Amaneció un día gris, como tantos otros, que en nada presagiaba se iba a convertir en un auténtico diluvio a lo largo de la mañana. En realidad los partes metereológicos anunciaban la llegada de un frente frío que dejaría lluvias en la costa y nieve en la zona alta de la montaña.
Salió de casa con la mochila donde llevaba la comida, el agua, la ropa de abrigo y todas las cosas indispensables para salir a la montaña. Pero también salió con esa otra mochila en la que guardaba celosamente sus sueños, y con ellos una parte secreta de su alma.
Al llegar al punto de inicio comenzó a caminar despacio, embriagándose en la belleza del paisaje que le rodeaba y sintiendo el embrujo cautivador de aquellos colores que le ofrecía la naturaleza, así como el vuelo rápido y el canto de las aves ó el paso inquieto de los caballos que pastaban en
aquellas zonas inhóspitas.
Pensó en la perfecta comunión entre la naturaleza y el hombre y una pregunta tonta se le vino a la cabeza. Era una pregunta absurda lo sabía, carente de sentido, pero allí estaba, como siempre y debía responderla:
-"Si tuvieras una varita mágica, ¿qué harías con ella?"
Sonrió ante esta pregunta infantil y fuera de lugar en el mundo en que vivimos, que ahora, precisamente en estos momentos de contacto con la naturaleza venía a su cabeza. Porque en definitiva no existía esa "varita mágica" y ella solo era producto de los sueños infantiles.
Quizás era en estos momentos, al recibir el abrazo cálido de la naturaleza, cuando le venían a la cabeza las cosas más disparatadas en función de tener una mente relajada y fuera de tensiones.
Aún recordaba aquel día, en que paseando en solitario por el bosque, comenzó un monólogo y se encontró hablando en voz alta con Dios, o así se lo imaginó. Al volver de nuevo aquel recuerdo a su pensamiento, una sonrisa se dibujó en los labios.
Sin embargo ahora no había aquel monólogo. Había una pregunta que había surgido allí, como si brotase de la primavera retardada y fuera una flor que llamara la atención de esos árboles y plantas que veía al pasar.
-"¿Qué harías si tuvieras una varita mágica?"
Pensó en muchas cosas. Por ejemplo, si de verdad tuviera esa varita mágica y la facultad que siempre leyó en los cuentos sobre ella podría transformar una de las cabañitas que había en esa zona y convertirla en un hogar para vivir.
También podría tocar con esa varita a los amigos y personas queridas, para que tuvieran todo lo que desearan, salud, felicidad, trabajo, cariño, paz y amor.
Podría hacer realidad su más hermoso sueño, salir a buscar a ese rincón del mundo a la persona amada y despertándola con un beso llevarla a una nube de cristal para dormir allí los dos un sueño eterno y lleno de vida.
Podría también hacerse rico y vivir una vida diferente a la llevada hasta ahora, pero ¡no, no eso no le haría feliz, estaba seguro! El dinero, bien lo sabía, no da la felicidad y en muchos casos, y lo sabía por su antigua profesión, más bien la angustia.
También podría dedicarse a viajar a los cientos de rincones y sitios que muchas veces pasaron por su cabeza y buscar en ellos los restos indelebles de la historia y las costumbres que allí guardan. Sería bonito poder viajar a países como Egipto, Grecia, Turquía y tantos otros, sin olvidar esos
lugares idílicos tan cercanos y llenos de vida, convirtiéndose en una palabra y merced a esa varita mágica en un viajero del mundo.
Pero eran muchas cosas las que venían a su cabeza acompañando esa pregunta que había salido en esa mañana de montaña mientras la niebla rondaba en la sierra amenazante ofreciendo la única vía transitable y acogedora, por el momento, el valle que se extendía ante sus ojos.
Tomó un trago de agua de la cantimplora y pensó en aquella persona distante, a la que amaba. Vio sus ojos llenos de vida, su cara alegre, la sonrisa tímida de sus labios y el suspiro ahogado que asomaba a los mismos. Sintió su cariño y deseó tenerla cerca para darla un beso y un fuerte abrazo.
Sabía que, aunque lejos, la persona amada estaba allí cerca, a su lado, en su corazón, y que sus corazones, estaban "prendidos a la misma estrella" con un hilo invisible. Una estrella que brillaba las veinticuatro horas del día en el cielo llevando el latido, la llamada y el suspiro de esos corazones
juveniles.
Comenzó a llover tenuemente con la clásica garúa del norte. Precipitadamente recogió todo y se puso en movimiento con los compañeros. Estos, igual que él, habían sacado las ropas multicolores
para protegerse del agua y del frío que estaba empezando a soplar haciendo que los dedos de las manos se quedaran congelados y precisaran meterse dentro de los guantes para conseguir ese calor primordial.
A medida que avanzaban la lluvia arreciaba y las gotas finas se convertían en goterones imprevistos al pasar por medio del bosque y recibir las gotas acumuladas en las hojas y ramas que caían al impulso del viento que las movía.
El suelo verde, hasta hace un rato inmaculado y como si de una alfombra se tratase, se estaba convirtiendo en un auténtico barrizal que salpicaban al pisar con sus botas manchando las perneras de los pantalones.
La niebla seguía bajando y en un momento tuvieron que retroceder ya que habían tomado una ruta equivocada al confundir una senda de paso de animales por la que deberían seguir para bajar al lugar de destino.
De pronto se dieron cuenta de que estaban perdidos entre la niebla. El nerviosismo empezó a cundir entre los compañeros. Se escuchaban pequeñas protestas, insinuaciones de tomar esta ó aquella dirección, incluso de no moverse del sitio hasta saber con certeza a donde dirigirse.
El había vivido otras situaciones parecidas y no participaba de esa inquietud de los compañeros. Pero ¿cómo convencerles? ¿Cómo lograr que se calmaran y que dejaran en paz a la persona que llevaba la marcha para que tomara libremente y sin presión la decisión que creyera más oportuna?
Después de un rato reanudaron la marcha. Bajaron a una zona más baja bordeando una sierra caliza hasta que escucharon, a lo lejos, el sonido de los automóviles, al cruzar la lejana autovía que no podían ver por la niebla reinante.
En un momento se disipó la niebla y pudieron ver la autovía, con lo que un suspiro de alivio se apoderó de todos. Nuestro hombre también suspiró, no tanto por el alivio de tener a la vista la autovía, sino por notar
que la tensión acumulada en los minutos anteriores terminaba y daba paso a la broma, la risa e incluso al chiste oportuno que venía a los labios de los compañeros ahora felices y hasta hace un momento inquietos por su seguridad y poca confianza en los recursos de las personas que llevaban
la marcha.
En el fondo, pensó, la diferencia que existe entre el adulto y el niño es muy poca. Pasan de la rabieta a la euforia con gran facilidad. Se aman, se odian, se quieren, se temen, se alaban, se insultan, y todo en virtud de ese mundo infantil y subyacente ó falto de madurez, ¿quien lo sabe?, que llevan dentro de su alma.
Sin embargo esas reacciones son lógicas en todo ser humano. Forman parte inseparable de los sentidos que toda persona lleva en sí misma. Unas veces pueden comportarse como adultos y otras nos pueden parecer niños con cara de enfado y jugando en el patio del colegio.
Quizás ahí estaba la respuesta a la pregunta tonta que hacía un buen rato le vino a la cabeza. ¡Sí, estaba seguro!
-"Si tuviera una varita mágica convertiría a todos los hombre en niños"
¿No sería demasiado brusca esa medida? Dicen que el niño tiene comportamientos irracionales y que puede ser el ser más duro e insensible que existe ya que sus exigencias y sus egos no tiene límites.
-"Sí, es posible. Sólo que si ese milagro fuera posible todos los seres del mundo serían niños y no habría personas mayores a las que pudieran hacer daño, ni tampoco éstas a los niños"
...Una varita mágica para convertir el mundo en un mundo de niños un paseo en el monte, una mojadura y la ropa empapada, llena de barro y tiznada al bajar los últimos trozos de terreno por una zona escaldada por un fuego, prendido por el hombre, para tratar de eliminar los escajos
existentes.
Bonita excursión, con una varita mágica que llegó a su cabeza en un paseo por el monte y con los sueños en la mochila de su corazón.
Rafael Sánchez Ortega ©
Salió de casa con la mochila donde llevaba la comida, el agua, la ropa de abrigo y todas las cosas indispensables para salir a la montaña. Pero también salió con esa otra mochila en la que guardaba celosamente sus sueños, y con ellos una parte secreta de su alma.
Al llegar al punto de inicio comenzó a caminar despacio, embriagándose en la belleza del paisaje que le rodeaba y sintiendo el embrujo cautivador de aquellos colores que le ofrecía la naturaleza, así como el vuelo rápido y el canto de las aves ó el paso inquieto de los caballos que pastaban en
aquellas zonas inhóspitas.
Pensó en la perfecta comunión entre la naturaleza y el hombre y una pregunta tonta se le vino a la cabeza. Era una pregunta absurda lo sabía, carente de sentido, pero allí estaba, como siempre y debía responderla:
-"Si tuvieras una varita mágica, ¿qué harías con ella?"
Sonrió ante esta pregunta infantil y fuera de lugar en el mundo en que vivimos, que ahora, precisamente en estos momentos de contacto con la naturaleza venía a su cabeza. Porque en definitiva no existía esa "varita mágica" y ella solo era producto de los sueños infantiles.
Quizás era en estos momentos, al recibir el abrazo cálido de la naturaleza, cuando le venían a la cabeza las cosas más disparatadas en función de tener una mente relajada y fuera de tensiones.
Aún recordaba aquel día, en que paseando en solitario por el bosque, comenzó un monólogo y se encontró hablando en voz alta con Dios, o así se lo imaginó. Al volver de nuevo aquel recuerdo a su pensamiento, una sonrisa se dibujó en los labios.
Sin embargo ahora no había aquel monólogo. Había una pregunta que había surgido allí, como si brotase de la primavera retardada y fuera una flor que llamara la atención de esos árboles y plantas que veía al pasar.
-"¿Qué harías si tuvieras una varita mágica?"
Pensó en muchas cosas. Por ejemplo, si de verdad tuviera esa varita mágica y la facultad que siempre leyó en los cuentos sobre ella podría transformar una de las cabañitas que había en esa zona y convertirla en un hogar para vivir.
También podría tocar con esa varita a los amigos y personas queridas, para que tuvieran todo lo que desearan, salud, felicidad, trabajo, cariño, paz y amor.
Podría hacer realidad su más hermoso sueño, salir a buscar a ese rincón del mundo a la persona amada y despertándola con un beso llevarla a una nube de cristal para dormir allí los dos un sueño eterno y lleno de vida.
Podría también hacerse rico y vivir una vida diferente a la llevada hasta ahora, pero ¡no, no eso no le haría feliz, estaba seguro! El dinero, bien lo sabía, no da la felicidad y en muchos casos, y lo sabía por su antigua profesión, más bien la angustia.
También podría dedicarse a viajar a los cientos de rincones y sitios que muchas veces pasaron por su cabeza y buscar en ellos los restos indelebles de la historia y las costumbres que allí guardan. Sería bonito poder viajar a países como Egipto, Grecia, Turquía y tantos otros, sin olvidar esos
lugares idílicos tan cercanos y llenos de vida, convirtiéndose en una palabra y merced a esa varita mágica en un viajero del mundo.
Pero eran muchas cosas las que venían a su cabeza acompañando esa pregunta que había salido en esa mañana de montaña mientras la niebla rondaba en la sierra amenazante ofreciendo la única vía transitable y acogedora, por el momento, el valle que se extendía ante sus ojos.
Tomó un trago de agua de la cantimplora y pensó en aquella persona distante, a la que amaba. Vio sus ojos llenos de vida, su cara alegre, la sonrisa tímida de sus labios y el suspiro ahogado que asomaba a los mismos. Sintió su cariño y deseó tenerla cerca para darla un beso y un fuerte abrazo.
Sabía que, aunque lejos, la persona amada estaba allí cerca, a su lado, en su corazón, y que sus corazones, estaban "prendidos a la misma estrella" con un hilo invisible. Una estrella que brillaba las veinticuatro horas del día en el cielo llevando el latido, la llamada y el suspiro de esos corazones
juveniles.
Comenzó a llover tenuemente con la clásica garúa del norte. Precipitadamente recogió todo y se puso en movimiento con los compañeros. Estos, igual que él, habían sacado las ropas multicolores
para protegerse del agua y del frío que estaba empezando a soplar haciendo que los dedos de las manos se quedaran congelados y precisaran meterse dentro de los guantes para conseguir ese calor primordial.
A medida que avanzaban la lluvia arreciaba y las gotas finas se convertían en goterones imprevistos al pasar por medio del bosque y recibir las gotas acumuladas en las hojas y ramas que caían al impulso del viento que las movía.
El suelo verde, hasta hace un rato inmaculado y como si de una alfombra se tratase, se estaba convirtiendo en un auténtico barrizal que salpicaban al pisar con sus botas manchando las perneras de los pantalones.
La niebla seguía bajando y en un momento tuvieron que retroceder ya que habían tomado una ruta equivocada al confundir una senda de paso de animales por la que deberían seguir para bajar al lugar de destino.
De pronto se dieron cuenta de que estaban perdidos entre la niebla. El nerviosismo empezó a cundir entre los compañeros. Se escuchaban pequeñas protestas, insinuaciones de tomar esta ó aquella dirección, incluso de no moverse del sitio hasta saber con certeza a donde dirigirse.
El había vivido otras situaciones parecidas y no participaba de esa inquietud de los compañeros. Pero ¿cómo convencerles? ¿Cómo lograr que se calmaran y que dejaran en paz a la persona que llevaba la marcha para que tomara libremente y sin presión la decisión que creyera más oportuna?
Después de un rato reanudaron la marcha. Bajaron a una zona más baja bordeando una sierra caliza hasta que escucharon, a lo lejos, el sonido de los automóviles, al cruzar la lejana autovía que no podían ver por la niebla reinante.
En un momento se disipó la niebla y pudieron ver la autovía, con lo que un suspiro de alivio se apoderó de todos. Nuestro hombre también suspiró, no tanto por el alivio de tener a la vista la autovía, sino por notar
que la tensión acumulada en los minutos anteriores terminaba y daba paso a la broma, la risa e incluso al chiste oportuno que venía a los labios de los compañeros ahora felices y hasta hace un momento inquietos por su seguridad y poca confianza en los recursos de las personas que llevaban
la marcha.
En el fondo, pensó, la diferencia que existe entre el adulto y el niño es muy poca. Pasan de la rabieta a la euforia con gran facilidad. Se aman, se odian, se quieren, se temen, se alaban, se insultan, y todo en virtud de ese mundo infantil y subyacente ó falto de madurez, ¿quien lo sabe?, que llevan dentro de su alma.
Sin embargo esas reacciones son lógicas en todo ser humano. Forman parte inseparable de los sentidos que toda persona lleva en sí misma. Unas veces pueden comportarse como adultos y otras nos pueden parecer niños con cara de enfado y jugando en el patio del colegio.
Quizás ahí estaba la respuesta a la pregunta tonta que hacía un buen rato le vino a la cabeza. ¡Sí, estaba seguro!
-"Si tuviera una varita mágica convertiría a todos los hombre en niños"
¿No sería demasiado brusca esa medida? Dicen que el niño tiene comportamientos irracionales y que puede ser el ser más duro e insensible que existe ya que sus exigencias y sus egos no tiene límites.
-"Sí, es posible. Sólo que si ese milagro fuera posible todos los seres del mundo serían niños y no habría personas mayores a las que pudieran hacer daño, ni tampoco éstas a los niños"
...Una varita mágica para convertir el mundo en un mundo de niños un paseo en el monte, una mojadura y la ropa empapada, llena de barro y tiznada al bajar los últimos trozos de terreno por una zona escaldada por un fuego, prendido por el hombre, para tratar de eliminar los escajos
existentes.
Bonita excursión, con una varita mágica que llegó a su cabeza en un paseo por el monte y con los sueños en la mochila de su corazón.
Rafael Sánchez Ortega ©
10.04.06
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