miércoles, enero 17, 2007

RECUERDOS DE LA MONTAÑA

Marcho del mar a ese otro mundo mágico de la montaña. Allí, al pie de las cumbres, en algún refugio que solo frecuenta la gente montañera he visto salir la luna y brillar las primeras estrellas.

He salido en la noche a mirar en la oscuridad ese brillo parpadeante y a embriagarme de ese espectáculo que se ofrecía a mi vista. En momentos como esos que, recuerdo gratamente, de nuevo un escalofrío de sensibilidad ha recorrido mi cuerpo. Estar allí, mirando aquel cuadro, sintiendo el parpadeo de las estrellas enviarte esos mensajes en clave, como invitándote a que subieras a ellas, aunque fuera en un dulce sueño. Seguir en ese lugar mientras te subes el cuello del polar para abrigarte del frío de la noche.

Sentir que tu ser se transforma, que se ve envuelto de un halo misterioso y que esa luna que aparece entre las nubes y se arrastra entre las cumbres va pidiendo tu cariño, igual que las estrellas que con sus guiños derraman pequeñas lágrimas en la noche, que de vez en cuando ves rodar por ese cielo en forma de estrellas fugaces que pasan raudas.

En momentos como esos hubiera querido tener la potestad de tener entre mis manos el reloj del tiempo, para poder parar el mismo, y detener esos instantes. Hacer que los mismos se quedaran en mi retina de una manera tan profunda para luego, poder recordarlos, cuando baje de esas montañas, cuando me vuelva a mi pueblo y cuando llegue hasta mi mar, para contarle todo esto.

En momentos como esos es imposible retener los sueños, y te encuentras rodeado de ellos por todas partes. Así recuerdas aquel sueño en que bajo la luz de la luna miraste el fondo de la pupila de la persona amada, viendo en su reflejo abrirse las ventanas de un alma mientras tus labios buscaban los suyos y sentías que su cuerpo se estremecía con tu abrazo, a la vez que participabas de ese momento, hoy, grabado a fuego en tu recuerdo.


Parecía como si la luna, las estrellas y la noche misma con su manto os acariciaran haciendo que la comunión de ese cariño y ese amor que allí bajo las sombras oscuras, se prolongaba y extendía de un cuerpo a otro, haciendo que nacieran nuevos sueños, nuevas ilusiones y que la vida dejada atrás, en el refugio, en el pueblo lejano, era solo una utopía y algo a donde no quisieras nunca volver.

Por eso en estos lugares tan apartados y tan bellos de la montaña, igual que en la orilla del mar, se encuentran los sueños, se encuentra el amor y se puede encontrar la paz.

Rafael Sánchez Ortega ©
28/04/05


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