Tomó el pincel con su mano y se dirigió al cuadro que estaba pintando. Unas líneas difusas, incongruentes para un profano, estaban allí reflejadas, como el guión de un boceto salido de la mente del artista.
Unas horas antes había llevado a vagar sus dedos por aquella superficie inmaculada, y los mismos, habían dejado unas pequeñas huellas, unas marcas que parecían dictar un patrón a seguir. Entonces estaba desnuda ante el lienzo, igual que ahora. Le gustaba pintar desnuda, sentirse como esa pieza que poco a poco iría recubriendo y dando forma con nuevas vestimentas, con pequeños detalles, con infinidad de colores.
Su pensamiento vóló lejos, a miles de kilómetros. Una sonrisa afloró a sus labios sin que se diera cuenta. Cerró los ojos y escuchó una música imaginaria, una voz que llegaba desde la distancia y que la decía que la amaban.
Era hermoso el cuadro aquel que llegaba a su pensamiento, pero ¿cómo reflejarlo?, ¿cómo hacer que sus dedos llevaran aquellas sensaciones hasta el lienzo? ¿cómo plasmar en una tela lo que el corazón sentía en ese momento?
Abrió los ojos y vio la estancia donde se encontraba, el pequeño estudio que guardaba sus secretos. Este era su reino y aquí, en este pequeño cuarto era feliz, entre sus telas pintadas, sus pinceles, sus tubos de pintura y tantos recuerdos que estaban esparcidos por doquier y que fueron, en su momento, fruto de unos sentimientos rescatados.
Miró su mano y sintió en ella una caricia, algo así como el soplo de unos labios sobre su palma y sus dedos. Quizás estaba soñando, quizás su imaginación deliraba y pensaba cosas incongruentes, pero no, aquella sensación era más fuerte y cada vez, más intensa.
Su mano cobró fuerza y de pronto con el pincel entre sus dedos se dirigió al lienzo. Era la mano la que dictaba, la que dibujaba, la que acariciaba la tela. Sus dedos trataban de dar vida a una superficie blanca y casi muerta, que estaba esperando la luz, el color y la fantasía.
Desde su desnudez fue viendo como su mano iba cubriendo el lienzo, como lo iba vistiendo con ropa de calle, como la vida iba acudiendo a esa pequeña superficie con esos pequeños detalles que la mano, su mano iba trazando sin pausa alguna.
Hizo un alto y se llevó la mano al pecho. Sorprendida miró su cuerpo y se vió vestida. ¿cómo era posible esto si antes había acudido a pintar desnuda, como siempre?
Miró al cuadro y vió allí una figura familiar, la que había trazado su mano sin ella darse cuenta. Era la figura de la persona amada que la estaba mirando, que la contemplaba desde aquellas líneas que sus dedos habían dibujado. Aquella figura miraba sus ojos, miraba su cuerpo, la seguía a todas partes, parecía como si sus ojos tuvieran vida propia.
Quizás por ese motivo, y sin darse cuenta, por una vez en su vida se había vestido, inconscientemente, mientras pintaba. Para que él no la viera desnuda, para que la contemplara bella y arreglada, para que pudiera admirar su cabello precioso, sus ojos de ninfa, sus labios temblorosos, su pecho agitado, pero también para que no viera el deseo que afloraba a su cuerpo, a su piel temblorosa y que reservaba para otro momento de más intimidad, donde otras telas, y no la del lienzo, cubrieran sus cuerpos, en el lecho.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/11/07
Unas horas antes había llevado a vagar sus dedos por aquella superficie inmaculada, y los mismos, habían dejado unas pequeñas huellas, unas marcas que parecían dictar un patrón a seguir. Entonces estaba desnuda ante el lienzo, igual que ahora. Le gustaba pintar desnuda, sentirse como esa pieza que poco a poco iría recubriendo y dando forma con nuevas vestimentas, con pequeños detalles, con infinidad de colores.
Su pensamiento vóló lejos, a miles de kilómetros. Una sonrisa afloró a sus labios sin que se diera cuenta. Cerró los ojos y escuchó una música imaginaria, una voz que llegaba desde la distancia y que la decía que la amaban.
Era hermoso el cuadro aquel que llegaba a su pensamiento, pero ¿cómo reflejarlo?, ¿cómo hacer que sus dedos llevaran aquellas sensaciones hasta el lienzo? ¿cómo plasmar en una tela lo que el corazón sentía en ese momento?
Abrió los ojos y vio la estancia donde se encontraba, el pequeño estudio que guardaba sus secretos. Este era su reino y aquí, en este pequeño cuarto era feliz, entre sus telas pintadas, sus pinceles, sus tubos de pintura y tantos recuerdos que estaban esparcidos por doquier y que fueron, en su momento, fruto de unos sentimientos rescatados.
Miró su mano y sintió en ella una caricia, algo así como el soplo de unos labios sobre su palma y sus dedos. Quizás estaba soñando, quizás su imaginación deliraba y pensaba cosas incongruentes, pero no, aquella sensación era más fuerte y cada vez, más intensa.
Su mano cobró fuerza y de pronto con el pincel entre sus dedos se dirigió al lienzo. Era la mano la que dictaba, la que dibujaba, la que acariciaba la tela. Sus dedos trataban de dar vida a una superficie blanca y casi muerta, que estaba esperando la luz, el color y la fantasía.
Desde su desnudez fue viendo como su mano iba cubriendo el lienzo, como lo iba vistiendo con ropa de calle, como la vida iba acudiendo a esa pequeña superficie con esos pequeños detalles que la mano, su mano iba trazando sin pausa alguna.
Hizo un alto y se llevó la mano al pecho. Sorprendida miró su cuerpo y se vió vestida. ¿cómo era posible esto si antes había acudido a pintar desnuda, como siempre?
Miró al cuadro y vió allí una figura familiar, la que había trazado su mano sin ella darse cuenta. Era la figura de la persona amada que la estaba mirando, que la contemplaba desde aquellas líneas que sus dedos habían dibujado. Aquella figura miraba sus ojos, miraba su cuerpo, la seguía a todas partes, parecía como si sus ojos tuvieran vida propia.
Quizás por ese motivo, y sin darse cuenta, por una vez en su vida se había vestido, inconscientemente, mientras pintaba. Para que él no la viera desnuda, para que la contemplara bella y arreglada, para que pudiera admirar su cabello precioso, sus ojos de ninfa, sus labios temblorosos, su pecho agitado, pero también para que no viera el deseo que afloraba a su cuerpo, a su piel temblorosa y que reservaba para otro momento de más intimidad, donde otras telas, y no la del lienzo, cubrieran sus cuerpos, en el lecho.
Rafael Sánchez Ortega ©
03/11/07
1 comentario:
Que preciosidad...
Tiene qe ser algo incomodo pintar asi, pero lo bueno esq si te manchas seguro qe se qita :P
No, en serio, ha sido curioso sus pensamientos y lo qe a salido inconscientemente de ellos, una sorpresa.
Y las ultimas palabras bellisimas^^
Besos y aplausos, sigue asi!;)
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