viernes, septiembre 12, 2008

EN EL MONTE



Amaneció un día gris y lluvioso que no invitaba a salir a pasear al monte y que hasta el último momento me hizo dudar de la conveniencia ó no de la salida. Sin embargo un claro en el cielo con el consiguiente descampado hizo que tomara la decisión de salir a pasear dejando que fueran mis pisadas y el estado del terreno el que marcaran la ruta a seguir y el tiempo del mismo.

Caminé durante mucho tiempo por la senda cubierta de nieve y subiendo siembre entre los robles y las hayas. El día no se prestaba a la fotografía ya que la luz era muy pobre, aunque se veía compensada por el reflejo de la nieve caída.

Después de unas horas de marcha llegué a un pequeño claro, donde en tiempos hubo una Venta en la que el caminante podía repostar y cambiar de cabalgadura y de la que ahora solamente quedaban las ruinas que asomaban tímidamente entre la nieve.

Bajé la mochila de los hombros y busqué una prenda para cambiar la camiseta sudada. Luego busqué el móvil para dejar el mensaje prometido y enviar a través del espacio unas frases y un sentimiento.

Después de dejar el mensaje en el móvil busqué un sitio para comer. Todo a mi alrededor estaba cubierto de nieve y el monte tenía ese encanto especial, con las ramas cubiertas de harapos blancos que se extendían por doquier y que finalizaban en la alfombra de nieve que cubría todos
los rincones.

Encontré unas rocas pertenecientes a un antiguo invernal desmantelado y entre ellas hallé un sitio donde colocar los plásticos protectores y poder sentarme para comer un bocadillo.

Mientras hacía esto pensaba en un niño corriendo por la nieve y rompiendo con sus pasos la virginal patena de la misma. Veía su carita y la veía a ella, a mi lado. Por un momento el sueño nubló mis sentidos igual que el día con sus nubes grises que impedían ver el cielo azul y el sol en lo alto.

A la vez que acababa el bocadillo dejaba correr mis sueños y pensaba en la figura amada. La veía a mi lado mirando a ese niño jugar en la nieve y del que tantas veces me había mostrado sus fotos.

Ambos mirábamos su figura graciosa, escuchábamos su risa, sus palabras, sus frases incomprensibles y en un momento dado nos volvíamos sonriendo, el uno hacia el otro, y pude ver la chispa y el amor en sus ojos.


Fue todo tan real que me estremecí. En alguna parte he leído que solamente sueñan los niños y los poetas. Por desgracia no creo estar encuadrado en ninguno de esos apartados, aunque puede que mi alma sea la de un niño y en el fondo sí exista un algo de poesía en mi alma que nunca pude desarrollar.

Pero seguí soñando allí, entre la nieve que me rodeaba. Soñé con tomar la mano de la persona amada mientras separaba sus cabellos mojados que le caían por la cara. Noté un temblor imperceptible mientras sentía su cuerpo tan cerca que no pude por menos que estrecharle entre mis brazos.

Ella cerró los ojos y yo busqué sus labios, mientras el niño seguía jugando muy cerca de donde nos encontrábamos y nos decía algo que en ese momento no llegamos a entender.

El hechizo y la magia del monte se juntaron en ese instante. Fue un beso interminable, un beso lleno de calor y pasión. Un beso donde nuestras lenguas querían participar y compartir ese instante mientras que nuestras manos buscaban el cuerpo amado para eternizar esos segundos.

Por mi cabeza pasaron las aventuras de aquellos habitantes, que iban a buscar en el monte ese embrujo, que decían dejaban las hadas.

Yo no sé si fue la nieve, el cansancio ó si la magia del bosque hizo posible ese sueño, pero lo que estoy seguro es de que allí estuvieron conmigo, en el monte, ese niño precioso, al que tanto quiero, y la persona amada compartiendo esos minutos, que para mí fueron algo más que un sueño.

Rafael Sánchez Ortega ©
24.03.06

No hay comentarios: