sábado, septiembre 13, 2008

ENTRE LA NIEBLA Y LOS SUEÑOS


Estaba mirando por la ventana, más allá de los cristales, como tratando de que su mirada penetrara en la densa niebla que perezosa se negaba a levantarse para dejar paso a los rayos del sol.

Hacía frío en aquella mañana de primavera y se había levantado hacía poco tiempo. Lo primero que hizo fue atizar la chimenea, retirar las cenizas anteriores y encender un fuego con unas ramitas secas de roble, para luego dejar unos troncos que se fueran consumiendo mientras daban el calor necesario a la cabaña.

Ahora el ambiente era agradable y aunque le hubiera apetecido volverse al lecho que había abandonado hacía poco tiempo, prefirió seguir mirando por la ventana y buscar las siluetas caprichosas de los árboles del bosque que la niebla le ofrecía en esos momentos.

De pronto creyó ver el movimiento de una figura humana que avanzaba hacia la cabaña. Pensó que se trataba de un sueño y se restregó los ojos con las manos, como tratando de quitar unas legañas que se hubieran quedado allí. Pero no, no se trataba de un efecto óptico. Había alguien
que venía con paso cansino y fatigado. Por la manera de andar y su figura parecía una persona femenina.

Abrió la puerta y salió al porche para recibir a la desconocida. Ella llegó a su lado, estaba materialmente empapada por la lluvia que la niebla dejaba y su cuerpo tiritaba de frío. Sus miradas se cruzaron un momento.

Con un gesto él la invitó a entrar a la cabaña y ella se precipitó hasta la chimenea donde se acuclilló para recibir el calor que quizás necesitaba.
-Necesitas secarte y cambiarte de ropa o caerás enferma -le dijo él-, estás completamente mojada.

-Sí, es cierto -Le contestó una voz temblorosa.

-Ven, le dijo él -señalándole la puerta de la habitación-. Aquí tengo ropa seca y una toalla limpia. Sécate y cámbiate mientras te preparo algo caliente.

-Gracias -dijo ella.
Pasados unos minutos regresó la chica con la ropa puesta que él le había facilitado y con la suya mojada, en una mano. Tenía la cara pálida, el pelo mojado y despeinado y unas ojeras se veían alrededor de sus ojos hermosos.
-Siéntate al lado de la chimenea -le dijo él-. Ahora te traigo café caliente que estoy preparando.
Ella asintió con un movimiento imperceptible de su cabeza, como si se encontrara ausente del lugar y del tiempo en que estaba. Al poco rato él volvió con una bandeja y dos tazas de café caliente que humeaban y unas galletas. Le ofreció una que ella tomó con sus manos, como si quisiera que el calor externo de la taza le devolviera el que a ella le faltaba en esos momentos.
-Me llamo Victoria -dijo ella-, y te estarás preguntando muchas cosas, ¿verdad?

-Sí, es cierto, pero no importa. Mi nombre es Miguel.

-Lo sé, sé cómo te llamas, quien eres y a qué dedicas tu tiempo.

-¿Sabes todo eso? ¿Quien te lo ha dicho?
Una sonrisa se empezó a dibujar por los labios de la chica. Una sonrisa tranquilizadora, como una sonrisa de vida y de que su naturaleza estaba empezando a responder al reconfortante café que le habían ofrecido.
-¿Importan las preguntas ó el que esté aquí, ahora? -Le contestó con una mirada que le desarmó por completo.

-Bueno, es cierto que lo importante es que estás aquí, pero me gustaría saber los motivos.

-Es sencillo, llegué al pueblo, oí hablar de ti, de que escribías y vivías aquí solo. Se rieron por ello y gastaron alguna broma. Entonces alguien dijo que quizás necesitabas una musa para inspirarte y pensé...

-¿Qué pensaste?

-Nada Miguel, una tontería.

-Los pensamientos no tienen por qué ser tonterías, a veces pensamos como niños los mayores, pero eso no quiere decir que sean tonterías.

-Lo que sé es que a raíz de aquella conversación y mi pensamiento decidí venir aquí, a conocer este sitio y a conocerte a ti.

-La verdad es que podías haber elegido otro día y otro momento -Le dijo Miguel-. Y lo digo por la niebla y la lluvia. En realidad el sitio es muy bonito en días despejados.

-Sí, eso imagino, porque si con la niebla me ha encantado, supongo que sin ella será descubrir un mundo nuevo y diferente.
Se quedaron en silencio y Miguel aprovechó para colgar en un improvisado tendedero, dentro de la casa, la ropa de ella mojada para que secara con el calor de la lumbre que caldeaba la estancia.
-¿Y qué escribes, Miguel?

-Poesía y algún que otro cuento.

-¿Poesía? -le preguntó Victoria, con una sonrisa en la boca y el reflejo de unos ojos hermosos que iban cobrando vida.

-Sí, a la poesía es a la que dedico la mayor parte del tiempo.

-¿No es una manera de escribir ya en desuso, bueno, quiero decir que nadie utiliza?

-Tienes razón, solamente un pequeño número de escritores se dedican a escribir poesía.

-Y tú ¿por qué escribes poesía?

-Pues no lo sé, quizás porque me es más fácil expresar lo que siento.

-Interesante. Pero ¿necesitarás algo ó alguien que te inspire para escribir así?

-Sí, la vida.

-¿La vida? -Victoria se le quedó mirando con aquellos ojos que nunca iba a olvidar.
Se quedaron en silencio nuevamente. El le invitó a tomar otra taza de café a la que ella aceptó. Luego le dijo que podía tumbarse junto al fuego, en el sofá y así su cuerpo se recuperaría primero de la mojadura.

Vio como Victoria se levantaba y caminaba hacia el sofá, buscaba en el mismo una postura cómoda y cerraba los ojos. Miguel buscó una manta en la habitación contigua y la tapó con ella, cosa que Victoria agradeció con una sonrisa mientras se quedaba dormida.

Y allí estaba él, el hombre, el poeta, el que unos minutos antes buscaba a través de las ventanas de la cabaña con su mirada entre la niebla, contemplando aquella figura encantadora que ahora tenía a su lado, dormitando en el sofá.

Se quedó en silencio y cerró los ojos. Sabía que si los abría todo aquel momento se convertiría en un sueño. Un sueño hermoso pero irreal. La poesía y los sueños caminaban de la mano y él, el poeta, el escritor con alma de niño volvería a tomar la pluma y dejaría en el cuaderno los versos que ahora estaba trazando su imaginación.

Su cuerpo se estremeció al sentir el leve roce de algo parecido a un beso en su mejilla, pero no quiso, o no pudo abrir los ojos. En este estado oyó una voz que decía: "Adiós amigo, felices sueños y que escribas un lindo poema. Espero que no olvides al amor que vino hasta tu puerta y a
quien tú le diste tu hospitalidad"

Y aquel hombre, aquel poeta llamado Miguel, se quedó dormido con una figura en su recuerdo, con unos ojos y una sonrisa que nunca olvidaría y con un nombre que pronunciaría muchas veces: "Victoria"

Rafael Sánchez Ortega ©
22.06.06

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