lunes, septiembre 15, 2008

DESDE LA DISTANCIA


Sí, hoy lucía el sol de manera distinta, incluso el azul del cielo se ofrecía brillante, majestuoso, invitando a cerrar los ojos. Parecía como si las manos invisibles de ese sol, a través del calor que dejaban sus rayos, llegara hasta su cuerpo y le acariciaran en un abrazo tierno y cálido.

Desde el patio de la iglesia, donde tantas veces había estado, se veían las montañas hermosas y desafiantes, con un pequeño toque blanco que las cubría, realzando aún más su belleza, como fruto de la nevada caída en las noches pasadas.

Cerró los ojos y dejó que una sonrisa viniera a sus labios. Aún sentía en su boca el sabor robado a los suyos. Notaba el dulce sabor de aquel beso, como si lo acabara de dar, como si hubiera tomado sus labios y su lengua hubiera estado jugando dentro de la boca amada, libando y robando ese néctar delicioso.

Era preciso parar el tiempo, y así lo hizo. Detuvo la hora y las imaginarias manecillas del reloj pararon su andar, y quedaron inmóviles, con un imperceptible latido, dentro de ese segundo, exacto del tiempo, donde él las había parado.

Disfrutó largamente de ese momento hasta que la vio salir con su gracia y salero, con la sonrisa eterna, con su pelo acariciado por el aire, con su cuerpo tan lindo y con sus ojos preciosos, esos ojos que buscaban ansiosos la vida.

¡La vida, sí!...

De pronto abrió los ojos. Como por arte de magia las manecillas del reloj se pusieron en marcha. La vida cobró nuevo ritmo, nuevo impulso y volvió a ver a la persona amada que le estaba llamando, que agitaba sus manos desde lejos, con su figura borrosa, como queriendo decir que allí estaba, que lo esperaba y que fuera en su búsqueda. Que no le importara el tiempo ni la distancia, ya que siempre lo estaría esperando.

De nuevo cerró los ojos y se quedó soñando. ¡Sí, soñaba con la persona amada!, con la que apenas había cruzado una mirada, con la persona que, sin embargo, llenaba los espacios de su vida y a la que iba a buscar todos los días cuando salía del trabajo, a esa persona que miraba escribir por encima de su hombro y ante la que se inclinaba para escuchar en su oído las mismas canciones que a él le gustaban, esa persona que le miraba desde la distancia y le contaba tantas cosas de su vida.

Porque esa persona dormía a su lado, compartía su vida, hablaba su propio idioma y hasta miraba por sus ojos. Esa persona, la que conocía también y de la que sabía tanto, como ella sabía de él, era la persona de las mil preguntas, de los mil porqués y en definitiva, era la persona de la que se había enamorado locamente, un día, una mañana, una tarde, ó incluso una noche, (ya no lo sabía bien), en un tiempo pasado y de la que aún seguía enamorado, bebiendo su aire, oliendo su perfume y sudando con ella mientras la estrechaba entre sus brazos.

Sí, hoy lucía el sol, pero de manera distinta. Lucía simplemente bajo el influjo de la sonrisa amada, aquella tan cercana y a la vez tan lejana, pero que estaba ya dentro de su corazón, cosida con un hilo invisible y, en el recuerdo de un beso depositado en una cuartilla, en unas letras y, en una carta enviada desde la distancia.

Rafael Sánchez Ortega ©
30/09/07

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