Se dejó llevar una tarde más por la embriaguez que la música producía en sus oídos transportándole a ese mundo mágico, donde los instrumentos de cuerda y viento mezclaban sus sonidos, para llevar hasta su alma una música suave y afinada, que destilada parecía una caricia que rozaba la misma, en la tarde otoñal.
Como tantas veces, el embrujo de la música empezó a arrancar pequeños recuerdos en su alma y la nostalgia hacia el pasado, no distante, hizo que buscara la postura cómoda en el asiento que ocupaba y que instintivamente cerrara los ojos.
¿A donde dejarse llevar en esta tarde por los sueños?, ¿buscaría una senda de montaña ó quizás la escalera invisible para subir hasta las nubes a dormir en ellas el sueño eterno?...
Pero la música seguía sonando. Era música suave y rítmica, con fondo celta, que hacía que los latidos de su corazón siguieran su curso sin perder detalle en la audición, pero a la vez dejando el sopor que el sueño de la tarde traía, como fundido en una densa niebla, hasta las puertas de su alma.
La música y los sueños le llevaron hasta la playa, no distante de donde se encontraba, y se vio envuelto entre las sombras de una noche oscura caminando de la mano con la persona amada.
Arriba brillaban las estrellas mientras en el cielo comenzaba a despuntar la figura inconfundible de la luna creciente rompiendo, poco a poco con su claridad, la oscuridad que flotaba alrededor.
Caminaron por la arena con los pies descalzos sintiendo la fina arena hundirse bajo sus pisadas. Mientras caminaban una sensación iba apoderándose de sus almas y la paz que se respiraba en el ambiente de la noche les iba cubriendo con su manto.
En realidad no tenía un propósito determinado de acudir a ninguna parte, solo seguir por la orilla sintiendo en su mano la mano amada y percibir el calor especial que la misma dejaba y que le transmitían los finos dedos de ella, que entre los suyos llevaba celosamente tomados.
Las olas venían a dormir en la noche a la playa, en esa línea sinuosa y blanquecina que formaba la resaca, y que rozaban levemente sus pies al caminar por esa zona intermedia donde la playa recibía la caricia de las olas que llegaban a dejar sus sueños en la arena.
El recuerdo de la música seguía sonando en el fondo de su corazón y sin darse cuenta, sin proponérselo siquiera, detuvo sus pasos para mirar en los ojos de su amada y ver en ellos el reflejo de las estrellas y de esa luna incipiente que dejaba su silueta recortada ahora en el cielo.
Con una mano rodeó su talle mientras que con la otra buscaba sus dedos y después de depositar un beso en ellos, sin mediar palabra y sin darse cuenta, comenzaron a bailar aquel vals que tantas veces habían escuchado y suspirado en silencio, otras noches, cuando ansiaban que un día, cuando fuera posible se cumpliera aquel sueño.
Y ahora estaban allí, dando vueltas sobre sí mismos, moviéndose al compás de la música que sonaba en sus recuerdos, bajo la luz parpadeante de las estrellas de la noche y de una luna incipiente que medrosa se asomaba a contemplar y bendecir los pasos de aquel baile.
El agua mojaba sus pies mientras se movían al compás de aquella música de ensueño, pero no les importaba. En realidad nada les importaba y así, cuando acabó el vals siguieron juntos y abrazados, buscando sus ojos la mirada amada y los labios el temblor del labio amado.
El beso fue largo y eterno, y en esa caricia sin prisa ni pausa emplearon todo el tiempo para dejar que sus sentidos transmitieran y recibieran el calor y el cariño de la persona amada que tenían a su lado. La noche acababa de empezar, no había prisa para nada. La música, ahora nuevamente, sonaba sin parar en sus oídos y las dulces melodías, como si fueran una brisa marina, dejaban un estremecimiento especial en su piel.
...La música en la tarde, el sueño reparador, el vals en la playa, la princesa amada, los besos y caricias, ¿qué había de realidad en aquel sueño? o ¿quizás aquel sueño era el producto de una realidad vivida intensamente en algún momento de su vida?...
La respuesta solo la tenía guardada celosamente el soñador, el guardián de aquellos momentos únicos e irrepetibles y quizás si le preguntáramos en alguna ocasión acerca de ella, nos contestaría con una sonrisa que escapaba lacónica de su boca, "Solo son sueños, amigo, ¡sólo sueños!"
Pero mientras, la música seguía sonando en la tarde haciendo que aquel sueño maravilloso no acabara ahí, en ese momento único e irrepetible de la noche, en la playa, y que otras gentes, otras personas al escuchar esa música pudieran revivir otros momentos y otros sueños parecidos, con playas singulares, con noches oscuras, con estrellas parpadeantes y luna creciente y con la mano de la persona amada al lado de la suyas.
Soñar acompañado por una música así es algo hermoso y bailar un vals en la playa un recuerdo que nunca se podrá olvidar, por más que pase el tiempo y se endurezca el sentimiento.
Shhhhhhhh... Silencio, alguien sueña despierto, no le molestes, deja que siga su camino embriagado con los sones de esa música celestial, pues como dice el poeta: "¡Solo es un sueño!"
Rafael Sánchez Ortega ©
Como tantas veces, el embrujo de la música empezó a arrancar pequeños recuerdos en su alma y la nostalgia hacia el pasado, no distante, hizo que buscara la postura cómoda en el asiento que ocupaba y que instintivamente cerrara los ojos.
¿A donde dejarse llevar en esta tarde por los sueños?, ¿buscaría una senda de montaña ó quizás la escalera invisible para subir hasta las nubes a dormir en ellas el sueño eterno?...
Pero la música seguía sonando. Era música suave y rítmica, con fondo celta, que hacía que los latidos de su corazón siguieran su curso sin perder detalle en la audición, pero a la vez dejando el sopor que el sueño de la tarde traía, como fundido en una densa niebla, hasta las puertas de su alma.
La música y los sueños le llevaron hasta la playa, no distante de donde se encontraba, y se vio envuelto entre las sombras de una noche oscura caminando de la mano con la persona amada.
Arriba brillaban las estrellas mientras en el cielo comenzaba a despuntar la figura inconfundible de la luna creciente rompiendo, poco a poco con su claridad, la oscuridad que flotaba alrededor.
Caminaron por la arena con los pies descalzos sintiendo la fina arena hundirse bajo sus pisadas. Mientras caminaban una sensación iba apoderándose de sus almas y la paz que se respiraba en el ambiente de la noche les iba cubriendo con su manto.
En realidad no tenía un propósito determinado de acudir a ninguna parte, solo seguir por la orilla sintiendo en su mano la mano amada y percibir el calor especial que la misma dejaba y que le transmitían los finos dedos de ella, que entre los suyos llevaba celosamente tomados.
Las olas venían a dormir en la noche a la playa, en esa línea sinuosa y blanquecina que formaba la resaca, y que rozaban levemente sus pies al caminar por esa zona intermedia donde la playa recibía la caricia de las olas que llegaban a dejar sus sueños en la arena.
El recuerdo de la música seguía sonando en el fondo de su corazón y sin darse cuenta, sin proponérselo siquiera, detuvo sus pasos para mirar en los ojos de su amada y ver en ellos el reflejo de las estrellas y de esa luna incipiente que dejaba su silueta recortada ahora en el cielo.
Con una mano rodeó su talle mientras que con la otra buscaba sus dedos y después de depositar un beso en ellos, sin mediar palabra y sin darse cuenta, comenzaron a bailar aquel vals que tantas veces habían escuchado y suspirado en silencio, otras noches, cuando ansiaban que un día, cuando fuera posible se cumpliera aquel sueño.
Y ahora estaban allí, dando vueltas sobre sí mismos, moviéndose al compás de la música que sonaba en sus recuerdos, bajo la luz parpadeante de las estrellas de la noche y de una luna incipiente que medrosa se asomaba a contemplar y bendecir los pasos de aquel baile.
El agua mojaba sus pies mientras se movían al compás de aquella música de ensueño, pero no les importaba. En realidad nada les importaba y así, cuando acabó el vals siguieron juntos y abrazados, buscando sus ojos la mirada amada y los labios el temblor del labio amado.
El beso fue largo y eterno, y en esa caricia sin prisa ni pausa emplearon todo el tiempo para dejar que sus sentidos transmitieran y recibieran el calor y el cariño de la persona amada que tenían a su lado. La noche acababa de empezar, no había prisa para nada. La música, ahora nuevamente, sonaba sin parar en sus oídos y las dulces melodías, como si fueran una brisa marina, dejaban un estremecimiento especial en su piel.
...La música en la tarde, el sueño reparador, el vals en la playa, la princesa amada, los besos y caricias, ¿qué había de realidad en aquel sueño? o ¿quizás aquel sueño era el producto de una realidad vivida intensamente en algún momento de su vida?...
La respuesta solo la tenía guardada celosamente el soñador, el guardián de aquellos momentos únicos e irrepetibles y quizás si le preguntáramos en alguna ocasión acerca de ella, nos contestaría con una sonrisa que escapaba lacónica de su boca, "Solo son sueños, amigo, ¡sólo sueños!"
Pero mientras, la música seguía sonando en la tarde haciendo que aquel sueño maravilloso no acabara ahí, en ese momento único e irrepetible de la noche, en la playa, y que otras gentes, otras personas al escuchar esa música pudieran revivir otros momentos y otros sueños parecidos, con playas singulares, con noches oscuras, con estrellas parpadeantes y luna creciente y con la mano de la persona amada al lado de la suyas.
Soñar acompañado por una música así es algo hermoso y bailar un vals en la playa un recuerdo que nunca se podrá olvidar, por más que pase el tiempo y se endurezca el sentimiento.
Shhhhhhhh... Silencio, alguien sueña despierto, no le molestes, deja que siga su camino embriagado con los sones de esa música celestial, pues como dice el poeta: "¡Solo es un sueño!"
Rafael Sánchez Ortega ©
Oct.2005
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