miércoles, septiembre 10, 2008

LA LLUVIA



Llegó por fin, sin avisar, sin anuncios ni proclamas, sin que nadie la esperara, para aliviar los labios ardientes de mi tierra, reseca y agrietada, después de un caluroso verano. Para aumentar los niveles de los viejos pantanos que se encontraban bajo mínimos. Vino también para calmar la sed de los árboles del bosque, en esta época en que empiezan a dejar caer sus hojas doradas y marchitas.

Y vino acompañada del compañero inseparable que mueve las ramas de los árboles, para sacudirlas quizás de la modorra del verano caluroso que aún perdura, mientras las hace despertar de nuevo con sus besos constantes e intermitentes.

De nuevo pueden verse esos círculos concéntricos en los pozos de las calles nacer y morir en un instante, siendo reemplazados por otros que mantienen el caudal de la calzada, y que van a escurrirse por las rejas de las alcantarillas y desagües.

Ya pueden verse gotear los canalones, primero gota a gota y luego, vencida su vergüenza, en bajada de aguas que van a depositar sus gotas en las aceras, mientras tu, paseante que caminas, las evitas sorteando los charcos a la vez que sostienes una batalla particular contra el viento para poder sostener el paraguas que evite que la lluvia te moje.

Porque es la lluvia la que ha llegado. ¡Sí, la lluvia tanto tiempo deseada, la lluvia de mi tierra! Esa lluvia que desde siempre ha sido símbolo perenne y que ha estado plasmada en la forma de vida de estos pueblos, con los tejados de dos aguas en sus casas, los portales bajo las mismas, las grandes balconadas cerradas, algunas con cristales, para evitar que las personas se mojen y a la vez para aprovechar al máximo, en la época invernal, los rayos de sol.

Y ha llegado también la lluvia al fin, para después de aliviar a la tierra reseca y agrietada, correr y deslizarse en busca de los brazos salados del mar de mi tierra y fundirse con sus labios y suavizar de esta manera el sabor salobre de sus aguas.

Y yo salí a ver la lluvia, a percibir el roce de sus gotas sobre mi piel, a sentir como las mismas mojaban el pelo envejecido y resbalaban por la cara empapando poco a poco las prendas con que visto.

Aproveché también para saludar a la lluvia que ha venido, a esta lluvia con quien tantos momentos de mi vida he compartido. Y volví a ver aquella imagen, de hace tiempo, siendo un niño, que sacada en volandas se llevaba en procesión para pedir la rogativa en la época estival. Y aquella otra imagen, más adelante en el tiempo, de la figura mojada con sus cabellos rubios, que tenía entre mis brazos en el resguardo de un balcón en el Faro mientras besaba sus labios dulcemente.

Y con la lluvia volvieron mil recuerdos mientras caminaba antes. Los días grises e interminables del invierno pasados en la vieja casa, mientras colocábamos calderos, palanganas y cualquier objeto de cocina, con el fin de recoger las goteras que se filtraban del viejo tejado, mientras nos quedábamos temblando de frío en la cocina oyendo el sonido rítmico y constante de sus gotas sonar en los mismos.

Eran otros tiempos, era otra la lluvia. Hoy eso son recuerdos, apenas hay lluvia. Lo que ayer odiabas y querías que pasara pronto, ese tiempo duro de viento y de lluvia, hoy lo pides, lo ruegas, pues lo necesitas. Necesitas la lluvia como fuente de la vida, necesitamos esa agua caída del cielo, para que la tierra viva, para saciar su sed, para lavar las calles y dejar sus plazas limpias, para que se vistan y se pongan de fiesta, para que se rían...

"...Con la lluvia alegre, con la lluvia mía, la lluvia del norte, que vino este día..."

Rafael Sánchez Ortega ©

oCT.2005

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