No había anochecido aún y sin embargo las sombras de la noche dejaban sus rasgos en la tarde que lentamente moría en el horizonte. El mar, tranquilo, rompía primero en la escollera y luego las olas se estiraban perezosas a lo largo de la playa.
Había acudido a ver el atardecer y también había acudido a verla a ella, a través de esa gasa de los sueños.
Y de pronto la vio llegar a su lado, con su sonrisa fresca y la alegría en su cara de ángel. Sus ojos brillaban con esa luz inconfundible de guardar en el fondo de la pupila un sentimiento diferente y nuevo, producido por algo llamado amor.
Miró los ojos que buscaban los suyos, tomó su mano y envueltos en la música que dejaban las olas en la resaca, empezaron a caminar a lo largo de la playa.
El manto de la noche iba envolviendo a los últimos rayos del sol que hacía un rato había desaparecido en la lejanía, absorbidos por el beso profundo del mar.
En lo alto, y entre las nubes, había aparecido la luna. Parecía como si ella quisiera ser testigo de ese momento y su guardiana, escolta ó simplemente la luz que iluminara su camino por la arena.
Ellos se miraron un momento mientras sentían el estremecimiento mútuo recorrer el cuerpo amado y venir al suyo propio en esa cadencia sin sonidos que solamente son capaces de transmitir con los sentimientos las personas que se aman.
Era el final de una tarde preciosa y el comienzo de una noche hermosa que ambos pensaban disfrutar y llevar hasta su final, sin preguntas, sin promesas, sin palabras, porque todas las preguntas quedaron olvidadas desde el momento en que sus miradas se cruzaron, las promesas eran ya una realidad desde el momento en que sus manos se unieron y las palabras... ¡Sí, las palabras sobraban en ese momento único e irrepetible!
¿Qué decir si ambos se estaban diciendo con sus miradas y con sus manos todo aquello que tanto tiempo habían deseado decirse mutuamente?
Sin cruzar una palabra se descalzaron y siguieron paseando dejando que los pies sintieran la llegada rítmica de las olas.
Era un momento especial y maravilloso. Un tiempo que ambos recordarían siempre como algo vivido y compartido entre ellos.
Es cierto que la vida puede dar muchas vueltas, que el éxtasis del hoy y del momento que estaban viviendo podía pasar y ellos tomar, cada uno, un rumbo diferente. Pero ahora estaban allí, en la playa, caminando juntos, bebiendo toda aquella belleza que la naturaleza ponía a su alcance, sintiendo el rumor cantarino de las olas y percibiendo el latido apresurado del corazón amado caminando a su lado.
¡Sí, la vida podía dar muchas vueltas!, pero este momento sería único e irrepetible porque era su momento, su hora, y harían con ella todo aquello que la naturaleza y la vida les ofrecía y en especial amarse tan intensamente como lo estaban haciendo.
Quizás más adelante, con el paso del tiempo y de los años, recordaran el pasado con una sonrisa en los labios al evocar ese momento y esa tarde. Pero ahora estaban allí, en el presente.
La noche ya se había cerrado totalmente y no quedaban restos de la tarde. Envueltos en las sombras y con la única luz de la luna que brillaba en lo alto, y daba un toque especial a las olas, ambos se pararon, buscaron el brillo de sus ojos para ver el reflejo de esa luna en el fondo de sus pupilas y se fundieron en un beso eterno mientras sus cuerpos participaban con la noche y con el mar de esa sinfonía inacabada del amor.
Sin darse cuenta habían parado el reloj del tiempo y ellos se habían convertido, también, en actores principales del sueño y de la realidad más hermosa que habían vivido hasta entonces en sus vidas.
Rafael Sánchez Ortega ©
20.08.06
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