lunes, septiembre 15, 2008

CIEGO DE AMOR...


Hacía tiempo que no la visitaba y fue a buscarla en la tarde. Llamó a su puerta, como siempre, con los nervios impropios de personas que ya se conocen, pero algo le hacía sentirse siempre incómodo, como responsable de un poema inacabado.

Ella estaba preparada para salir. Llevaba su vestido largo y un abrigo ligero para protegerse del frío. El, tomó su mano y bajaron a la calle.

Caminaron lentamente por la ancha avenida, mientras hablaban y se preguntaban tantas cosas que tenían pendientes. Hablaron de la familia, del trabajo, de los amigos, y hablaron de la poesía.

Y fue aquí, al comenzar a rememorar viejos recuerdos, viejos proyectos abandonados, viejos sueños no cumplidos, cuando una nota de nostalgia le invadió y le hizo mirar fijamente a la persona que llevaba de la mano.

Allí estaba la persona amada, la que un día fue la luz de su mirada, la persona para quien escribió sus más bellos versos, la musa de tantos poemas...
Sí, allí estaba, con su fina mano entre las suyas mientras en la otra llevaba el bastón que la ayudaba a tantear el terreno y buscar ese punto de apoyo.

Hablaba de poesía, como siempre. Vivía la poesía, ya que era su vida, porque ella era poesía a pesar de su ceguera, a pesar de que sus ojos no tuviera vida, pero sí luz para sentir lo que pasaba a su alrededor, para recordar intensamente los años vividosantes del accidente, para plasmar todos aquellos sentimientos en las cuartillas y hacer que muchos lectores sintieran humedecerse sus mejillas.
Notó que otra vez su corazón se aceleraba, que sus mejillas ardían, que sus labios temblaban como buscando la frase, la palabra adecuada, el susurro oportuno para llevar a los oídos de ella aquello que deseaba decirle y que tenía retenido durante tanto tiempo en su pecho.

Pero siguieron hablando en el paseo. No tenían prisa, nadie les apuraba, nadie les esperaba. El caminaba feliz a su lado, quería disfrutar de esos minutos, de esos instantes en que la tendría a su lado.

...Ella seguía hablando. Le preguntaba las mil cosas pendientes desde el último encuentro. El le contestaba mientras la miraba, mientras sentía el calor de sus dedos entre su mano, mientras guiaba sus pasos en la acera y la hacía sentir más segura a su lado.

Después de un largo rato decidieron volver para casa enfrascados en la conversación y en los recuerdos. Cuando se dieron cuenta se encontraron perdidos. El había tomado otra calle y estaban a varias de su piso.

Entonces sonrió y se dijo que quizás la persona que llevaba de la mano no era ciega y que el ciego lo era él, el lazarillo de hoy en la tarde, el de todos los días, el que no era capaz de subir a ese piso, de llamar a una puerta y decirle a la persona que ahora llevaba de la mano, que la amaba.

Porque en definitiva habían sido tantas cosas en la vida, habían compartido tantos momentos, habían soportado risas, llantos, momentos de triunfo y decepción, se habían ayudado, corregido, y también, se habían besado...

Pero a él le faltaba dar ese paso, tomar el bastón de ella y tirarlo a la basura. Sacar de ella, esa sombra del pozo de su propio infinito. Volverla entre sus brazos, y decirla que sí, que deseaba compartir con ella su poesía, que deseaba vivir intensamente,que deseaba amar y vivir a su lado para hacerla feliz, para ver su sonrisa cada día,para describirla el sol naciente ó la lluvia en los tejados, para dibujar entre ellos al viento que pasaba, y para intentar, a su lado, escribir y vivir, el poema más hermoso de su vida.

Rafael Sánchez Ortega ©

21/03/07

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