Aquella noche salí de casa a buscar en las sombras el destino de mi vida. No tenía rumbo ni tampoco dirección a donde encaminar mis pasos. Busqué el rincón apacible del parque que está al lado del paseo marítimo.
El reflejo de la luna brillaba en el mar de la bahía salpicado por la suave brisa que rizaba levemente las aguas. Caminaba por el paseo y solo me acompañaba mi sombra que unas veces me adelantaba y otras se retrasaba en función de la luz de las farolas que alumbraban entre los árboles. También me acompañaba el sonido monótono y acorde de mis pasos que en la soledad de la noche marcaban ese sonido ajeno al de la melodía del mar que llegaba de la barra del puerto hasta mis oídos.
Caminaba absorto buscando algo. En realidad quizás buscaba a alguien ó para ser más precisos, quizás me buscaba a mí mismo, pero la respuesta a esa búsqueda era solo el silencio interrumpido por el vago y lejano rumor de las olas al romper en la costa, mezclado con el sonido pausado de mis pasos.
Me paré un momento y me apoyé en la barandilla del paseo. Busqué con la mirada penetrar en la profundidad de la noche, pero solo pude ver los pequeños destellos plateados de la luna que en el cielo se reflejaban y las luces distantes de las farolas del puente que conducía a la playa.
En ese instante me sentí muy solo; tan solo, pequeño e tan incapaz, que todo lo que me rodeaba y envolvía parecía como si quisiera engullirme en un vientre gigantesco de negrura y soledad.
De pronto algo ocurrió. Fue una estrella fugaz que rasgó brevemente el cielo dejando durante unos segundos una sensación nueva. Me incorporé y la seguí con la mirada. Sin darme cuenta extendí mi mano como queriendo alcanzarla. Fue un acto reflejo en el que ni yo mismo sabía qué estaba haciendo mientras sentía un estremecimiento recorrer mi cuerpo.
Esto hizo que me diera cuenta de dónde estaba. De la soledad que me rodeaba en la noche y de esa otra soledad que me acompañaba.
Sin embargo hacía un momento había pasado algo y ese algo había alterado mi estado de ánimo, a la vez que había llamado poderosamente mi atención hasta el punto de que instintivamente alzara la mano para tratar de tomar esa estrella fugaz que pasó en el cielo oscuro de la noche.
Busqué una respuesta coherente a este acto y no la obtuve. Solo el recuerdo de aquel estremecimiento que recorrió mi cuerpo y que parecía decirme que estaba vivo, que la vida, mi propia vida, no se reducía a ser un simple espectador pasivo en la noche, ya que si quería, podía tomar la vida o por lo menos intentar ir a su encuentro y alzar la mano para poder tocar y acariciar todo lo que la misma contenía.
Parpadeé unos segundos como tratando de retener en mis pupilas el embrujo de aquel momento. Luego volví a sumergirme entre las sombras de la noche, pero esta vez las sombras parecían pequeñas cómplices de mi aventura. Jugaban con mi figura y daban una y mil vueltas a su alrededor. Los pasos antes cadenciosos y pesados parecían ahora más alegres, más llenos de vida.
Marché con rumbo definido, sin detenerme. Tenía un destino y sabía dónde estaba.Llegué hasta la ermita a la que hacía tiempo no acudía, abrí la puerta y allí, al fondo, tras las rejas de la misma y alumbrada por unas velas estaba su imagen. Una oración acudió a mis labios y unas lágrimas manaron de mis ojos sin poder evitarlas.
Alcé la mano como buscando el recuerdo de aquella estrella fugaz que hacía un momento había pasado en la noche. Para mi sorpresa, mi mano fue tomada suavemente, acariciada y llevada hasta el centro del amor eterno.
Allí estaba ella, la persona que un día ocupara el centro de mi alma. La persona a quien un día miré a los ojos y con el reflejo de las velas en sus pupilas besé sus labios. La persona que estreché entre mis brazos y a quien dejé en su oído las palabras mágicas, "te amo". La persona que ocupó el centro de mi vida y de mis sueños.
Sí, allí estaba ella, tomando mi mano de nuevo y con sus labios de nieve invitándome para que me uniera a su lado en ese viaje, por el cielo, subidos en su nube de cristal.
Cerré los ojos mientras una dulce sensación me embriagaba y un sopor se apoderaba de mi alma. Ignoro si todo fue solamente un sueño como fruto de una noche nostálgica o si en verdad pasó todo aquello. Aún ahora, cuando lo pienso y escribo, no puedo evitar un estremecimiento, ya que ni siquiera sé si en verdad sucedió todo aquello ó fue sólo el producto de mi fantasía.
Rafael Sánchez Ortega ©
El reflejo de la luna brillaba en el mar de la bahía salpicado por la suave brisa que rizaba levemente las aguas. Caminaba por el paseo y solo me acompañaba mi sombra que unas veces me adelantaba y otras se retrasaba en función de la luz de las farolas que alumbraban entre los árboles. También me acompañaba el sonido monótono y acorde de mis pasos que en la soledad de la noche marcaban ese sonido ajeno al de la melodía del mar que llegaba de la barra del puerto hasta mis oídos.
Caminaba absorto buscando algo. En realidad quizás buscaba a alguien ó para ser más precisos, quizás me buscaba a mí mismo, pero la respuesta a esa búsqueda era solo el silencio interrumpido por el vago y lejano rumor de las olas al romper en la costa, mezclado con el sonido pausado de mis pasos.
Me paré un momento y me apoyé en la barandilla del paseo. Busqué con la mirada penetrar en la profundidad de la noche, pero solo pude ver los pequeños destellos plateados de la luna que en el cielo se reflejaban y las luces distantes de las farolas del puente que conducía a la playa.
En ese instante me sentí muy solo; tan solo, pequeño e tan incapaz, que todo lo que me rodeaba y envolvía parecía como si quisiera engullirme en un vientre gigantesco de negrura y soledad.
De pronto algo ocurrió. Fue una estrella fugaz que rasgó brevemente el cielo dejando durante unos segundos una sensación nueva. Me incorporé y la seguí con la mirada. Sin darme cuenta extendí mi mano como queriendo alcanzarla. Fue un acto reflejo en el que ni yo mismo sabía qué estaba haciendo mientras sentía un estremecimiento recorrer mi cuerpo.
Esto hizo que me diera cuenta de dónde estaba. De la soledad que me rodeaba en la noche y de esa otra soledad que me acompañaba.
Sin embargo hacía un momento había pasado algo y ese algo había alterado mi estado de ánimo, a la vez que había llamado poderosamente mi atención hasta el punto de que instintivamente alzara la mano para tratar de tomar esa estrella fugaz que pasó en el cielo oscuro de la noche.
Busqué una respuesta coherente a este acto y no la obtuve. Solo el recuerdo de aquel estremecimiento que recorrió mi cuerpo y que parecía decirme que estaba vivo, que la vida, mi propia vida, no se reducía a ser un simple espectador pasivo en la noche, ya que si quería, podía tomar la vida o por lo menos intentar ir a su encuentro y alzar la mano para poder tocar y acariciar todo lo que la misma contenía.
Parpadeé unos segundos como tratando de retener en mis pupilas el embrujo de aquel momento. Luego volví a sumergirme entre las sombras de la noche, pero esta vez las sombras parecían pequeñas cómplices de mi aventura. Jugaban con mi figura y daban una y mil vueltas a su alrededor. Los pasos antes cadenciosos y pesados parecían ahora más alegres, más llenos de vida.
Marché con rumbo definido, sin detenerme. Tenía un destino y sabía dónde estaba.Llegué hasta la ermita a la que hacía tiempo no acudía, abrí la puerta y allí, al fondo, tras las rejas de la misma y alumbrada por unas velas estaba su imagen. Una oración acudió a mis labios y unas lágrimas manaron de mis ojos sin poder evitarlas.
Alcé la mano como buscando el recuerdo de aquella estrella fugaz que hacía un momento había pasado en la noche. Para mi sorpresa, mi mano fue tomada suavemente, acariciada y llevada hasta el centro del amor eterno.
Allí estaba ella, la persona que un día ocupara el centro de mi alma. La persona a quien un día miré a los ojos y con el reflejo de las velas en sus pupilas besé sus labios. La persona que estreché entre mis brazos y a quien dejé en su oído las palabras mágicas, "te amo". La persona que ocupó el centro de mi vida y de mis sueños.
Sí, allí estaba ella, tomando mi mano de nuevo y con sus labios de nieve invitándome para que me uniera a su lado en ese viaje, por el cielo, subidos en su nube de cristal.
Cerré los ojos mientras una dulce sensación me embriagaba y un sopor se apoderaba de mi alma. Ignoro si todo fue solamente un sueño como fruto de una noche nostálgica o si en verdad pasó todo aquello. Aún ahora, cuando lo pienso y escribo, no puedo evitar un estremecimiento, ya que ni siquiera sé si en verdad sucedió todo aquello ó fue sólo el producto de mi fantasía.
Rafael Sánchez Ortega ©
18.01.06
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