Estaba allí, como un tonto, esperando la palabra que saliera de sus labios y trajera a sus oídos el sonido dulce y melodioso de aquella voz juvenil. Sin embargo sabía que su boca no emitiría nunca esas palabra, ni que el timbre de su voz, tampoco llegaría, a sus oídos pues ella estaba en otra parte, en otro mundo y él no era más que una partícula insignificante en ese mundo de sus sentimientos.
También tenía a su alcance la foto que ella le había pasado unos días antes. Una foto donde podía ver su cara y su cuerpo juvenil con aquella sonrisa juguetona que le rondaba los labios. Pero era solo una foto sin vida, un papel plastificado y muerto. El no podría tener nunca a esa figura que mostraba el retrato entre sus brazos, ni podría besar los ojos que fijos le miraban y parecían seguirle a todas partes.
No, no podría besar tampoco sus labios ni estrechar entre sus brazos ese cuerpo que la imagen le ofrecía, ya que era solo un sueño y los sueños ocupan un lugar en lo produndo del corazón que no deben ver la luz, porque si lo hacen, si salen a la realidad, entonces los sueños corren el peligro de desvanecerse y carecer de sentido.
Estaba allí con un cúmulo de sentimientos encontrados. El sabía que amaba a esta persona, que la quería tiernamente, que estaba dispuesto a dar por ella lo que quisiera pedirle. Pero ella no le decía nada y solo el silencio era la respuesta a unos sentimientos que desbordaban la copa de su alma y hacían que el líquido del amor cayera lentamente por los pliegues cristalinos de sus pupilas.
Reprimió un suspiro que pugnaba por salir de su pecho mientras secaba esas lágrimas rebeldes que le estaban traicionando. ¿Hasta qué punto merecía la pena luchar por unos sentimientos que no eran orrespondidos?
Sí, esa era la pregunta que se hacía una y mil veces, y sin embargo su corazón le decía que la amaba. Era algo superior, algo que no dependía de su voluntad, algo que escapaba a todas sus fuerzas y hacía imposible que cuando la veía, cuando sentía su risa en la distancia, cuando percibía su figura, temblase de nuevo y su corazón se acelerase como el de un joven primerizo, que da los primeros pasos en la vida de los sentimientos, cuando percibe la presencia de su amada.
Ser o no ser, había leído una vez en una obra de teatro, donde el protagonista, Hamlet, exclamaba esta frase ante una duda de su alma. Sin embargo él no dudaba, estaba seguro de sus sentimientos. Algo le decía en lo mas profundo de su corazón que amaba a esta persona y de que desearía intensamente que ella le correspondiera, o que al menos le mirara y si acaso le dirigiera unas palabras.
¿En eso consistían sus sentimientos por ella?, ¿tan poco la pedía?... Y sin embargo ella contestaba con el silencio, aunque podía ser que todo fuera fruto de su imaginación, que ni siquiera ella se hubiera fijado en su persona y que el sentimiento que creía correspondido fuera solamente fruto de un espejismo, de un guiño provocado por una confusión de su alma y de que nunca ella le hubiera querido ni tampoco hubiera sentido nada hacia su persona.
¿Estaría confundido?, ¿cómo saberlo?... Quizás todo era un sueño, una utopía creada por su mente sin ninguna consistencia reflejada en el corazón. Podía ser una necesidad llevada al mundo de los sueños. Lo malo es que cuando los sueños se almacenan en el alma y no se sacan al exterior, cuando duermen mucho tiempo sin ser rescatados, cuando los guardamos celosamente, llega un momento en que son solo recuerdos que pesan, sueños muertos y carentes de vida.
Debía lograr que los mismos vivieran y gozaran de esos momentos maravillosos de la vida, tenía que saber darles el norte preciso y el rumbo exacto. La vida puede ser un sueño, pero los sueños, sus sueños, aquellos que ahora sentía y le atormentaban profundamente formaban también parte de la vida, de su vida.
Lo malo de todo es que él había oído sus palabras, una noche ya lejana, cuando ella en un impulso le había dicho en un susurro que le amaba, y esas palabras estaba seguro de que no las había soñado, ya que las llevaba grabadas a fuego en su recuerdo.
Rafael Sánchez Ortega ©
También tenía a su alcance la foto que ella le había pasado unos días antes. Una foto donde podía ver su cara y su cuerpo juvenil con aquella sonrisa juguetona que le rondaba los labios. Pero era solo una foto sin vida, un papel plastificado y muerto. El no podría tener nunca a esa figura que mostraba el retrato entre sus brazos, ni podría besar los ojos que fijos le miraban y parecían seguirle a todas partes.
No, no podría besar tampoco sus labios ni estrechar entre sus brazos ese cuerpo que la imagen le ofrecía, ya que era solo un sueño y los sueños ocupan un lugar en lo produndo del corazón que no deben ver la luz, porque si lo hacen, si salen a la realidad, entonces los sueños corren el peligro de desvanecerse y carecer de sentido.
Estaba allí con un cúmulo de sentimientos encontrados. El sabía que amaba a esta persona, que la quería tiernamente, que estaba dispuesto a dar por ella lo que quisiera pedirle. Pero ella no le decía nada y solo el silencio era la respuesta a unos sentimientos que desbordaban la copa de su alma y hacían que el líquido del amor cayera lentamente por los pliegues cristalinos de sus pupilas.
Reprimió un suspiro que pugnaba por salir de su pecho mientras secaba esas lágrimas rebeldes que le estaban traicionando. ¿Hasta qué punto merecía la pena luchar por unos sentimientos que no eran orrespondidos?
Sí, esa era la pregunta que se hacía una y mil veces, y sin embargo su corazón le decía que la amaba. Era algo superior, algo que no dependía de su voluntad, algo que escapaba a todas sus fuerzas y hacía imposible que cuando la veía, cuando sentía su risa en la distancia, cuando percibía su figura, temblase de nuevo y su corazón se acelerase como el de un joven primerizo, que da los primeros pasos en la vida de los sentimientos, cuando percibe la presencia de su amada.
Ser o no ser, había leído una vez en una obra de teatro, donde el protagonista, Hamlet, exclamaba esta frase ante una duda de su alma. Sin embargo él no dudaba, estaba seguro de sus sentimientos. Algo le decía en lo mas profundo de su corazón que amaba a esta persona y de que desearía intensamente que ella le correspondiera, o que al menos le mirara y si acaso le dirigiera unas palabras.
¿En eso consistían sus sentimientos por ella?, ¿tan poco la pedía?... Y sin embargo ella contestaba con el silencio, aunque podía ser que todo fuera fruto de su imaginación, que ni siquiera ella se hubiera fijado en su persona y que el sentimiento que creía correspondido fuera solamente fruto de un espejismo, de un guiño provocado por una confusión de su alma y de que nunca ella le hubiera querido ni tampoco hubiera sentido nada hacia su persona.
¿Estaría confundido?, ¿cómo saberlo?... Quizás todo era un sueño, una utopía creada por su mente sin ninguna consistencia reflejada en el corazón. Podía ser una necesidad llevada al mundo de los sueños. Lo malo es que cuando los sueños se almacenan en el alma y no se sacan al exterior, cuando duermen mucho tiempo sin ser rescatados, cuando los guardamos celosamente, llega un momento en que son solo recuerdos que pesan, sueños muertos y carentes de vida.
Debía lograr que los mismos vivieran y gozaran de esos momentos maravillosos de la vida, tenía que saber darles el norte preciso y el rumbo exacto. La vida puede ser un sueño, pero los sueños, sus sueños, aquellos que ahora sentía y le atormentaban profundamente formaban también parte de la vida, de su vida.
Lo malo de todo es que él había oído sus palabras, una noche ya lejana, cuando ella en un impulso le había dicho en un susurro que le amaba, y esas palabras estaba seguro de que no las había soñado, ya que las llevaba grabadas a fuego en su recuerdo.
Rafael Sánchez Ortega ©
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