viernes, septiembre 12, 2008

CARTA A UNA AMIGA EN EL CIELO


Querida Amiga...

¿Acaso puedes creer que me he olvidado de ti y de aquellos momentos maravillosos, en que ambos compartimos el silencio de la noche, bajo la luz de la luna? ¿Crees acaso que he podido olvidar los ojos, tus ojos, que miraban a los míos buscando en ellos el reflejo de la luz que llegaba desde el cielo?

No, querida amiga, eso no es posible que suceda, por la sencilla razón de que aquellos momentos mágicos pasados siguen vigentes en mi recuerdo. Y siguen en toda su plenitud por la sencilla razón de que conservo el encanto de los mismos y de todo el entorno que los rodeaba muy dentro de mi alma, en un lugar preferente de mi corazón.

¡Cómo poder olvidar aquella noche, en que con dolor me contabas tus penas y el rayo de esperanza que anidaba en tu espíritu ante la noticia de que aún era posible tu curación! Y fuiste tú, precisamente, la que al ver mi cara de susto me animabas y alentabas a que no me apenara, que todo iba a salir bien, que la naturaleza era muy sabia y que con la ayuda de Dios lo superarías.

Tampoco puedo olvidar la tarde en que te enseñé a escondidas, y con cierto rubor en mis mejillas, los poemas que había venido escribiendo y que nadie conocía. Recuerdo aquel momento en que tras leer los primeros versos me miraste fijamente y preguntaste si de veras aquellas líneas estaban escritas por mi mano.

Al confirmarte que sí, que esos poemas eran creación de mi cabeza en momentos quizás en los que el corazón necesitaba una válvula de escape, una salida para dejar fluir los sentimientos y toda la carga emocional, que como persona soñadora llevo dentro, me miraste fijamente y dijiste una frase que nunca olvidaré: "Nunca dejes de escribir"

Con el paso del tiempo nos vimos más veces, muchas quizás pero pocas a la vez, aunque las suficientes para cimentar una amistad y unos recuerdos que hoy conservo y que han perdurado a pesar del tiempo, de las circunstancias y de las personas que nos rodean.

Supe de tu lucha constante con la enfermedad y viví a tu lado aquellos momentos interminables, pero llenos de misterio y ternura. Misterio porque nunca sabíamos qué nos depararía el día de mañana y cuando la supervivencia era así, de esa manera, como un caminar diario sin pensar en el mañana, solamente mirando el presente. Y fuiste tú, querida amiga, quien hiciste posible esa travesía, con tu ternura, con tus palabras dulces y suaves y con esa mirada de tus ojos sinceros que llegaban al fondo de mi alma.

Los días iban pasando y yo creía en mi interior que estábamos ganando la lucha, y como ves estoy pluralizando, porque tu lucha la convertí en mi lucha, igual que tú convertiste mi lucha inicial y mi reticencia para que saliera del mundo de las sombras y depositara mis poemas en diferentes concursos y foros.
Así llegó el rayo de esperanza en el mensaje de la ciencia diciendo que existían grandes posibilidades de que pudieras superar tu enfermedad. Igual que la noticia de que una editorial se interesaba por mis escritos y solicitaba permiso para hacer una edición seleccionada de algunos de mis poemas.

Y ambos compartimos aquel triunfo doble y brindamos por ello. Recuerdo esa noche, el paseo en la playa tomados de la mano. La luna en lo alto mirándonos con su luz tan brillante que hacía proyectarse la silueta de nuestros cuerpos como una sombra más aguda entre las sombras de la noche, pero teniendo a la vez una sonrisa enigmática que no supimos descifrar.

Luego todo se precipitó de una manera rápida e imprevista. Ingresaste en el hospital, donde te visité varias veces. Tu estado empeoró sin razón lógica y sin que los médicos supieran darme una respuesta a las miles de preguntas que les hice.

Empezaste a mirarme de una manera diferente, a preguntarme constantemente por mis cosas, por mi trabajo, por mis escritos, los poemas que al parecer tanto te habían impresionado. Un día pudiste ver una lágrima rebelde bajar de mi mejilla y llevaste tus dedos a mis labios para enjuagarla. Me miraste fijamente y besaste mi mano para dejarla luego apoyada en tu corazón.

Entonces me hiciste una pregunta y comprendí que el castillo, mi castillo de sueños e ilusiones estaba a punto de romperse en mil pedazos: "¿Seguirás escribiendo?" Y te mentí al decir que sí, que lo seguiría haciendo, que siempre lo haría y que tú serías la primera en recibir mis escritos y en saberlo, ya que mis versos serían única y exclusivamente para ti.

Volví a verte unos días más tarde, cuando me llamaron para que acudiera presuroso pues el final estaba cerca. Entré a tu cuarto, tus ojos vidriosos, pero llenos de una vida que se escapaba por momentos me miraron, tomé tus manos frías entre las mías y sentí como tus dedos se aferraban fuertemente, como queriendo transmitirme esa parte de tu ser que se resistía a marchar y entonces yo le pedí al Cielo que me diera la oportunidad de poder ser yo, quien con mis manos pudiera darte la fuerza necesaria que te faltaba para que sobrevivieras, para que tu vida no partiera y me dejara solo.

Y así marchaste de mi lado, con la mirada perdida buscando mi cara, tus manos aferradas a las mías y aquel último aliento que dejaste en un susurro al decirme quedamente: "Escribe..."

Y me dejaste allí, plantado, mirando tu cuerpo ya sin vida. Con mi castillo roto y el espejo de mis sueños reflejando mil retratos. Mi vida era tu vida, mis sueños un regalo, pero mi vida y mis sueños no eran nada, sin tenerte a ti a mi lado.

Y hoy recibo esta carta tuya, la que escribiste un día cualquiera, sabiendo ya mejor que nadie y mucho más que yo que tu vida se acababa, que el aliento de la ciencia era solo un descanso momentáneo, pero que la enfermedad seguía su curso. En ella me dices tantas cosas. Me hablas de ese largo viaje que emprendemos al nacer, de la vida que vivimos, de los sueños y de la realidad que nos rodea. Me hablas de ti, de tu amistad, de lo mucho que supuso el conocerme. Del cariño que creíste recibir y sobre todo me hablas de mis poemas. De ese trabajo que tanto te impresionó y te hizo verme como una persona diferente.

No, querida amiga, no te he olvidado ni tampoco puedo hacerlo. Es muy difícil olvidar a alguien a quien tanto se ha querido y con quien se ha compartido tanto tiempo, tanta vida y tantos sueños. Me dices en tu carta que "solo los soñadores pueden cambiar con facilidad el cristal en su retina y pintar de belleza y colorido cuanto les rodea", pero yo añado que para que ese cambio se produzca debe haber una presencia que haga posible ese cambio y hasta el momento la sombra de tu recuerdo es muy alargada y profunda para ello.

Siempre supe que habías leído mi alma y que pudiste descifrar "la letra pequeña, escrita con tinta invisible, para quien lee en ella como en un libro abierto" Como tú bien dices "no se puede predecir la carta final que el destino guarda en su manga. El mañana es incierto y no ha nacido"

Por eso ahora, al escribir esta carta y despedirme, te digo que no, que no abandonaré ni me alejaré. Estoy cansado de huir y marchar de lo que amo y forma parte de mi vida y tu bien pudiste comprobarlo. De ahí las palabras sabias de tu carta: "Siempre va a haber gente que te dañe, pero también, y recuerda esto, van a existir otras gentes que te tiendan una mano amiga" "Tu vida está en la escritura. Te gusta escribir y lo haces sabiendo que llevas al cuaderno todo lo que sientes y piensas, de una manera libre y espontánea. No reprimas ese impulso y deja que tu corazón lo vuelque con premura. Piensa, que al igual que yo, otras muchas personas pueden recoger las semillas que tu siembras y que el amor y la sensibilidad, al final darán sus frutos"

Con todo mi cariño para ti, amiga mía, cuya alma sé que está descansando en el cielo, en una nube de cristal.

Rafael Sánchez Ortega ©

27.02.06

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