En realidad no sabía cómo había llegado a ese lugar tan encantador, pero tampoco importaba ya que la paz que emanaba del entorno penetraba en su alma y hacía que sus ojos se cerraran mientras dejaba volar sus pensamientos, una vez más, por ese mundo mágico de los sueños.
Se encontraba sentado sobre unas rocas calizas a la orilla del lago. Sobre sus aguas, se reflejaban las montañas parcialmente nevadas y los bosques de pinos que tanto abundan en ese lugar. Al fondo la superficie estaba helada y cubierta por el manto blanco e inmaculado de la nieve caída en fechas recientes.
Ante ese cuadro tan maravilloso, parecía como si una música saliera de las aguas y le envolviera en un manto especial de ternura transportándole más aún, si cabe, al mundo infantil de sus sueños, mientras sentía en sus sienes la caricia de la brisa primaveral que le hacía estremecer al imaginar que era un beso escapado de las aguas que llegaba con un suspiro para dejar en sus oídos las palabras tantas veces soñadas.
Permaneció así un largo rato, con los ojos cerrados, embriagado de la belleza del lugar, escuchando la música silenciosa e invisible que fluía de las aguas y captando todas las notas que aquel rincón le transmitía haciéndole vivir unos momentos inolvidables.
Cuando abrió los ojos pudo percibir aquel cuadro maravilloso de la naturaleza que parecía recién salido de los pinceles de un pintor imaginario. Y allí estaba él, el soñador, ante ese cuadro y ante ese espejo
que le devolvía la imagen de las montañas y los bosques parcialmente nevados así como el color azul del cielo, que en lo alto, cubría con su manto aquel pequeño edén donde tenía la fortuna de encontrarse.
Miró hacia el lago percibiendo el reflejo de todo aquello, pero también vio algo más. Allí, a su lado y muy cerca en el agua, estaba el reflejo de una imagen que le miraba fijamente. Al principio creyó que la figura que el espejo de lago le transmitía era la suya hasta que oyó una voz que saliendo de sus labios le preguntaba:
-¿Qué haces aquí?
-Descansar un poquito -respondió-, y gozar de esta paz.
-¿No buscas algo más?
-No, ahora mismo no, sólo quiero descansar.
-¿Sabes? -le dijo la figura que se reflejaba en las aguas-, tu caso es algo extraño, todo el mundo que llega aquí viene buscando otras cosas.
-¿Qué cosas vienen a buscar?
-Unos buscan el amor entre las aguas, otros piden deseos de salud, algunos también fortuna y dinero y sólo uno pocos, muy pocos, han venido para quedarse a dormir aquí para siempre.
-¿Y cómo sabes tu todo esto? -le preguntó el soñador-.
-Soy el guardián del lago y tengo que preguntar a todo el que llega qué viene a buscar.
-Pero eso sólo ocurre en los sueños, no en la realidad.
-¿Y dónde estás tu ahora? -le contestó el guardián del lago-, ¿sabrías decirme si estás en la realidad ó en el mundo de los sueños?
Nuestro hombre, el soñador, levantó los ojos al cielo. Miró el azul extenso de mismo que con algunas nubes blancas, que guardaba celosamente aquel lugar, como si fuera el manto mágico que protegiera las montañas, los bosques, el lago y todo aquel cuadro maravilloso. Bajó la vista a las aguas cercanas y allí vio otra figura reflejada.
Por un instante, como si una corriente eléctrica le hubiera sacudido, percibió la figura de la persona amada, aquella con quien tanto había soñado, que le estaba hablando, le suplicaba, le rogaba, le pedía que la amara y la llevara a volar con sus sueños, y le decía estas cosas que llegaban a su corazón mientras veía sus lágrimas correr y él, en ese instante, hubiera deseado arrojarse a las aguas para sellar sus lágrimas y secar las mismas con sus besos, para acariciar su figura y saciar la sed de la pasión, tanto tiempo contenida, en su cuerpo fundiéndose en un abrazo eterno con la persona amada.
La voz del guardián del lago rompió aquel momento mágico devolviéndole a la realidad. Y sucedió como cuando se rompe un espejo al caer al suelo, que sus restos se transformaron en otros espejitos más pequeños que difundían todo aquel cuadro, manteniendo el encanto y el embrujo que le rodeaba, y donde el rostro de la princesa amada, que antes se reflejaba en el agua del lago, ahora desde los restos de ese espejo le pedía volviera a su lado para sentir sus caricias y darle su amor.
Volvió a escuchar al guardián del lago que le estaba formulando la pregunta que antes le hizo y a la que no había contestado.
-¿Donde estás tu ahora, soñador, en la realidad o en el mundo de los sueños?
-Estoy en la realidad, que son mis sueños -le respondió nuestro soñador-.
-¡Pobre hombre!, entonces serás siempre desgraciado. "Los sueños sólo son sueños".
-¿Y qué sería de la vida sin los sueños? -le contestó nuestro soñador-. ¿Por qué crees que vienen aquí otras personas buscando amor, salud y fortuna? ¿Acaso no buscan también sueños?
-¿Qué me dices de esos otros que han llegado a dormir para siempre? -le contestó el guardián del lago-.
-Esos han venido a quemar sus naves. A buscar su alma, para salvarla quizás del desastre de su vida, y a emprender un viaje sin retorno con ella.
-¿No quieres hacer tu lo mismo? ¿No querrías viajar con tu alma a ese lugar de donde nunca se vuelve?
-No amigo mío. No puedo hacer eso por algo muy sencillo he visto a mi amada, ahora mismo, reflejada en el lago y me ha pedido muchas cosas. Debo volver a su lado y darla la paz y el descanso que he recibido aquí, en tu lago.
-Entonces, querido soñador, no pierdas más el tiempo. Regresa a tu camino y vuelve con tus sueños. La vida es breve, el tiempo apremia. No pierdas un minuto y ve tras ella. Dila lo que sientes y todo lo que sueñas. Quizás tu poesía os lleve hacia la estrella, aquella que soñaste en una primavera y donde vuestros nombres están cosidos a la misma con ese hilo invisible de la luz y el amor.
-Adiós guardián del lago, quizás regrese un día a este lugar tan lindo, pero vendré con ella, la persona que amo y que ahora temblando espera mi presencia. Quiero calmar el latido presuroso de su pecho, besar el suave néctar de sus labios, mirar en la profundidad de sus ojos, sentir su cuerpo abrazado junto al mío y susurrar en su oído que la amo.
Y nuestro soñador volvió sobre sus pasos. Con la paz en el alma, la canción en los labios, el corazón descansado y la poesía a punto de salir de su mano. Volvía renovado por la brisa del lago que también recordaba y con aquella caricia que en sus sienes dejara. Bajaba dichoso entre una bruma de sueños y nanas no sabiendo si todo lo ocurrido en el lago había sido una realidad ó el fruto del embrujo de aquel lugar encantador que tan buen recuerdo había dejado en su alma.
Rafael Sánchez Ortega ©
Se encontraba sentado sobre unas rocas calizas a la orilla del lago. Sobre sus aguas, se reflejaban las montañas parcialmente nevadas y los bosques de pinos que tanto abundan en ese lugar. Al fondo la superficie estaba helada y cubierta por el manto blanco e inmaculado de la nieve caída en fechas recientes.
Ante ese cuadro tan maravilloso, parecía como si una música saliera de las aguas y le envolviera en un manto especial de ternura transportándole más aún, si cabe, al mundo infantil de sus sueños, mientras sentía en sus sienes la caricia de la brisa primaveral que le hacía estremecer al imaginar que era un beso escapado de las aguas que llegaba con un suspiro para dejar en sus oídos las palabras tantas veces soñadas.
Permaneció así un largo rato, con los ojos cerrados, embriagado de la belleza del lugar, escuchando la música silenciosa e invisible que fluía de las aguas y captando todas las notas que aquel rincón le transmitía haciéndole vivir unos momentos inolvidables.
Cuando abrió los ojos pudo percibir aquel cuadro maravilloso de la naturaleza que parecía recién salido de los pinceles de un pintor imaginario. Y allí estaba él, el soñador, ante ese cuadro y ante ese espejo
que le devolvía la imagen de las montañas y los bosques parcialmente nevados así como el color azul del cielo, que en lo alto, cubría con su manto aquel pequeño edén donde tenía la fortuna de encontrarse.
Miró hacia el lago percibiendo el reflejo de todo aquello, pero también vio algo más. Allí, a su lado y muy cerca en el agua, estaba el reflejo de una imagen que le miraba fijamente. Al principio creyó que la figura que el espejo de lago le transmitía era la suya hasta que oyó una voz que saliendo de sus labios le preguntaba:
-¿Qué haces aquí?
-Descansar un poquito -respondió-, y gozar de esta paz.
-¿No buscas algo más?
-No, ahora mismo no, sólo quiero descansar.
-¿Sabes? -le dijo la figura que se reflejaba en las aguas-, tu caso es algo extraño, todo el mundo que llega aquí viene buscando otras cosas.
-¿Qué cosas vienen a buscar?
-Unos buscan el amor entre las aguas, otros piden deseos de salud, algunos también fortuna y dinero y sólo uno pocos, muy pocos, han venido para quedarse a dormir aquí para siempre.
-¿Y cómo sabes tu todo esto? -le preguntó el soñador-.
-Soy el guardián del lago y tengo que preguntar a todo el que llega qué viene a buscar.
-Pero eso sólo ocurre en los sueños, no en la realidad.
-¿Y dónde estás tu ahora? -le contestó el guardián del lago-, ¿sabrías decirme si estás en la realidad ó en el mundo de los sueños?
Nuestro hombre, el soñador, levantó los ojos al cielo. Miró el azul extenso de mismo que con algunas nubes blancas, que guardaba celosamente aquel lugar, como si fuera el manto mágico que protegiera las montañas, los bosques, el lago y todo aquel cuadro maravilloso. Bajó la vista a las aguas cercanas y allí vio otra figura reflejada.
Por un instante, como si una corriente eléctrica le hubiera sacudido, percibió la figura de la persona amada, aquella con quien tanto había soñado, que le estaba hablando, le suplicaba, le rogaba, le pedía que la amara y la llevara a volar con sus sueños, y le decía estas cosas que llegaban a su corazón mientras veía sus lágrimas correr y él, en ese instante, hubiera deseado arrojarse a las aguas para sellar sus lágrimas y secar las mismas con sus besos, para acariciar su figura y saciar la sed de la pasión, tanto tiempo contenida, en su cuerpo fundiéndose en un abrazo eterno con la persona amada.
La voz del guardián del lago rompió aquel momento mágico devolviéndole a la realidad. Y sucedió como cuando se rompe un espejo al caer al suelo, que sus restos se transformaron en otros espejitos más pequeños que difundían todo aquel cuadro, manteniendo el encanto y el embrujo que le rodeaba, y donde el rostro de la princesa amada, que antes se reflejaba en el agua del lago, ahora desde los restos de ese espejo le pedía volviera a su lado para sentir sus caricias y darle su amor.
Volvió a escuchar al guardián del lago que le estaba formulando la pregunta que antes le hizo y a la que no había contestado.
-¿Donde estás tu ahora, soñador, en la realidad o en el mundo de los sueños?
-Estoy en la realidad, que son mis sueños -le respondió nuestro soñador-.
-¡Pobre hombre!, entonces serás siempre desgraciado. "Los sueños sólo son sueños".
-¿Y qué sería de la vida sin los sueños? -le contestó nuestro soñador-. ¿Por qué crees que vienen aquí otras personas buscando amor, salud y fortuna? ¿Acaso no buscan también sueños?
-¿Qué me dices de esos otros que han llegado a dormir para siempre? -le contestó el guardián del lago-.
-Esos han venido a quemar sus naves. A buscar su alma, para salvarla quizás del desastre de su vida, y a emprender un viaje sin retorno con ella.
-¿No quieres hacer tu lo mismo? ¿No querrías viajar con tu alma a ese lugar de donde nunca se vuelve?
-No amigo mío. No puedo hacer eso por algo muy sencillo he visto a mi amada, ahora mismo, reflejada en el lago y me ha pedido muchas cosas. Debo volver a su lado y darla la paz y el descanso que he recibido aquí, en tu lago.
-Entonces, querido soñador, no pierdas más el tiempo. Regresa a tu camino y vuelve con tus sueños. La vida es breve, el tiempo apremia. No pierdas un minuto y ve tras ella. Dila lo que sientes y todo lo que sueñas. Quizás tu poesía os lleve hacia la estrella, aquella que soñaste en una primavera y donde vuestros nombres están cosidos a la misma con ese hilo invisible de la luz y el amor.
-Adiós guardián del lago, quizás regrese un día a este lugar tan lindo, pero vendré con ella, la persona que amo y que ahora temblando espera mi presencia. Quiero calmar el latido presuroso de su pecho, besar el suave néctar de sus labios, mirar en la profundidad de sus ojos, sentir su cuerpo abrazado junto al mío y susurrar en su oído que la amo.
Y nuestro soñador volvió sobre sus pasos. Con la paz en el alma, la canción en los labios, el corazón descansado y la poesía a punto de salir de su mano. Volvía renovado por la brisa del lago que también recordaba y con aquella caricia que en sus sienes dejara. Bajaba dichoso entre una bruma de sueños y nanas no sabiendo si todo lo ocurrido en el lago había sido una realidad ó el fruto del embrujo de aquel lugar encantador que tan buen recuerdo había dejado en su alma.
Rafael Sánchez Ortega ©
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