viernes, septiembre 12, 2008

LA ROSA BLANCA


La mañana de aquel día gris de invierno invitaba a pocas cosas. Cristina había madrugado para ducharse, preparar la casa y partir a ese curso de informática que venía recibiendo desde hacía unas semanas.

En realidad no lo llevaba mal, estaba contenta con los conocimientos adquiridos. Ella poseía unos conocimientos básicos y este curso le estaba sirviendo para adentrarse en otras materias y dar los primeros pasos en programación, hoja de cálculo e incluso para perderle miedo a la computadora, ya que hasta pocos días antes, todo ese mundo le parecía algo fuera de su alcance.

Pero no, en realidad no era tan difícil, de ello estaba convencida, y quizás este curso le diera la oportunidad de encontrar un trabajo, aunque si no fuera así habría aprendido algo ya que aplicaría en su casa los conocimientos que ahora recibía.

La noche anterior había saludado a Juan o ¿quizás fue éste el que la saludara a ella?, ahora no lo recordaba bien. El caso es que le dijo algo que la hizo sonreír. Recordaba que le había preguntado si le gustaría que le enviara un correo, a lo que ella le contestó que sí. Pero entonces él insistió que a lo mejor solamente se le ocurría decirle un "buenos días", ya que ante su presencia parecía como si le faltaran las palabras para llevar al cuaderno.

-¿Ves? -le dijo-, tú que tanto dices que admiras mi capacidad de improvisar y cuando te escribo no sé que decirte, y no por falta de temas.
Cristina había sonreído al leer aquella contestación y él le prometió escribirle, aunque fuera solamente para enviarle esos "buenos días", que le había insinuado.

Llegó puntual, como siempre, a la academia. Los compañeros estaban entrando y el profesor charlaba animadamente con algunos. Ella, tras colgar el abrigo y el bolso en la percha, ocupó su sitio en el aula y encendió el pc.

Sentía curiosidad por saber si en la bandeja de correo entrante estarían las líneas de Juan esperando para darle el saludo prometido o si por el contrario se le habría pasado y todo quedaría en una promesa más, de las que a veces se hacen, y luego no te acuerdas de cumplir.

El profesor empezó a explicar el programa de ese día. Cristina seguía a medias sus indicaciones. Miraba la pantalla y trataba de ver más allá de la misma. Sabía que debía concentrarse en las explicaciones que estaban dictando ya que luego perdería el hilo de los pasos a seguir y tendría que preguntar a otros compañeros ó incluso al mismo profesor, con la consiguiente pérdida de tiempo y esfuerzo.

Pero lo más importante de todo es que deseaba que llegara el momento del descanso. Aquel en que paraban unos quince minutos para salir a tomar un café y reponer las fuerzas. Ella deseaba que llegara hoy ese momento, pero no para descansar ni para ir a tomar un café, sino para disponer del pc y poder comprobar si tenía en su correo las líneas que Juan le había prometido.

Las siguientes horas pasaron lentamente. Parecía como si la mañana alargara y no tuviera fin. Sus nervios parecían a punto de estallar ante la emoción que la iba embargando a medida que se acercaba la hora.

Por fin, la voz del profesor anunció el descanso para que pudieran salir a tomar el café. Cristina se quedó ante el pc. Cerró los programas de trabajo y después de que hubieron salido los compañeros abrió su correo.

Allí estaba el mensaje de Juan que en asunto ponía "buenos días". Con un pequeño temblor lo abrio, y vió que dentro estaba la imagen de una rosa blanca con un mensaje que decía: "Acepta esta rosa blanca, en este día que empieza. En ella va mi cariño y mi sonrisa sincera. No tengo nada que darte, más que esta rosa pequeña. Pero la rosa que dejo es para tu alma buena, el alma a quien yo quiero y que deseo me quiera"

Cristina leyó varias veces aquel pequeño y escueto correo y dejó que sus palabras quedaran grabadas en su pensamiento. Luego cerró los ojos para tomar la rosa y llevarla a sus sueños. Cerró la computadora y tras tomar su abrigo y bolso salió a la calle.

Hoy el café podía esperar. No lo necesitaba. Tenía una rosa blanca prendida en su corazón y esa rosa serviría para darle mucho más de lo que un simple café le aportaría en aquellos momentos. Recordó a Juan y al hacerlo dio gracias a Dios por haberle conocido. No, no estaba soñando, caminaba en la calle para estirar las piernas, pero ahora tenía una presencia invisible a su lado y una rosa celosamente guardada en su corazón.

Rafael Sánchez Ortega ©
22.01.06

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