miércoles, septiembre 10, 2008

AUTORRETRATO


Juan estaba sentado en un banco de madera, bajo una encina caprichosa surgida en la finca, al abrigo de unas rocas calizas. Tenía en sus manos un cuaderno donde Sofía había trazado con sus dedos finos aquellos dibujos a carboncillo que también conocía y que tantos recuerdos le traían de nuevo. La llegada de Julia, sentándose a su lado, fue tan silenciosa que no tuvo tiempo de darse cuenta y le sorprendió absorto contemplando un autorretrato que su esposa había dibujado muchos años atrás.

-¿Qué haces papá? ¿No es ese el cuaderno de dibujos de mamá?

-Sí, Julia, es su cuaderno.

-¿Qué buscas en él?

-Nada, solamente miraba sus dibujos.

-¿No la puedes olvidar, verdad?

-Sabes bien que nunca la olvidaré.

-¿Te importaría contarme otra vez cómo la conociste?

Una débil sonrisa afloró a los labios de Juan después de escuchar la pregunta de Julia. Tomó su mano izquierda entre las suyas y la dio un beso en la frente. Ella apoyó la cabeza en su hombro mientras con la otra mano empezó a pasar las páginas del cuaderno mientras esperaba que su padre contara la historia que le había escuchado muchas veces y que ella no se cansaba de pedir que le relatara, cuando le veía así, como ahora, con los dibujos de Sofía, ya que sabía perfectamente que eso le ayudaba a superar unos momentos de recuerdos y emociones reprimidos y a la vez los mantenía unidos en esa complicidad filial, de un cariño rayando en la veneración por la persona ausente, tan extraña en el mundo en que vivían.

-Todo ocurrió de una manera muy natural -comenzó a explicar Juan-, fue un día en la playa. Acudí como siempre con el grupo de amigos y allí, con ellos, estaba una persona nueva. Era una chica tímida que en principio no llamó mi atención. Alguien, no recuerdo quien, comenzó una onversación. Hablaba de una fiesta que por la tarde se celebraba en un pueblo cercano, una romería con baile. Todos se apuntaron para ir a la misma menos aquella chica que se excusó diciendo no podría ir ya que tenía que acabar de pintar, allí en la playa, un dibujo empezado y que tenía en el cuaderno que vi. a su lado.

-¿No te extrañó lo del dibujo?

-Por supuesto, fue algo que llamó poderosamente mi atención e hizo que me fijara, más si cabe, en aquella persona y me hiciera mil preguntas sobre ella. ¿Quien era? ¿De dónde procedía? ¿Por qué un dibujo era más importante para ella que el baile?...

-¿Viste algo raro en su manera de ser?

-¿Raro?, yo no diría eso, más bien su manera de reaccionar fue diferente ante la propuesta del baile a lo que habían contestado las amigas que conocía. Por eso, en un momento que nos quedamos solos, tuve la oportunidad de preguntarla si la gustaba mucho dibujar.

-¿Qué te contestó ella?

-Me dijo que sí, que dibujar la hacía sentirse más cerca de la naturaleza y que así la percibía en toda su intensidad. Al principio no la entendí bien y ella trató de explicármelo. Me contó que cuando dibujaba se olvidaba del mundo y de lo que le rodeaba y que entonces su mano era la que cobraba vida y esa vida la llevaba al papel a través de los lapiceros.

-¿Eso fue lo que te llamó la atención?

-Bueno, todo un poco. Lo del baile por el dibujo fue lo primero y ahora esa explicación de dar vida al papel a través del lápiz, confieso que hizo que sin darme cuenta la preguntara que si podía acompañarla en la tarde, mientras acababa su dibujo en la playa. Me contestó que sí, que sería un
placer, pero que tuviera un poco de paciencia si no contestaba a sus preguntas con prontitud mientras estaba pintando ya que eso era debido a la concentración.

-¿Y así la conociste, papá?

-Sí, Julia, así la conocí ó empecé a conocerla. Aquella tarde fue muy bonita. El cielo azul contribuía a ello junto a un mar en calma y unas olas que venían a dormir en la arena. Pero esos colores tan lindos no se plasmaron nunca en los dibujos, ya que el carboncillo reflejaba siempre los trazos negros sobre el fondo blanco de la página. Ahora mismo, hace un rato, miraba una lámina, la de aquella tarde que pintó Sofía, y veía en ella la vida y el color dejados por la mano de tu madre y que nunca olvidaré por mucho tiempo que pase.

-¿Cómo te declaraste a ella? -le preguntó Julia, con una sonrisa picarona-.

-Haces muchas preguntas niña, pero ya te lo he dicho en otras ocasiones. Aquel día, como te dije, había una romería en un pueblo cercano. Yo me quedé con Sofía en la tarde y por la noche, después de cenar, alguien nos llevó a la verbena de esa fiesta, pero no fuimos al baile. Empezamos a caminar y nuestros pasos nos llevaron hasta un pequeño puerto. Nos sentamos en la escollera contemplando la luna naciente y las estrellas que parpadeaban como saludándonos. No sé cómo sucedió, pero cuando me di cuenta tenía su mano entre las mías, nos estábamos mirando en la oscuridad y sin darnos cuenta nuestros labios también se buscaban.

-¿Y así comenzó todo? ¿De esa manera tan sencilla?

-La verdad es que sí, que así comenzó la relación entre Sofía y yo pero ignoro si fue una manera sencilla. Nuestro noviazgo duró poco tiempo. Ella marchó al acabar el verano a la ciudad donde vivía. Estaba acabando sus estudios de dibujo, me dijo, así que empezamos a escribirnos deseando volver a vernos. De vez en cuando nos llamábamos por teléfono para saber un poco más y a la vez escuchar nuestras voces. Al año siguiente nos casamos y ella vino a vivir aquí, donde meses después tú naciste.

-Sí, pero...

-No digas nada Julia. Lo que pasó estaba escrito. El Destino es así y puede ser cruel o caprichoso, según se mire. Sofía me lo dijo muchas veces durante tu embarazo y recuerdo bien sus palabras cuando el ginecólogo nos comunicó que tendría una niña, pero que podría haber omplicaciones. "Si algo pasa -me dijo entonces, mientras tomaba mi mano y la llevaba hasta su vientre-, cuida bien de esta niña y piensa que yo estaré con vosotros, como estoy en los dibujos dándoles vida"

-¿Por qué la vida es a veces tan triste, papá?

-La vida as así, Julia. La alegría y la tristeza están en ella, quizás nosotros nos fijamos más en todo lo negro, como en el carboncillo de los dibujos de mamá, pero piensa que ella los dejaba sobre un fondo blanco, el del papel inmaculado, y que nosotros podemos darles vida y alegría, como ella bien decía. Todo es cosa de dejar volar un poco la imaginación y elevarla hasta el cielo, a ese mundo de los sueños.

-¿Papá, nunca has pensado que si mamá no vive ahora es por mi culpa, porque yo nací y...?

-¡Julia, por favor, no pienses eso! Las cosas pasan y la vida es un misterio. Hubiera sido hermoso haber podido compartir la vida con vosotras dos, pero si Sofía no te hubiera traído para que quedaras a mi cuidado, ¿qué sería de mi? ¿Quien me haría ahora tantas preguntas y me sorprendería como antes mirando este viejo cuaderno de dibujos?

-Ya papá, pero tu podrías haber sido más feliz, ya que estarías en compañía de la persona que amabas y no mirando solamente sus dibujos y soñando con su recuerdo.

-La sigo amando, Julia. Amo a Sofía cuando te miro a ti, ya que la veo en tu persona, la sigo amando cuando miro sus dibujos, porque en ellos está parte de su vida y sentimientos, la amo en las cosas que me rodean y en aquellos lugares y sitios que alguna vez visitamos y donde pasamos momentos que nunca podré olvidar. La amo, Julia y es un sentimiento que no sé explicar, pero que está aquí en mi pecho.

-Lo sé, papá. Sé cuánto amas aún a mamá y por eso, a veces, como hoy, te pido que me cuentes como la conociste, pues es algo tan sencillo ese amor que me cuesta entenderlo.

-Sí mi niña, fue algo muy sencillo cuando la conocí y hoy, aunque no esté sigue siendo igual de sencillo, ya que viene conmigo a todas partes, con tu presencia tan cercana, en los mil recuerdos vividos y en mis sueños donde ella siempre está presente.

-¿Cuándo pintó su autorretrato en el cuaderno, papá?

-Fue su último dibujo. Ya estaba embarazada cuando lo dibujó y decía que el próximo que haría sería el tuyo, el de tu carita pequeña al que ya le estaba dando forma en su cabeza y en sus sueños, porque tu madre también era una soñadora, Julia. Por eso el encanto y el misterio están en estos dibujos con todos los mensajes que los mismos encierran.

-¿Tu conoces esos mensajes?

-Algunos sí, mi niña, otros los voy descubriendo a medida que pasa el tiempo. Es como si Sofía me los fuera enseñando sin prisa, con el paso del tiempo, entre pausa y pausa, como en aquellos primeros momentos cuando la conocí y viví aquella tarde a su lado en la playa.

-¿Sabes papá? Creo que llevas su autorretrato en tu alma y que nunca, por mucho que pase el tiempo, la podrás olvidar ni dejar de amar. ¡Ojala yo sea capaz de amar algún día de la misma manera!

-Lo harás Julia, cuando llegue a tu vida la persona que el destino te haya designado estoy seguro de que también la amarás de la misma forma y entonces comprenderás muchas de las preguntas que ahora me haces.

-Un beso papá. Te dejo, ya que he quedado con las amigas para ir al baile.

-Hasta la noche mi niña.

-Hasta la noche papá.


Y en el banco de madera, bajo la encina y mirando el horizonte, quedó Juan con el cuaderno de dibujos. Buscó una vez más aquel autorretrato y dejó que sus sueños se elevaran al infinito. Soñar no es malo, pensó, y más en situaciones como estas en que el sueño es una necesidad, una búsqueda incesante del amor a través de los recuerdos, aunque sea, como ahora, a través de la figura borrosa y amada del autorretrato que escapaba del cuaderno.

Rafael Sánchez Ortega ©

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