viernes, junio 23, 2006

TRAS EL ATARDECER


Después de haberse ocultado el sol tras el mar, llegó la noche dejando un escalofrio en sus cuerpos. Ellos así lo entendieron y sin decir nada, se besaron, bajaron desde el sitio donde habían estado contemplando el atardecer y tomados de la mano volvieron por la orilla del mar hasta su casa.

El llevaba entre sus manos aquella mano fina y suave, aunque curtida en mil batallas, de pelea con los pinceles y los óleos. Ella sentía la mano de él que tomaba la suya; era una mano grande, abarcaba a la suya en su interior y la hacía sentirse protejida.

Llegaron ante la Capilla y allí, en unos bancos de madera, al abrigo de la brisa de ese anochecer, buscaron la complicidad de la sombra que daba la marquesina para fundirse en un abrazo interminable. Sus labios se buscaron, mientras las manos buscaban el cuerpo amado para dar esa caricia y recibir a la vez esa sensación de ardor y plenitud.

El beso se hizo eterno, mientras arriba, las gaviotas volaban hacia la costa a buscar su nido donde pasar esas horas hasta el amanecer.

Sin decirse nada, sin mediar palabra, tan solo con una mirada donde pudieron ambos ver el brillo de las pupilas amadas, emprendieron de nuevo la marcha, caminando aprisa para llegar a casa.

Ambos deseaban amar y ser amados, poseeer y ser poseidos, tener y ser tenidos, enloquecer de amor y ser a su vez unos locos convencidos de que aquel momento era real, único é irrepetible.

Y así, dejaron atrás el mar, la barra, la Capilla. Y él con su Mar y ella con su amor, comenzaron un verdadero sueño, donde la fantasía daba paso a la realidad y donde cada segundo era vivido, sentido y gozado en toda su extensión y plenitud.

Rafael Sánchez Ortega ©
14/04/05

1 comentario:

Mey dijo...

Unico... me ha encantado