sin saber bien lo que quiero transmitir. Y escribo simplemente para dejar unas líneas en la cuartilla, para decirle a ella lo que quizás quiero decirme a mi mismo, lo que no soy capaz de decirme cuando me miro al espejo en las mañanas. Y me digo que la vida pasa, que mi tiempo se va terminando, que el reloj avanza, que cada vez quedan menos granos de arena en ese invisible aparato que mide el tiempo de nuestra vida.
Pero eso ya lo sé, ya lo sabemos todos. Cada vez que una persona nace, "emprende, sin saberlo, una carrera contra reloj hacia la muerte".
Recuerdo esa frase como si fuera hoy cuando la escribí por primera vez. Tenía dieciséis años. Sí, dieciséis pletóricos años llenos de juventud y de sueños. Estaba empezando a vivir y ya pensaba en la muerte.
¡Es curioso!... La vida y la muerte son una constante en la vida, igual que el amor y el odio, la risa y el llanto y tantas otras cosas donde parece que a la parta positiva se contrapone la parte negativa ó si queremos, la parte real y dura que nos rodea.
Porque en definitiva así es, tras la vida va la muerte, tras el amor se esconde el odio, y tras la risa el llanto y así sucesivamente, aunque muchas veces estos sentimientos y estas sensaciones las dejemos olvidadas y guardadas en un rincón del alma durante mucho tiempo.
Sin embargo yo no quiero morir, igual que tú, y tampoco quiero odiar, sencillamente porque no sé hacerlo, ni tampoco quiero llorar, aunque muchas veces las lágrimas hayan corrido por mis mejillas abundantemente.
¡No!, no quiero todo eso y quizás ese es el motivo por el que me refugie en mis sueños, me recluya allí, me suba a esa nube de cristal y no viva la vida en su realidad y en su eterna dimensión.
La vida es un poema con días azules y grises, con momentos blancos y negros, con tardes de sol y de tormentas y todo en una mezcla incesante y continuada que no para desde ese momento en que venimos a la vida y un día, cuando el Destino lo tiene así fijado nos marchamos y desaparecemos hacia el infinito.
La vida es un poema y nosotros somos los versos que lo componen. Los versos, las estrofas... Quizás en el fondo somos un poema en cada una de nuestras vidas y pugnamos por ser el más hermoso poema de la vida en esa lucha y competición por agradar a un Dios en el Olimpo. Un Dios que nos espera, que en su momento nos engendró y nos dio ese soplo de vida para luego, cuando él decida, quitarnos ese hilo invisible que nos ata a la tierra y llevarnos a su lado, para que le recitemos un poema... ¡El poema de nuestra vida!
Un beso en esta noche,
Rafael Sánchez Ortega ©
01/06/07
No hay comentarios:
Publicar un comentario