miércoles, septiembre 10, 2008

LA LAGUNA


Acudió aquel día a la montaña, en realidad lo hacía habitualmente, a buscar la paz y el equilibrio. Allí se comprobó la cantidad de águilas y buitres que pasaban por el cielo, con su vuelo elegante dejándose deslizar por los corredores que forman las corrientes de aire mientras otean la presa que abajo pasta sin saber que pueden ser el alimento de las rapaces.

Pero mientras éstas pasean con elegancia, sus plumajes por los cielos planeando en un baile constante, mientras buscan a la vez el sustento para ellas y sus crías él acudía a las montañas a encontrar la paz que allí se respira y ese algo que le transporta a unos espacios distintos y diferentes, donde la comunión con la naturaleza es algo real ya que lo palpa y lo vive intensamente hasta el punto de que esa visión se convierte en una especie de sustento para el alma hambrienta de espacios naturales y deseosa de encontrar el camino hacia los sueños.

Poco a poco subió los dos montes, de dos mil metros cada uno aproximadamente, que había previsto. El tiempo era bueno, con temperatura veraniega, y aunque en la primera de las subidas soplaba una brisa fría, la misma refrescaba y a la vez ayudaba a caminar haciendo menos fatigoso el desplazamiento, y de esa forma podía disfrutar de todo el paisaje que le rodeaba a medida que iba ganando altura hacia las cumbres.

La carencia de nubes hacía que el paseo fuera una maravilla con la recepción de unas vistas impresionantes de toda la cordillera, que le enseñaba su parte sur, parcialmente nevada.

Después de subir la segunda cima bajó a comer a una laguna pequeña que se forma en el circo de la misma y que la gente del lugar llama "El pozo de los buitres". Allí se bañó en el azul de sus aguas, chapoteando y buscando la frescura de las mismas. Su cuerpo se impregnaba entre ellas como buscando el abrazo en las mismas, un abrazo extensivo a esas gotas de agua que hasta hace poco habían formado la nieve caída en el invierno y primavera y que habían estado blanqueando los lugares cercanos a esa laguna de aguas azules.

"La Laguna azul", -pensó- ¿Cómo sería esa laguna unas semanas atrás, cuando la nieve la rodeaba, e incluso se extendía por sus aguas ahora azules y cristalinas? Seguro que el hielo habría sido el vestido, también blanco, que cubría la superficie de estas aguas azules por donde ahora él ahora nadaba y se dejaba mecer, de vez en cuando, mientras miraba el cielo y veía en lo alto volar a las águilas y buitres cercanos.

Era un día ideal, de esos que siempre quedan grabados en la retina, ya que esos momentos vividos son únicos e inolvidables y se recuerdan en cantidad de ocasiones como una página vivida intensamente en ese baúl de los recuerdos y en ese mundo donde la fantasía se mezcla con los sueños.

La paz que allí se respiraba, la tranquilidad, la ausencia de un mundo tan lejano y a la vez tan cercano, pero manteniendo el espíritu aislado y solo en contacto con la naturaleza... La verdad es que cuando bajaba de estos lugares a la civilización, a su mundo y a su vida diaria, volvía como vulgarmente se dice "con las pilas cargadas" y como si una persona nueva acabara de volver a la vida.

Solo que hoy volvía con un recuerdo diferente, el de esa "Laguna azul", cargada del color especial de los sueños. Ese color azul añil que tantos recuerdos había dejado en el pasado, en su alma, estaba allí, formaba el colorido especial de aquellas aguas destiladas de la nieve que él pudo abrazar mientras nadaba.

Y ahora mientras descansaba en su casa, después de la dura jornada, soñaba con aquel lugar y aquel día. Un lugar lleno de paz y un día donde los sueños estuvieron planeando con las águilas y buitres por los cielos en aquella danza misteriosa y fascinante, como si una sinfonía mágica hiciera que las aves y los sueños se juntaran para ver desde lo alto la "Laguna azul" que abajo invitaba con sus aguas cristalinas y trasparentes, formando la música maravillosa, que ahora, en el descanso, embriagaba sus sentidos en un recuerdo inolvidable.

Rafael Sánchez Ortega ©

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