viernes, septiembre 12, 2008

EL VIAJE A NINGUNA PARTE


Le quedaba poco tiempo y tenía sin preparar la maleta. El viaje imprevisto, le había tomado por sorpresa, en realidad no lo esperaba, pero la vida es así. Hoy estás aquí y mañana te llega la noticia de que debes partir hacia el destino que te designen.

Sin embargo este viaje era diferente. El no deseaba marcharse. Estaba a gusto en esta tierra donde el verde de sus montes, con el azul del mar en los días de sol, formaban unos cuadros maravillosos haciendo que la mirada se quedara perdida en el infinito.

Hubiera querido quedarse, definitivamente, en este lugar que por una extraña circunstancia se había metido muy hondo en su alma. Si de él dependiera no haría el viaje hacia ese lugar desconocido y sin retorno.

Pero la realidad era así de cruel. Unas palabras bastaron para dejara de vivir aquel sueño hermoso y volviera a la otra realidad, la de ese viaje que había emprendido hacía tanto tiempo, y que durante unos meses había detenido, voluntariamente en esa estación donde creyó encontrar toda la paz que su alma necesitaba.

Ahora tenía que volver a recoger las pocas cosas que había almacenado y colocarlas cuidadosamente en la maleta que tenía guardada en el armario. La abrió y fue doblando la ropa, el calzado, los efectos de aseo, los cuadernos, la pluma y aquel libro que ella le había regalado.

En realidad no había mucho que llevar, quizás un poco más que cuando llegó, salvo unos cuadernos llenos de poemas y el libro dedicado con que le habían obsequiado.

Empezó a dejar todo en la maleta y antes de colocar el libro miró la dedicatoria y una sonrisa temblorosa se extendió por sus mejillas: "Nunca olvides que estamos cosidos a la misma estrella" decía la misma y debajo, como si fuera una firma, algo que sólo tenía un significado para el receptor: "Sin palabras"

¡Qué difícil se le estaba haciendo este momento! En realidad, no es que no lo esperara, pero a lo largo de su vida había tenido que viajar tantas veces en ese mundo de los sueños que ahora, quizás no estaba preparado para este largo viaje, por la sencilla razón de que había amado intensamente a una persona y en este lugar del que tenía que marcharse.

Había vivido tan intensamente sus sueños, sus ilusiones, que llegó un momento en que fue incapaz de distinguir los mismos de la realidad. Pero todo aquello vivido, sueño ó realidad estaban allí, en su recuerdo y lo llevaría en esa otra maleta invisible que guardaría celosamente en su alma.

Quizás el destino le llevaría a kilómetros de distancia, le alejaría de ese lugar encantador y de aquella persona a la que amaba, incluso puede que ella le olvidara y nunca quisiera a saber de él.

Pero guardaría en su retina aquellos momentos pasados, los suspiros recogidos, la voz alegre de su boca, las miradas fugaces, los paseos por la playa y el parque y el asombro de admiración al contemplar la réplica de aquel mascarón de sirena una tarde, bajo la fría caricia del viento del nordeste.

Recordaba con nostalgia aquella tarde, en que apoyados en la barandilla, se dedicaron a observar los pingüinos que como niños pequeños formaban un grupo en la orilla del zoo, secándose mientras tiritaban, excepto uno que alegre y ajeno a los demás nadaba en la pileta como tratando de llamar la atención de sus ojos.

Y recordaba el sabor de sus labios al besarlos en la tarde y la pasión contenida que se desbordó, mientras sus manos acariciaban su cuerpo en la noche.

¡Oh, Dios! ¿Cómo olvidar todo esto? ¿Cómo poder hacer borrón y cuenta nueva de un sentimiento naciente, pero a la vez profundo y lleno de ternura? ¿Por qué tenía ahora, precisamente ahora, que emprender de nuevo el viaje, tanto tiempo en suspenso, y renunciar a ese sueño maravilloso?

Cerró la maleta, apagó la luz del cuarto y salió de la habitación. Llamó a un taxi que le llevó a la estación. Se dirigió a la ventanilla de embarque y pidió un billete y también información para poder facturar la maleta, ante la sorpresa del empleado que le manifestó que no era preciso, pero ante su insistencia le mandó a otra ventanilla cercana para hacerlo.

Cuando tuvo en sus manos los dos billetes, el del viaje y el de la facturación de la maleta salió al andén, buscó un banco y se sentó a esperar.

Allí estuvo mucho tiempo. Vio pasar trenes que hacían paradas breves, pasajeros que llegaban y otros que marchaban, días que comenzaban y otros que acababan, notó la lluvia y el viento, el sol del día y la oscuridad de la noche, oyó el llanto de un niño pequeño y la risa de los enamorados. En un momento alguien se sentó a su lado y le dijo unas palabras incomprensibles que no entendió.

Tenía sueño, mucho sueño. Quizás se quedó dormido porque cuando despertó notó el roce áspero de la barba en su cara. Se levantó del asiento y se dio cuenta de que llevaba los billetes en la mano. Buscó con la mirada por la estación descubriendo que cerca estaba el Factor de la misma.

Se dirigió a él y enseñándole los billetes le preguntó que cuando salía su tren.

-¿Su tren? -El Factor le miró con una sonrisa, mientras le devolvía los billetes-. Hace tiempo que ha pasado y lo malo no es eso, lo malo es que era el último tren que hacía ese viaje, ya que han cerrado la línea.

Y allí quedó aquel hombre, con alma de niño, sin viaje, sin maleta, con los billetes en la mano y con los sueños en su alma, en una estación vacía, junto a una vía muerta, en un viaje a ninguna parte.

Rafael Sánchez Ortega ©
31/05/06

1 comentario:

Catalina Zentner Levin dijo...

Quedo prendida a la tristeza de ese pasajero que quedó sin poder partir.

Abrazos,