miércoles, septiembre 10, 2008

EL ARCO IRIS



Habían pasado solamente unas horas desde que recibió la noticia. La lluvia había cesado y el cielo azul del otoño, ofrecía en la mañana, el paisaje inconfundible, de un tiempo cálido, de sudoeste, jalonado de nubes blancas y dispersas que eran características de esta época del año.

La Iglesia tenía todos los bancos ocupados, sin llegar al lleno absoluto, quizás por lo temprano de la hora, ya que habitualmente todas estas ceremonias de funeral se celebraban en la tarde, pero el deseo de ella, manifestado hacía tiempo, de ser incinerada, hizo que el servicio funerario tuviera que adelantar los oficios.

¿Y quien era ella?, ¿cuánto tiempo hacía que la conocía?... En realidad, estas y mil preguntas más llegaban ahora a su pensamiento mientras seguía de una manera autómata el rito católico que el sacerdote llevaba a cabo desde el altar.

Pequeños retazos llegaban a su recuerdo. Por ejemplo aquella vez que entró a su tienda a comprar una revista y ella le había preguntado por otra persona vecina, de la que hacía mucho tiempo no sabía nada, y la frase final envuelta en una pregunta que le había dirigido, -"porque erais amigos, ¿verdad?"

En realidad el tiempo pasa y con él pasa el ser humano por la vida. Siempre hay una primera palabra, una frase insustancial, quizás una conversación balbuceante; luego con el tiempo llega una sonrisa, una mirada sin palabras; puede que hasta un silencio compartido sea más elocuente para decir muchas cosas que una conversación.

Y así, de esta manera tan sencilla, se conocieron, supieron el uno del otro, compartieron sus pequeñas y grandes cosas y vivieron sus vidas. Cada uno en su hogar, donde formaron una familia estable y duradera, con los balanceos propios de la vida rural.

Hasta que un día llegó Ella, la otra, la enemiga cruel e implacable de la vida, y la noticia corrió de boca en boca. La muerte acechaba en forma de tumor y los pronósticos más optimistas solo dejaban el rayo de esperanza en unas semanas de vida.

Cuando se enteró de esa noticia, volvió a verla, como tantas veces, tras el mostrador fumando y con el cigarro entre sus dedos. El sabía que era uno de sus vicios, que fumaba mucho, quizás en demasía, pues consumir dos cajetillas de tabaco negro diario y añadir a ello ciertos cafés a deshoras no era algo saludable. Pero ¿quien era él para pensar así de los hábitos y comportamientos de nadie y menos de ella?

Sin embargo, ella, había soportado seis años, desde aquel diagnóstico. Superó pruebas muy duras de quimioterapia y tratamientos de choque aferrándose a la vida con todas sus fuerzas. Pero, por desgracia, solo era cuestión de tiempo. Sí, de tiempo y de desgaste de esas fuerzas que poco a poco se iban minando y flaqueaban debido a la grave enfermedad que dentro de su cuerpo germinaba y luchaba por acabar con su vida.

Y él estaba ahora allí con su recuerdo, y como ocurre siempre en estos casos, con los recuerdos compartidos y vividos de la persona que parte. Estaba en aquella Iglesia llena de gente, entre los cantos y oraciones que pedían por su alma, pero estaba también en otra parte.

Retrocedió a su mundo de los sueños, y se vio en la barra del puerto después de un día de lluvia. Las aguas de color azul oscuro ofrecían unos tonos amenazadores y el mar estaba picado con olas revueltas. Un hombre se acercaba en la escollera hasta llegar al puntal. En sus manos traía un bulto indeterminado, como si fuera una copa. Al llegar al borde se paró y miró durante un largo rato al horizonte por el que empezaban a asomar los colores de un arco iris. Luego quitó la tapa y lanzó a las olas las cenizas que contenía el recipiente.

Aún recordaba el comentario de ella, cuando leyó aquel cuento, -"es bonito, pero un poco trágico, ¿no crees?"

Hoy, años después, volvían a su recuerdo aquellas líneas, igual que volvían también muchas mas cosas de ella mientras su cuerpo, en la iglesia, esperaba el viaje que la conduciría a la incineración, ya que su
espíritu había ya marchado de ese cuerpo, en un viaje sin retorno, buscando las estrellas.

Cuando salió de la Iglesia encaminó sus pasos al mirador que desde allí permitía contemplar el mar a lo lejos. Y a pesar del día azul y las nubes de sudoeste, pudo ver, sin saber si era realidad o quizás un sueño, un arco iris que con sus colores bajaba hacia las aguas en forma de cascada semicircular.

Sí, allí estaba, y estaría ella siempre, en los sueños y recuerdos. La muerte podría haber llegado en forma cruel y dolorosa, pero mientras existiera la vida y con ella los recuerdos seguiría viéndola y la recordaría, como en ese arco iris que ahora se asomaba tímidamente para decirle que allí estaba la
esencia de la vida, bajo el sol y sobre las aguas del mar en forma de un arco de colores en forma de sueño... ¡Su sueño!

Rafael Sánchez Ortega ©

Oct.2005

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