viernes, septiembre 12, 2008

AQUELLOS CANARIOS DE MI INFANCIA


A veces nos quejamos de la soledad, de nuestra propia soledad, sin embargo esta mañana, al salir de casa vi algo que me hizo pensar. En una ventana vecina había una jaula pequeña con un pajarillo dentro, un canario con su plumaje amarillo.

Al verle pensé en su soledad, en esa que yo muchas veces busco ó rehúyo, pero que no me viene impuesta por nada ni nadie, salvo en esos momentos en que todos, tenemos nuestra parte anímica en baja forma y pensamos que somos el centro del universo.

Porque en definitiva es así. La soledad existe en nosotros y es nuestra compañera. Unas veces la buscamos, cuando añoramos, soñamos ó simplemente tratamos de buscar una justificación a muchas cosas que sin tener una explicación clara pasan en nuestras vidas.

Otras veces huimos de esa soledad y nos amparamos bajo el paraguas dudoso de personas que nos ofrecen su techo, o buscamos situaciones que nos hagan sentirnos que no estamos solos, que somos algo más que ese granito de arena insignificante en medio del universo.

Pero ¿y ese pajarillo enjaulado?, ¿qué representa? ¿Cuál es el significado de su soledad? ¿Por qué tiene recortada su libertad en ese espacio minúsculo y no puede volar ni gozar de la primavera naciente?

Al verle recordé años pasados, cuando de niño tenía un profesor que en su clase acumulaba decenas de jaulas para criar canarios y jilgueros.

Recuerdo con ternura aquel episodio del pasado y también los momentos perdidos en que dejé vagar mi pensamiento y fantasía arrullado por el dulce canto de los pajarillos.

Volví a ver el salto inquieto, entre los barrotes y los palos de las jaulas, de aquellas criaturas prisioneras, que nos miraban y hablaban en ese lenguaje inteligible y maravilloso que me llegaba al alma.

Una mañana de primavera, en uno de esos recreos de la clase, me acerqué en silencio hasta una de las jaulas. Había una pareja de canarios que se mostraban inquietos por mi presencia. Los compañeros había salido a jugar y el profesor no estaba en clase.

En un acto instintivo abrí la puerta de la jaula y me volví a mi pupitre. Al poco rato, y con el miedo en el cuerpo, uno de los canarios salió de la jaula y dio el primer vuelo en libertad. A continuación su pareja también salió y batió sus alas durante unos segundos en el aula vacía.

Y los vi salir por la ventana abierta. Una ventana diferente a la que habían tenido en su jaula de barrotes. Y las dos quedaron abiertas, la puerta de la jaula y la ventana, y allí en un pupitre, con la clase vacía estaba yo, un niño, alguien que había abierto una puerta permitiendo a unos pajarillos volar y decidir por sí mismos.

Entonces me sentí orgulloso de mi hazaña, creí que había contribuido a algo digno ya que pensaba que nadie debía estar ni ser prisionero de nadie y menos estos seres tan delicados e indefensos y con ese canto precioso que salía de sus picos.

Salí a jugar con una sensación nueva, como si yo también me hubiera liberado de un peso, el de ver una de aquellas jaulas con las aves encerradas, cantando al infinito y pidiendo, (eso creía yo), en que una mano de seda les concediera la libertad soñada para vivir esa primavera que nos rodeaba.

Pero lo malo estaba por llegar, ya que al llegar al patio vi con estupor a un grupo de compañeros que hacían corro y al acercarme observé que uno de ellos tenía en sus manos a un canario que al parecer, como apenas sabía volar, en uno de esos vuelos primerizos fuera de la jaula, un coche que llegaba le había golpeado en algún punto vital. Y allí estaba, muerto, entre las manos del compañero que acariciaba su plumaje amarillo.

Ni que decir tiene que me sentí mal, muy mal, sobre todo al principio ya que un sentimiento de culpa se apoderó de mi alma, al señalarme como culpable de ese accidente con aquel gesto de querer poner en libertad a los pajarillos.

Luego, una voz interior me dijo que no me preocupara, que toda libertad tiene un precio y que al menos el otro canario no había sido encontrado, y que quizás ese era el precio que el destino tenía reservado a los dos y mientras uno debía morir el otro podía gozar de esa libertad.

Es curioso pensé, esta mañana, como cosas del hoy, detalles que vemos, nos acercan con nostalgia a ese ayer de nuestras vidas, tan lejano en el tiempo y a la vez tan cercano en el recuerdo.

La vida es un algo misterioso y nuestra vida lo es aún más ya que somos la parte central de la misma con todo lo que gira en torno a ella. Amamos y odiamos, reímos y lloramos, pasamos del blanco al negro en función del qué ó del cuándo y siempre estamos ahí, en el centro de esa vida, donde cada impulso vital, cada nervio y chispa que se mueve a nuestro alrededor obedece a que estamos vivos y sentimos con toda intensidad lo que ocurre a nuestro alrededor.

Rafael Sánchez Ortega ©

21/04/06

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