viernes, septiembre 12, 2008

LA LAMPARA DE LA ESPERANZA



Desde la soledad de su habitación contemplaba la lámpara que alumbraba en la ventana. En realidad se trataba de una sencilla vela de cera en una funda plastificada de color rojo. Una amiga le había dicho que la pusiera encendida en la ventana durante la noche, que cerrara los ojos y pidiera un deseo.

Así lo hizo y allí estaba, mirando el parpadeo incesante de la llama y dejando pasar el tiempo esperando el milagro de que su deseo se cumpliese por efecto de esa forma votiva y representada en la lámpara que desde el salón dejaba su luz, como un faro en la noche, a través de la contraventana entreabierta.

Sin embargo tenía tan pocas esperanzas de que su deseo se cumpliera que su excepticismo le hacía estar más pendiente de otras cosas que tenía alrededor, como la carta que había recibido en la mañana, la música que sonaba en la cadena musical ó el cuaderno de poemas en el que de vez en cuando depositaba algunos versos.

Pero la lámpara estaba allí, había pasado ya la media noche. En realidad eran las tres de la madrugada. La llama había consumido parte de ella, de la misma forma que él había dejado transcurrir un espacio de su tiempo esperando, en razón de aquella falsa ilusión que una amiga le había formado con esa idea.

Se preguntó hasta qué punto necesitaba la misma. En realidad tenía todo lo que una persona normal puede desear: Salud, dinero, estabilidad... ¿Qué le faltaba? Difícil pregunta, ¿verdad?. Eso fue lo que se dijo a sí mismo hace unas horas cuando encendió la lámpara. Pero sí, quizás como a toda persona humana le faltaba algo ó para ser más exactos le faltaba alguien.

En este caso echaba en falta a esa persona que podía compartir su tiempo y a la que podía dedicarse en cuerpo y alma. Quizás a esa musa imaginaria que tantas veces había soñado y reflejado en sus poemas. Solo que esta vez deseaba que fuera algo real y por eso había encendido la lámpara con esa esperanza de que, aunque fuera en su imaginación,
surgiera esa respuesta y pudiera sentir a su lado a la persona deseada.

¿Pero era eso lo que buscaba? Acababa de pensar en una persona deseada, no en una persona amada. No, se dijo, no es eso. Lo que busco es a la persona que pueda amar y a la vez de la que pueda recibir todo lo que ella tiene para entre los dos poder compartir ese mundo maravilloso y mágico del amor.

¡Amar, amor...! Benditas palabras, pero ¿dónde estaban, dónde se encontraban? ¿hasta qué confines de la tierra debería arrastrarse para conseguir dar y recibir ese sentimiento? ¿acaso le estaba negado amar a él, la persona que todo el mundo tenía por alguien sensible y lleno de ternura? ¿o es que acaso lo que él creía buscar en el amor, no era
más que un simple sueño e ilusión?

¡Dios mío, no me abandones, no me dejes el silencio...! Recordaba esta súplica que hace años había salido a su cuartilla en un poema y la recordaba como si la acabara de plasmar ahora mismo. Era más joven, estaba lleno de sueños, había amado, ó al menos eso había creído él. Se enamoró perdidamente de aquella chica. Le escribió muchos poemas,
compartió su tiempo y le confió sus secretos hasta que un día ella desapareció de su vida. Simplemente se fue sin decirle nada.

La realidad era así de cruda y bien lo sabía. Por eso, desde entonces, se había refugiado en su mundo. Ese mundo pequeño y grande, a la vez, de los sueños. Allí estaba a salvo o al menos eso creía él, aunque a veces le recorriera el cuerpo un pequeño escalofrío al notar todo lo que le faltaba y lo que no podía dar por no exteriorizar a una persona real sus sentimientos.

Y ahora, en la noche de este día que acababa y cuando las estrellas se iban retirando para dar paso a la madrugada, estaba ante su mesa, con el cuaderno abierto, la pluma en la mano, escribiendo unos versos y mirando de vez en cuando a la lámpara de la esperanza.

De pronto se fijó en la carta recibida en la mañana. La abrió y volvió a leer el escrito. Ya lo había hecho varias veces durante el día, pero ahora algo le llamó la atención y eran unas líneas que decían así: "...ante la situación creada en casa mis padres me han dicho que debo casarme con este chico, más no sé qué hacer. Tú ¿qué opinas, qué me aconsejas?..."

¡Cómo no se había dado cuenta!, tenía la respuesta allí delante. Durante todo el día la había tenido ante sus ojos sin darse cuenta. Miró la lámpara y vio con asombro que su luz parpadeante había desaparecido ya que estaba apagada, mientras una fina columna de humo se alzaba en la habitación.

No, aquella no era una carta y ahora lo comprendía bien. Era una pregunta directa. Ella le estaba preguntando qué debería hacer, si en realidad debería casarse con la persona que no amaba o si por el contrario debía esperarle a él, la persona que siempre había amado.

Se levantó y corrió al teléfono, pero al llegar a él se detuvo de repente. No, no eran horas de llamar, lo haría por la mañana y le diría que le esperara, que tenían que hablar y decirse tantas cosas, quizás todas las que ambos habían retenido durante mucho tiempo en sus corazones, ya que siempre, desde que se conocieron se habían amado y ese
sentimiento era algo que había nacido de una manera espontánea, sin que se dieran cuenta y ahora, cuando a ella se le presentaba una oportunidad, le llamaba en ese escrito para preguntarle qué debía de hacer.

Se levantó y acercándose a la ventana tomó la lámpara, la famosa lámpara de la esperanza en la que nunca había creído. Cerrando los ojos besó el plástico, aún caliente, como si estuviera depositando ese beso en los labios que tan bien conocía.

Rafael Sánchez Ortega ©
08.02.06

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