viernes, enero 21, 2011

LAS TRES CHIMENEAS


Era difícil concentrarse entre aquellas cuatro paredes y sin embargo su mirada permanecía fija, contemplando las brasas de aquella hoguera, que lentamente iban dando cuenta de un tronco consumido por sus llamas.

Tenía que escribir de un tren y un viaje por llanuras castellanas en la noche. Debía de explicar aquel olor a hollín, característico, que entraba por el resquicio de la ventana, entre el traqueteo del vagón y esa danza acompasada de su cuerpo, en un duermevela inesperado.

Debía repetir aquellos sueños e ilusiones que le llevaban lejos de su pueblo, en busca de una persona a la que apenas conocía más que a través de una correspondencia viva y fresca, que había surgido hacía unos meses, y por la cual llegó a escribir y recibir diariamente dos y tres folios escritos

Explicar todo esto era tarea difícil, y lo sabía, pero debía hacerlo, debía contar todo aquello, debía decir ahora, en ese momento que sí, que estuvo enamorado, que creía en el amor y que fue en su busca, en un viaje desesperado hacia la nada.

Pero también debía de escribir de aquel barco de su niñez, en el que tantas veces había jugado en sus ratos libres, tenía que hablar de aquellas escamas rescatadas de las tablas y maderas, que los peces dejaron olvidadas y que luego, los marineros, no lograron quitar con el baldeo correspondiente.

Debía hablar también de aquellos ratos en que había entrado en la caseta del patrón para empuñar el timón y a pesar de que su cabeza no abarcaba por encima de la proa, ya era capaz, en su imaginación de tripular y llevar la embarcación a buen puerto, tal y como estaba cansado de leer en los libros y en los cuentos.

Y también le contaría a las estrellas de aquellos momentos en que asomado por la borda, buscaba las sirenas y también a las princesas, creyendo que las mismas cruzaban sobre los lomos de los delfines y ballenas que su mente había creado, cuando en realidad, el barco, nunca se había movido de la rampa del muelle.

Por último sabía que debía escribir de ese sitio donde estaba, de ese hogar donde ahora se apagaban esos leños y unas brasas perezosas relucían, resignándose a dormirse.

Allí pasaron tantas cosas... En las cercanías hubo besos y abrazos, también sonrisas y lágrimas, hubo silencios y soledades, existieron las fiestas y los bailes, corrieron los niños y hablaron los mayores y hasta una gatita perezosa, durmió cerca, muy cerca de las llamas, pero prudentemente apartada y eso sí, buscando el calor que la misma desprendía.

También allí quedaba parte de su vida, entre esas cenizas, entre esas paredes, en esos recuerdos que nunca olvidaría. Pero la vida continuaba, el pasado estaba ya superado y ahora debía mirar adelante, a ese presente que continuaba segundo a segundo y a ese futuro que se anunciaba en el mañana.

Tomó las cuartillas y fue rompiéndolas una a una para luego arrojarlas a la hoguera que pronto cobró vida y las transformó, en un abrazo, con su fuego, en unos pliegos grises y cenicientos que se fueron deshaciendo en su protesta.

Se levantó y salió de la casa. Afuera hacía frío y desde el porche pudo contemplar su chimenea firme y orgullosa y por ella vio salir el humo que se llevaba todos los recuerdos, el del tren, el del barco y el de la casa.

Al fin y al cabo, pensó, eran los recuerdos de tres chimeneas en tres momentos de una vida, de su vida, a la que ya no había vuelta ni retorno.

Rafael Sánchez Ortega ©
20/01/11

No hay comentarios: