domingo, junio 03, 2007

LA LUZ


Juntó las manos y miró al cielo, en una plegaria silenciosa, como tratando de obtener una respuesta, a las mil preguntas que venían a su cabeza.

Muy cerca el mar rompía contra la costa, mientras un balandro, con las velas desplegadas, navegaba balanceándose, surcando las olas, como si el mar fuera una madre que estuviera meciendo a una criatura débil e indefensa.

En tierra alguien suplicaba, en una oración que salía de sus labios, pidiendo al Cielo le diera una muestra para seguir navegando por la vida, igual que aquel velero que ahora veía y que zarandeado por las olas, como si fuera un niño pequeño a quien su mamá acuna, trataba de entrar en la bahía, hacia el puerto, para dormir placidamente.

Esta persona había llegado hasta allí después de recorrer un duro camino por la vida. Había luchado, había sufrido, pero también había tenido momentos donde la risa había aflorado a sus labios y otros donde la luz brillaba en sus pupilas.

Ahora, con las manos unidas estaba allí, suplicando de ese cielo las fuerzas ó quizás la señal para seguir caminando y para seguir viviendo.

Cerca de donde estaba, entre unas rocas, crecían unas hierbas y entre ellas destacaba la blancura de una margarita que se alzaba rompiendo por un lado el color verde de las plantas y por otro el color gris oscuro de las rocas de la costa.

"Pequeña flor que crece en primavera..." Recordó unos viejos versos leídos en alguna parte hasta que cayó en la cuenta de que esos versos, primeros de un poema, habían brotado un día de su mano en un homenaje a la vida y concretamente a la naturaleza y a la primavera que se veía salir y nacer por doquier.

"...Eres feliz, ¿qué mas puedes pedir?..." Sí, ese era otro verso de aquel poema. ¿Pero cómo seguía?, ¿dónde estaba la felicidad y qué precio había que pagar para conseguirla?

La vida continuaba con la primavera y con el invierno, también en el otoño y el verano. La vida continuaba todos los días del año a pesar de la angustia y sufrimiento que pudiera ahora existir en el alma. Pero faltaba algo, quizás esa palabra de ánimo, ese beso de la naturaleza, esa palmada en la espalda, que animara, para seguir adelante y continuar el camino.

Un débil rayo de sol rasgó el cielo y mandó entre las nubes un mensaje a sus pupilas. Cerró los ojos, aspiró profundamente haciendo que el yodo y el salitre del mar penetraran en su cuerpo y en su alma.

Sintió como si una mano invisible acariciara su alma, como si fuera la ola del mar acunando al velero y comprendió, por fin, que sí, que la vida tenía sentido, que merecía la pena luchar y sufrir, aunque solo fuera para recibir la satisfacción de unos segundos como aquellos, donde la paz y el equilibrio hacían que el alma se renovara, percibiendo con mas fuerza si cabe a esa vida que sí tenía sentido y valía la pena seguir caminando por ella, a pesar de todo, a pesar de los demás y a pesar de sí mismo.

Abrió los ojos. Ahora el sol lucía con mas fuerza y mandaba sus rayos a todo lo que le rodeaba. Parecía como si el cuadro de unos minutos antes hubiera cambiado gracias a la luz. Y efectivamente así había ocurrido. ¡La luz!, quizás esa era la respuesta, quizás había que buscar cada día ese rayo de luz, ese rayo de esperanza que mantuviera encendida la fé en la vida y el Destino.

Se despidió del mar mirando aquellas olas. Se despidió del mar azul, inmenso, sin fronteras ni horizontes que le ataran a ninguna parte. Y de la misma manera que la barca de vela entraba por el puerto, tras una larga singladura, y enfilaba la ría hacia el puerto, encaminó sus pasos de vuelta a su pueblo, marchando a su casa y volviendo a la vida, ¡a su vida y realidad!.

Rafael Sánchez Ortega ©
12/05/05

3 comentarios:

@Igna-Nachodenoche dijo...

De prosa ágil, y amena, tanto que te transporta.

lunilla dijo...

sueños hermosos los tuyos.

xis dijo...

Nunca dejemos de soñar....
Cariños
Desde el corazón de América del Sur