jueves, abril 16, 2009

DE VUELTA A CASA





Esperaba en aquella estación la llegada del tren. Sabía que hoy día 13, ella, llegaba de vuelta de ese corto viaje realizado con motivo del puente de Semana Santa. No había llevado flores para recibirla, aunque sí se había arreglado y su aspecto era atractivo y agradable.

Mientras esperaba pensó en lo corto que se pasa el tiempo y en lo larga que se hace la espera. Quizás ese tiempo corto era similar a ese paso del tren de mercancías que ahora cruzaba ante la estación, mientras dejaba en el aire el sonido inconfundible del traqueteo de sus vagones cargados de coches y bobinas. Pero también, el tiempo, se hacía largo en la espera, como en aquellos viajes que recordaba de su infancia, cuando marchaba a Valladolid y Madrid, sentado en aquellos compartimentos cerrados, donde en un mundo desconocido, vivía unas horas, compartiendo el silencio y la soledad.

Recordaba aquellos tiempos y la mirada de reojo a los vecinos de asiento, a la señora que tenía delante y que miraba ensimismada por la ventanilla, los inmensos campos de trigo y las llanuras de Castilla que no tenían fin, en aquella alfombra dorada.

También recordaba la noche interminable, con las sombras, y la luz apenas imperceptible que iluminaba el compartimento y que se reflejaba en el cristal, impidiendo ver con claridad, lo que la oscuridad ocultaba celosamente.

Pero no podía olvidar los ojos inquietos que miraban y buscaban una respuesta, quizás una ayuda ante el cansancio y la postura, quizás un recuerdo lejano que llegaba en ese sueño que pugnaba por cerrar los párpados, dejándose mecer por el movimiento sincronizado del tren al moverse por las vías.

Es cierto que aquellos fueron otros tiempos, que hoy las comunicaciones habían cambiado, que no se utilizaba tanto el tren y que aquel medio de transporte había sido sustituido por autobuses de gran potencia y autonomía en el desplazamiento, así como las vías aéreas de comunicación, que en las diferentes provincias existían y comunicaban todo el país.

Sin embargo había acudido a la estación con la esperanza de que ella volviera en ese tren que estaba a punto de llegar y que, a lo lejos, lanzaba un pitido anunciando su presencia, tras el arco del recinto.

De repente se puso nervioso al darse cuenta de que no había preparado nada para decirla, que ni siquiera sabría qué le iba a contar ó preguntar, cuando estuviera a su lado. Lo mejor sería interesarse por su viaje, por esos días pasados fuera de la ciudad, por esas mini vacaciones y por el tiempo que hizo en aquel lugar donde se había desplazado. Pero desechó esta idea por considerarla algo vulgar. Debía preguntarle si lo había pasado bien, si había recibido su mensaje, el que le mandó noche tras noche, cuando antes de irse a la cama, salía a la ventana para ver la estrella en lo alto y decirla que sí, que allí estaba esperando su vuelta, como la estación donde ahora se hallaba, esperaba día tras día y a la misma hora, la llegada del tren de pasajeros.

El tren hizo su entrada en la estación y rechinaron las ruedas con la frenada, en un suave silbido imperceptible. Se abrieron las puertas y empezaron a salir pasajeros que caminaban por la estación buscando la salida. Y de pronto la vió. Venía arrastrando su maleta; ese nuevo modelo articulado, donde unas ruedecillas hacían ese servicio hoy en día, y que hace años era algo impensable.

Entonces dio unos pasos y fue a su encuentro. Ella se detuvo y ambos se miraron. El no fue capaz de pronunciar una palabra de las muchas que, unos momentos antes, había improvisado y solamente pudo tomarla las manos, mirar sus ojos y simplemente depositar un beso en sus labios. Luego se separaron y sus ojos comenzaron a decirse, sin palabras, aquello que ellos no eran capaces de llevar a sus labios.

A su lado, en la vía muerta de la estación, un tren, cansado de un largo viaje, descansaba del mismo y a la vez era testigo de excepción de este encuentro. Quizás, a lo largo de su vida, había sido también testigo de numerosos encuentros, como éste, y también Notario de besos y llantos entre las personas que llegaban y las que esperaban en los andenes.

Rafael Sánchez Ortega ©
13/04/09

3 comentarios:

Susurros dijo...

ella espera verle alli, con la sonrisa prendida en el alma...

Besos..

La sonrisa de Hiperion dijo...

Miles de veces he impovisado en silencio, para mí, mi declaración de amor a una de las mujeres de mi vida. Siempre la he cagado... Nunca he llegado a volver a casa, pero con la mujer que debiera...

saludos!

Maktub dijo...

Reencuentros, la espera vale la pena.. En la mirada, los ojos del alma. Agradezco el comentario por aquellos pagos, Paz Interna. Hasta otro momento.