viernes, septiembre 12, 2008

EL ULTIMO RELATO



Encendió un cigarrillo y se dispuso a escribir el último relato. Durante unos segundos se quedó en silencio saboreando el sabor a nicotina y pensando en el tiempo transcurrido. No tenía sentido seguir pensando en el pasado ni tampoco volver a rememorar aquel proyecto que un día vino a su cabeza.

Dio una calada y aspiró el aire viciado por el tabaco que llevó a sus pulmones. Era consciente de que fumar no era bueno y sin embargo lo hacía. En realidad tampoco sabía por qué fumaba ya que no era un adicto, pero de vez en cuando tenía necesidad de tener entre los dedos aquel pitillo que se iba consumiendo lentamente.

Una melodía sonaba en el reproductor que tenía a su lado. En momentos como aquellos se dejaba envolver por la música y así la tristeza parecía diluirse entre un manto de nubes y columnas de humo que subían hasta el cielo.

Había salido a pasear en la tarde, como tantas veces, y sus pasos se dirigieron a la playa. Una música amarga le llegó a sus oídos desde dentro de su alma. Quizás era el sonido del mar bravío que llegaba, con aquellas olas blanquecinas y gigantes que rompían levantando una cortina de espuma que salpican levemente, con sus gotas, al paseante.

Al recordar ahora el sonido de aquella música escuchada, pensó que la misma pudiera ser el contenido de las letras leídas, que tanto daño le habían causado, y que ahora rezumaban, con un recuerdo y tristeza, desde su corazón.
Recordaba algunos fragmentos de aquel escrito que no olvidaría...

"...A veces los ángeles bajan a la tierra y se posan en las nubes de cristal para mirarnos. Otras veces somos nosotros, los humanos, los que subimos a esas nubes de cristal para mirar el mundo, cruzar fronteras y simplemente pasear por esos cielos. Entonces podemos encontrar a esos ángeles allí, en la nube de cristal, y sin quererlo, dormiremos a su vera un dulce sueño..."
¡Cuán cierto era ese párrafo! El había subido a una nube de cristal para mirar el mundo, para soñar y amar una utopía, pero no se dio cuenta de que todo era solamente un sueño, un juego del destino, un capricho del azar y nada más alejado de la realidad en que vivía.

No, no existía ese ángel que a la vez bajara a la nube de cristal para mirar el mundo con él. Ni tampoco existía esa persona que en sueños le ofreciera su pecho para descansar un momento después del duro viaje.

Ahora tenía que partir, decir adiós a todo. Atrás dejaría sus sueños, aquellos con los que había vivido intensamente hasta el punto de no saber dónde terminaban los mismos y dónde empezaba la realidad.

Tenía que olvidar los paseos por la playa en la noche estrellada, el caminar de la mano con los pies en el agua sintiendo el calor de la persona amada, el beso furtivo robado bajo la luz de la luna, el palpitar gozoso de su corazón mientras su mano acariciaba el tibio seno... ¡Debía hacer morir esos sueños!

¡Sí! todos aquellos sueños se desvanecerían ahora al terminar la música que salía del reproductor, igual que terminaría el cigarro que tenía entre los dedos. Se quedaría con el recuerdo de esa otra música amarga escuchada en las olas que, como en un reproche, le decían que era un cobarde por abandonar ahora, todo aquel mundo de los sueños, en el que había puesto tanto cariño y tanto amor.
Pero tenía que hacerlo, debía abandonar el proyecto emprendido. La vida no era un juego y se trataba precisamente de eso, de su vida. Había cruzado el mundo de los sueños y se estaba precipitando hacia un abismo. Era consciente de ello. El había ofrecido todo lo que tenía, que era bien poco. Sin embargo sabía que estaban jugando con sus sentimientos y también sabía que la última carta que tenía sin descubrir era la que le daba como perdedor de la partida.

Le vino a la cabeza otro pasaje del escrito recibido en la mañana...

"...Tu volarás por tu cielo, en esa nube de cristal, y yo me quedaré aquí, en la tierra, con la soledad y mis sueños..."

En realidad era cierto, sólo que los protagonistas estarían invertidos. El no volaría por el cielo a buscar una nube de cristal. Se quedaría en la tierra, allí donde siempre había estado. En soledad y silencio buscaría otra nube con los pies en el suelo y simplemente soñaría con las formas caprichosas que la misma tenía. Podría imaginar todo un mundo y universo de formas y personas, sería también un sueño, pero esta vez soñaría despierto.

Apagó el cigarrillo consumido en el cenicero y se quedó mirando la voluta de humo que subía hacia el techo en un intento de perpetuar el olor y la esencia del tabaco.
Fumar no era bueno, lo sabía, pero tampoco era bueno soñar y siempre fue consciente de ello. Sin embargo, a pesar de saberlo, no podía dejar de hacerlo pues tanto el tabaco como los sueños formaban parte de su vida y de ese mundo dependiente al que estaba estrechamente unido.

Alguien le dijo una vez que solamente sueñan los niños, que las personas mayores no sueñan, que solamente viven la realidad. Y él, el hombre con alma de niño, quizás el romántico doncel de las viejas novelas de caballería, estaba allí soñando, simplemente, una vez más.

El cigarrillo estaba completamente apagado y la música había dejado de sonar en el reproductor. Abrió el cuaderno y tomando la pluma puso la palabra Fin. El sueño había terminado y con él el relato.


Rafael Sánchez Ortega ©

17.02.06

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