miércoles, septiembre 10, 2008

LA CHICA DEL AUTOBUS



El autobús de la línea cinco llegó puntual aquella mañana. Un pequeño grupo de personas esperaba en la parada de la alameda para hacer el recorrido matinal que les llevaría a sus trabajos ó a otros lugares de la ciudad. Sin embargo faltaba alguien, ella no estaba en la parada esta mañana. Miró atrás, por si llegaba con retraso por el paseo, pero no vio su figura. El conductor le preguntó que si iba a subir y él tras una breve duda contestó que no, que esperaba a otro autobús.

En realidad era una mentira piadosa se dijo para sí mientras veía marchar el autobús que durante mucho tiempo venía tomando para ir al trabajo, pero prefería quedarse quince minutos más y llegar un poco tarde al trabajo sabiendo que ella había venido, como todos los días, a tomar el autobús que también la llevaba en la mañana.

No sabía a ciencia cierta cuánto tiempo hacía que la conocía, bueno si por conocer se entiende ver su cara todos los días, atisbar su figura en los asientos mientras duraba el trayecto, dirigirse un saludo primero con la mirada, luego un "buenos días" y finalmente hablar sobre la predicción del tiempo que podía hacer en la mañana, aunque incluso alguna vez habían compartido asientos contiguos.

Ella se bajaba en la zona donde se hallaba el Gobierno Regional, por lo que suponía que debía trabajar en alguna dependencia ú oficina del mismo, aunque tampoco podía descartar que trabajara en alguna de las muchas oficinas bancarias de la zona.

El la veía atravesar el paso de cebra, antes de que el autobús continuara su marcha para llevarle a su trabajo en la Universidad. En esos segundos en que tenía la oportunidad de verla caminar admiraba su figura elegante que caminaba con una gracia especial llevando unas veces el bolso colgado del hombro y en otras ocasiones unos cuadernos que no sabría definir a qué correspondían.

Había un algo misterioso y atrayente en su figura que hizo que un día reparara en su presencia en el autobús. Quizás había acudido al mismo desde hacía tiempo y él no se había dado cuenta ó no había reparado en su presencia, como cantidad de personas que a esas horas de la mañana se levantan para ir al trabajo, al estudio ó simplemente para buscar la comodidad del desplazamiento en esa hora tranquila.

Aún recordaba aquel día en que reparó en su presencia. Volvió a verla con los ojos bajos, como soñolientos ó pensativos. Estaba un par de asientos más atrás y él iba de pie en aquella mañana. Reparó en ella porque llevaba unos cuadernos apretados contra su pecho y esa mirada baja, como ausente, que más tarde volvería a ver tantas veces.

Un día ella estuvo a punto de perder el autobús. Llovía un poco y llegó corriendo cuando el conductor ya había empezado a cerrar, pero consiguió entrar de milagro antes de que las puertas se cerraran y el autobús comenzara su rutinario caminar. Pagó el billete y caminó por el pasillo buscando un asiento libre y que afortunadamente estaba a su lado.

Aquella fue la primera vez que compartieron los asientos contiguos y también la primera vez, que con una excusa para ver un algo inexistente en la calle, él giró su rostro hacia ella y pudo mirar sus ojos marrones, aunque fuera en una fracción de segundo y de refilón.

Sabía donde tomaba el autobús, donde se bajaba y también coincidían muchas veces al regreso, cuando él volvía de su trabajo en la Universidad, pues ella a esa hora que él regresaba también ella esperaba en la parada del Gobierno Regional el autobús que la volvería a la alameda, para desde allí seguir caminando hasta su piso.

Ahora, mientras pensaba todo esto, recordaba aquel día en que sin saber por qué motivo él bajó también en la alameda, detrás de ella, y empezó a caminar a distancia sin ningún propósito. Le gustaba verla caminar y como solo podía disfrutar de esos segundos, cuando ella cruzaba el paso de cebra, ahora tenía oportunidad de seguir sus pasos y ver su figura con aquel encanto que emanaba de la misma.

Tras caminar un poco por la alameda ella se giró en busca de la Calle Alta, como si fuera allí donde viviera, mientras que él continuó alameda arriba hasta llegar al complejo donde tenía su pequeño apartamento.

En realidad estos encuentros llegaron a tomar cuerpo y formaban ya la parte más importante del día para él. Sabía ó suponía que no estaba casada ó comprometida, pues no llevaba anillos en sus dedos y solo una medalla de oro con un crucifijo colgaba de su cuello. Pero este detalle, el de los anillos no quería decir nada. Podía estar casada y no llevarle, podía también tener novio ó estar comprometida, ya que hoy en día no es preceptivo llevar una alianza para sellar ningún compromiso.

Después de mucho tiempo había tomado una resolución y como el saludo era ya algo habitual entre ellos, intentaría invitarla a tomar algo, un café por ejemplo, ó la preguntaría si la gustaba leer, en definitiva estaba decidido a romper el hielo y a tratar de acercarse a ella de una manera más directa, pues el encanto y sencillez que llegaba de su persona le tenía cautivado.

Sin embargo hoy no estaba en la parada, no había llegado a la hora y él estaba allí esperando al siguiente autobús con la esperanza de que ella apareciera de pronto y pudiera decirle -"lo siento me he retrasado"-. Pero no llegaba y el siguiente autobús de la línea cinco bajaba ya paralelo a la alameda buscando la parada. Lanzó una mirada en dirección a la salida de la Calle Alta, por si veía su figura y decirle al conductor que esperara unos segundos, pero nadie venía de la misma. Así que subió, pagó su billete y se fue a colocar al fondo, mirando por el cristal la alameda que iba quedando atrás y donde no se veía la figura elegante y cautivadora que le había encandilado.

Llegó tarde al trabajo y el Director enarcó una ceja al preguntarle si había ocurrido algo, pues era la primera vez que le pasaba desde que trabajaba en la Universidad. Respondió que no, que no pasaba nada, que disculpara, que había pasado una mala noche y que había dormido muy mal.

A media jornada compró la prensa, como todos los días, pero no pudo leer nada ya que mil preguntas venían a su cabeza por la ausencia de ella, hoy en la mañana, en el autobús. ¿Estaría enferma?, ¿la habrían cambiado de trabajo?... Quizás estuviera de vacaciones, ¡Sí, eso tenía que ser!, pero no recordaba haber notado su ausencia tiempo atrás, aunque entonces tampoco se fijaba mucho en su presencia diaria en el autobús.

Al terminar el trabajo tomó el periódico y buscó el autobús que le llevaría de regreso. Este hizo su parada en el Gobierno Regional, pero ella no estaba en esa parada esperando, ni tampoco en la de la alameda, aunque eso ya lo esperaba él, pues allí solo subía y a esa hora regresaba a su casa.

Bajó en la parada de la alameda y subió lentamente camimando por la misma. Llegó a la desviación de la Calle Alta, por donde aquella vez la vio dirigirse y siguió subiendo entre la sombra refrescante que los fresnos, álamos y plátanos, daban en aquella hora del día, en dirección a su apartamento.

Dejó el periódico sobre la mesa, se quitó la chaqueta y fue a la despensa a sacar una ensalada que había preparado para comer, pero apenas pudo tragar bocado, así que tomando el periódico pasó al salón, lo dejó en la mesilla cercana y se tumbó en el sofá. Cerró los ojos y trató de soñar un poco, lo necesitaba. Estaba cansado, muy cansado y aunque el día no había sido agotador por el trabajo, algo había alterado su día y roto sus sueños...

Consiguió dormir profundamente, soñando con aquella cara que vio durante tanto tiempo en las mañanas y la mirada huidiza que se escondía tras unas pestañas soñolientas, mientras una sonrisa tímida pugnaba por asomarse a sus labios cuando le daba los buenos días.

Sí, ¡sólo era un sueño todo aquello!, pero él no lo sabía ya que la respuesta sencilla y cruel la traía la vida y estaba en el periódico que había dejado en la mesilla del salón, donde en la página 35 hoy se recogían las necrológicas, y allí figuraba hoy una esquela con la foto de ella, su nombre y una apostilla que decía: "...falleció en el día de ayer víctima de accidente..."

Rafael Sánchez Ortega ©

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