viernes, septiembre 12, 2008

MONOLOGO CON UNA ROSA




La mañana se estiraba perezosa en ese día de Mayo. Nuestro hombre paseaba por el parque, junto al paseo marítimo y de pronto algo le llamó la atención y acudió a su lado. Vio la rosa en el jardín y de una manera instintiva se acercó a ella. Tras el rosal, donde se encontraba, y al fondo, se extendía la bahía y sobre ella un mar en calma y levemente rizado ofrecía una panorámica de paz.

Sus dedos rozaron suavemente los pétalos y buscaron el talle para cortar la flor y entregarla a la persona que ocupaba su corazón. Sin embargo, en el último momento, algo hizo que detuviera ese acto y pareció como si de la propia rosa surgiera una figura de rasgos indefinidos que le miraba con su carita tierna.

Se detuvo y comenzó un monólogo que era como una justificación ante lo que deseaba hacer:

-"Sí, lo siento mucho, pero voy a cortar la rosa para llevársela a ella. Se la daré luego cuando la vea, y si no es posible en la tarde se la daré en la noche que seguramente nos veremos. Le prometí una rosa y eso hago todos los días. No, no es algo así como una obligación, es otra cosa. Es, ¿cómo lo diría yo?, una especie de compromiso conmigo mismo para decirle que la quiero, para mostrarle que la aprecio y para que vea que el cariño que siento por ella es sincero, que no hay nada detrás que yo oculte y nada que ella no pueda aceptar.

-¿Qué si la quiero?, sí, eso es evidente, pero quizás lo que me preguntas es si la amo. Bueno, verás esa pregunta me la he hecho muchas veces. Amar es algo muy serio, no se puede jugar con los sentimientos de las personas. Yo sé lo que siento, y también sé que ella me quiere. Ella es una buena chica y sí, también la quiero, pero la quiero así, como la he conocido, libre y que sea siempre ella misma. Con ese espíritu soñador, con su alma viajera, con su sonrisa a flor de labios, su pelo rizado, su mirada huidiza entre la arena de la playa, su oído atento al rumor de las olas y con esa figura inclinada sobre el libro que lee, a veces, en la roca, mientras deja vagar su pensamiento por el infinito.

-Hoy es un día especial, ¿sabes?, es su día. Todas las personas tienen su día y hoy es el de ella. Yo le prometí, bueno no es cierto eso, no la he prometido nada, pero sí que quizás me prometí a mi mismo el enviarla una rosa y un beso para que la acompañaran discretamente en este día tan suyo.

-Sí, ya sé, que si le mando la rosa prometida el rosal se quedará huérfano y tú no volverás a ver el mar y la bahía. Pero ¿qué puedo hacer? Me gustaría que ella tuviera la flor y el beso y que ambos sirvieran, aunque fuera de una manera abstracta y subjetiva, para que se acordara de que alguien, aunque lejos de su lado la quiere mucho.

-¿Qué me dices?, ¿qué no te corte?, ¿qué te deje aquí, mirando el mar y sintiendo el soplo del nordeste?, Pero eso no es posible, ya que si lo hago no recibirá mi mensaje, ese que quiero enviarle y que ella sienta como algo especial de mi parte en este día.

-¡A ver, no te acabo de entender! ¿Me dices que te deje su beso, que le deposite en tus pétalos y que tú se lo entregarás cuando la veas?, ¿cómo estás segura de que pasará a tu lado, de que vendrá a este rincón y reparará en ti?. Ella tiene muchas cosas que hacer, apenas dispone de tiempo y cuando lo tiene trata de descansar del duro día.

-Que sí, que sé también que es soñadora, pero a diferencia de mi ella sueña con los pies en el suelo. Con esos pies que descienden de sus largas piernas tan bonitas y de ese cuerpo tan lindo coronado por una cabeza bien sentada sobre sus hombros a diferencia de la mía que anda a pájaros y soñando como un niño.

-No sé si creerte, eso de que me aseguras de que sí vendrá, que lo suele hacer a menudo, y que pasa por este rincón para mirar y ver el mar, para aspirar el olor de tus pétalos. ¿Tratas acaso de engañarme para que no corte la rosa, para que te deje con vida un tiempo más hasta que otra mano desaprensiva venga y te lleve?

-Creo que en el fondo me has convencido, aunque algo me dice que debería cortarte y llevarte a su lado, pero bueno... Te haré caso y te voy a dejar un beso en tus pétalos para que cuando venga, como me dices, en la tarde, hasta tu lado la digas que he estado aquí, que he pensado en ella mientras hablaba contigo, que he mirado el mar y la bahía, que he contemplado las barcas balanceándose sobre las olas, que he aspirado el olor a salitre que traía el fino viento del nordeste y que incluso he visto la silueta de la luna llena recortándose en el cielo, como queriendo ser testigo de este compromiso entre tu y yo.

-Así que rosa amiga, dile todo eso, cuéntale que he estado aquí, que vine a tomarte para ella. Dile que la quiero, pero no la digas lo que has visto en mi alma. No, eso no se lo puedes decir, porque es y debe ser un secreto entre tú y yo. Yo la quiero y eso es lo que deseo que sienta, que tiene mi cariño y comprensión, que estoy a su lado y que viene conmigo a todas partes, que la recuerdo con frecuencia y que sueño, sí, porque las personas mayores también sueñan, aunque puedan sentir como niños, en que un día, en algún lugar y donde menos se lo piense la miraré a los ojos, veré su sonrisa, la tomaré de la mano y le daré un beso sincero en sus mejillas que saldrá de lo más profundo de mi corazón.

-Adiós amiga rosa, vine a cortarte y acudí con una extraña sensación por lo que iba hacer. Por una parte me daba alegría tomarte para ella y por otra me sabía mal hacerlo ya que tú no merecías ser cortada y privada de estos momentos en que la primavera de la vida te ofrece la oportunidad de que todo el mundo pueda verte y sobre todo unos ojos especiales, sí, porque lo son, y son tan diferentes, que sin conocerles me tienen cautivado"

Y aquel paseante madrugador siguió su camino con aquella sensación extraña y misteriosa provocada por el tacto entre sus dedos, de los pétalos de la rosa que unos minutos antes había acariciado y donde en ellos había dejado un beso para la persona amada, mientras que aquella figura, de rasgos indeterminados, que había ocupado el lugar de la rosa durante esos minutos, desaparecía dejando en su lugar a la flor tan bella, a esa rosa solitaria con la que había mantenido este monólogo.

Rafael Sánchez Ortega ©
12/05/06

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