Se escuchaba la música en la tarde mientras una voz femenina tarareaba su sonido, dejando una sensación de paz al elevarse y bajar las secuencias, como si se moviesen al compás de una imaginaria ola que caminara por el amplio mar que había contemplado en la mañana desde la playa.
Era verano ,y como muchos días aprovechó para dar un paseo descalzo, por la orilla del mar, y acercarse hasta la cala del cabo y gozar allí del doble espectáculo de sentarse a descansar un momento mientras podía contemplar la amplia cadena montañosa que majestuosa se alzaba sobre su pueblo, con aquellas cumbres que tan bien conocía, y más tarde tras haberse extasiado de aquella panorámica, caminar hacia las mansas olas que venían a dormir en ese rincón privilegiado y recibir el baño de sus aguas.
La temperatura del mar era excelente y una ligera brisa de nordeste rizaba un poco las aguas que con su traje de fiesta compuesto de color dorado en la orilla, verde oscuro tras la línea de las olas y azul marino en el fondo, hasta perderse en el horizonte, venían a dormir en la playa en las trenzas plateadas de las olas.
Tras meterse en el agua nadó sin prisa, contemplando lo que le rodeaba, hasta quedar cansado y dejarse mecer por las olas nacientes, de espaldas al mar mientras miraba el cielo azul, en aquella zona donde el mar vestía su color verde oscuro y le cubría con sus gotas, mientras él braceaba y abrazaba las mismas con el recuerdo de la figura amada, que ahora, al nadar y cerrar los ojos veía a su lado y sentía tan cerca, allí, entre las aguas del mar.
¡Dios mío -pensó-, si pudiera convertir ese sueño en realidad!...
De pronto sintió en sus brazos y piernas el roce suave y sutil de algo que le obligó a abrir los ojos, viendo que el mar le había llevado a una zona donde las corrientes de otras mareas, habían depositado algunas algas. Alguna vez había disfrutado de esa sensación, hacía tiempo, y ahora de nuevo, al sentir la caricia de las plantas marinas y percibir su olor característico, fuerte y lleno de yodo cerró de nuevo los ojos dejándose llevar a ese mundo mágico, donde el tiempo se detiene, donde el amor es eterno y donde la paz es absoluta.
Las algas se enrollaban en sus brazos y piernas y él se dejaba cubrir, como si fuera un amante que hubiera acudido, en la mañana a la cala, para acariciarlas y poderlas amar intensamente.
Un alga más pesada que las demás se prendió de su brazo mientras nadaba obligándole a abrir los ojos y detenerse para tratar de quitársela. Cuando ya lo había hecho se dio cuenta de que la misma llevaba enredada una caracola y por eso no era tan liviana como las otras que habían venido a morir en la orilla.
Había visto muchas de niño y también había escuchado muchos relatos, de viejos marineros, contando mil historias, sobre lo que decían las caracolas, cuando las acercaban al oído. El sólo había escuchado el rumor del mar y cuando alguna vez llevó hasta su oído aquellas caracolas nunca había tenido la suerte de escuchar ninguna historia.
Por eso ahora la cogió con mimo, casi con reverencia, pues el color blanquecino de la misma la hacía parecer aún más hermosa. Empezó a salir del agua con la caracola en la mano que instintivamente llevó hasta su oído percibiendo claramente aquel rumor del mar que tantas veces había escuchado de niño, pero también... ¡Sí, estaba seguro!, creyó escuchar algo más. Parecía la voz de una persona, una especie de voz lejana que trataba de subir del fondo del mar hasta su oído para decirle que le amaba, que estaba allí esperándole y que caminaba con él en su corazón.
Sacudió la cabeza y volvió sobre sus pasos por la orilla de la playa, con la caracola en la mano, de regreso a su casa. El corazón le latía más deprisa, pero no se atrevió a llevar nuevamente la caracola al oído por temor a que la voz que creyó oír, y aquellas palabras, fueran solo un sueño, ¡un hermoso sueño nacido del mar en el verano!
Y ahora estaba allí, en su casa, en la tarde. El cuaderno abierto, la pluma en la mano, la mirada ausente, soñando, el corazón latiendo apresurado y cerca, a su lado, la caracola que había secado, reposaba esperando.
Dejó la pluma y con mano temblorosa tomó la caracola y la llevó a su oído pudiendo de nuevo escuchar el rumor del mar y sobre ese sonido tan hermoso y característico, como si surgiera de aquel vestido azul marino, verde oscuro y dorado de la arena, escuchó de nuevo aquella voz.
¡Sí, no había duda, era la voz que tanto conocía!, la voz de la persona amada, que le susurraba en la tarde, que le cantaba en la noche y que le decía que le quería a todas horas del día. Y estaba allí, a su lado, en su oído. Y la sentía apoyada en su hombro, sentía su mano acariciando su cuello, masajeando luego sus hombros, su espalda, recorrer sus brazos y hacer que su mano volviera a tomar la pluma y empezara a describir todo aquello que había visto, lo que había vivido y lo que había amado en lamañana, mientras abrazaba su cuerpo entre las aguas.
Y el hombre, el soñador, abrió los ojos y se encontró ante la persona que tenía en su recuerdo y volvió a oír la voz que llevaba grabada en su alma, sintió su canto y percibió su caricia en forma de susurro que le decía al oído que le amaba.
...Y el poeta, el escritor, tomó el cuaderno y empezó a trazar nerviosamente los primeros versos de un poema mientras recordaba todo aquello, mientras soñaba y a la vez mientras amaba...
"...Encontré una caracola junto a la orilla del mar, vino a mi lado, ella sola para hacerme suspirar..."
Rafael Sánchez Ortega ©
Era verano ,y como muchos días aprovechó para dar un paseo descalzo, por la orilla del mar, y acercarse hasta la cala del cabo y gozar allí del doble espectáculo de sentarse a descansar un momento mientras podía contemplar la amplia cadena montañosa que majestuosa se alzaba sobre su pueblo, con aquellas cumbres que tan bien conocía, y más tarde tras haberse extasiado de aquella panorámica, caminar hacia las mansas olas que venían a dormir en ese rincón privilegiado y recibir el baño de sus aguas.
La temperatura del mar era excelente y una ligera brisa de nordeste rizaba un poco las aguas que con su traje de fiesta compuesto de color dorado en la orilla, verde oscuro tras la línea de las olas y azul marino en el fondo, hasta perderse en el horizonte, venían a dormir en la playa en las trenzas plateadas de las olas.
Tras meterse en el agua nadó sin prisa, contemplando lo que le rodeaba, hasta quedar cansado y dejarse mecer por las olas nacientes, de espaldas al mar mientras miraba el cielo azul, en aquella zona donde el mar vestía su color verde oscuro y le cubría con sus gotas, mientras él braceaba y abrazaba las mismas con el recuerdo de la figura amada, que ahora, al nadar y cerrar los ojos veía a su lado y sentía tan cerca, allí, entre las aguas del mar.
¡Dios mío -pensó-, si pudiera convertir ese sueño en realidad!...
De pronto sintió en sus brazos y piernas el roce suave y sutil de algo que le obligó a abrir los ojos, viendo que el mar le había llevado a una zona donde las corrientes de otras mareas, habían depositado algunas algas. Alguna vez había disfrutado de esa sensación, hacía tiempo, y ahora de nuevo, al sentir la caricia de las plantas marinas y percibir su olor característico, fuerte y lleno de yodo cerró de nuevo los ojos dejándose llevar a ese mundo mágico, donde el tiempo se detiene, donde el amor es eterno y donde la paz es absoluta.
Las algas se enrollaban en sus brazos y piernas y él se dejaba cubrir, como si fuera un amante que hubiera acudido, en la mañana a la cala, para acariciarlas y poderlas amar intensamente.
Un alga más pesada que las demás se prendió de su brazo mientras nadaba obligándole a abrir los ojos y detenerse para tratar de quitársela. Cuando ya lo había hecho se dio cuenta de que la misma llevaba enredada una caracola y por eso no era tan liviana como las otras que habían venido a morir en la orilla.
Había visto muchas de niño y también había escuchado muchos relatos, de viejos marineros, contando mil historias, sobre lo que decían las caracolas, cuando las acercaban al oído. El sólo había escuchado el rumor del mar y cuando alguna vez llevó hasta su oído aquellas caracolas nunca había tenido la suerte de escuchar ninguna historia.
Por eso ahora la cogió con mimo, casi con reverencia, pues el color blanquecino de la misma la hacía parecer aún más hermosa. Empezó a salir del agua con la caracola en la mano que instintivamente llevó hasta su oído percibiendo claramente aquel rumor del mar que tantas veces había escuchado de niño, pero también... ¡Sí, estaba seguro!, creyó escuchar algo más. Parecía la voz de una persona, una especie de voz lejana que trataba de subir del fondo del mar hasta su oído para decirle que le amaba, que estaba allí esperándole y que caminaba con él en su corazón.
Sacudió la cabeza y volvió sobre sus pasos por la orilla de la playa, con la caracola en la mano, de regreso a su casa. El corazón le latía más deprisa, pero no se atrevió a llevar nuevamente la caracola al oído por temor a que la voz que creyó oír, y aquellas palabras, fueran solo un sueño, ¡un hermoso sueño nacido del mar en el verano!
Y ahora estaba allí, en su casa, en la tarde. El cuaderno abierto, la pluma en la mano, la mirada ausente, soñando, el corazón latiendo apresurado y cerca, a su lado, la caracola que había secado, reposaba esperando.
Dejó la pluma y con mano temblorosa tomó la caracola y la llevó a su oído pudiendo de nuevo escuchar el rumor del mar y sobre ese sonido tan hermoso y característico, como si surgiera de aquel vestido azul marino, verde oscuro y dorado de la arena, escuchó de nuevo aquella voz.
¡Sí, no había duda, era la voz que tanto conocía!, la voz de la persona amada, que le susurraba en la tarde, que le cantaba en la noche y que le decía que le quería a todas horas del día. Y estaba allí, a su lado, en su oído. Y la sentía apoyada en su hombro, sentía su mano acariciando su cuello, masajeando luego sus hombros, su espalda, recorrer sus brazos y hacer que su mano volviera a tomar la pluma y empezara a describir todo aquello que había visto, lo que había vivido y lo que había amado en lamañana, mientras abrazaba su cuerpo entre las aguas.
Y el hombre, el soñador, abrió los ojos y se encontró ante la persona que tenía en su recuerdo y volvió a oír la voz que llevaba grabada en su alma, sintió su canto y percibió su caricia en forma de susurro que le decía al oído que le amaba.
...Y el poeta, el escritor, tomó el cuaderno y empezó a trazar nerviosamente los primeros versos de un poema mientras recordaba todo aquello, mientras soñaba y a la vez mientras amaba...
"...Encontré una caracola junto a la orilla del mar, vino a mi lado, ella sola para hacerme suspirar..."
Rafael Sánchez Ortega ©
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