miércoles, septiembre 10, 2008

LA VIEJITA



Es una tarde de otoño en que el cielo azul destaca tras los cristales de la ventana. Luce el sol y con él la luz cae a raudales impulsando, a la vez, ese color divino y mágico que hace que el niño que llevas dentro vuelva sin querer la vista al pasado, y retorne de nuevo a sus sueños. Esos sueños donde la fantasía se mezcla, con la luz, la música y la risa, en confuso desorden, cabalgando juntos en su juego infantil y apartados del odio, la envidia y las pasiones de las personas mayores, carentes de sueños en su corazón.

Luces y sombras son preciosas combinaciones de formas caprichosas que unidas a ese color azul del cielo del verano y al color verde de esta tierra hacen que su belleza y el embrujo que emana de sus tonos te encoja el alma y sin querer dejes escapar un suspiro de felicidad y de aprecio por todo lo que la vista te ofrece y que quisieras poder abarcar entre los brazos de tu sueño y estrechar contra tu pecho con los ojos cerrados, como si fuera un cojín del salón ó el peluche de ese niño que todavía llevas dentro, en tu corazón.

Y te quedas absorto y mudo mientras miras cómo el mar riza sus olas verde azuladas impulsadas por el fino viento del nordeste que ahora sopla en la tarde, a la vez que el cielo azul pálido se va estirando desde la tierra por la bahía, y sube a lo alto, alcanzando ese color azul intenso, diferente al verde azul del mar, sin que una nube turbe el amplio espacio donde vuelan las gaviotas, las garzas y los cormoranes sobre las marismas, ahora cubiertas por el mar, buscando ese pequeño espacio donde poder posarse para buscar la pieza ansiada del pececito descuidado con que poder alimentarse.

***

Pero bajo el azul del cielo y el calor de la tarde de otoño que empieza, una figura inolvidable pasa ante tu vista. Una viejecita humilde camina despacio, camina sin prisa, con sonrisa alegre que en su boca escapa de labios marchitos, bajo una frente arrugada y mejillas curtidas por los años.

Su figura dulce y apuesta, todos los días baja por la acera, con paso menudo, caminando lenta, marcha hacia ese parque, el de las palmeras que en la tarde espera. Allí se detiene y busca un banco donde el sol derrame todavía su calor. Se sienta despacio, mirando a su alrededor, buscando a una persona misteriosa, a ese viejecito que días atrás ha venido al parque, con su ropa vieja, un bastón para apoyarse mientras camina lentamente. Tiene rostro severo, cubierto por una boina calada, y la viejecita no sabe de donde procede.
El viejito llega renqueante, como todas las tardes, con su andar cansino, el bastón en la mano derecha que vacila buscando el piso, mientras la otra mano guarda, en el bolsillo de su chaqueta vieja. Encuentra otro banco vacío y allí él se sienta, y como todas las tardes, desde que le conociera, la viejita mira cómo las palomas bajan y se acercan, a esa figura tan seria y severa, que la trae recuerdos y sueños de aldea. El saca la mano, del bolsillo presta, con unas miguitas de pan que allí suelta y las palomitas aún más se le acercan, y suben al banco y pican las migas, que como perlas, este viejecito en las tardes lleva.

Pero lo que más sorprende a la viejecita que así le contempla, desde la distancia de otro banco cerca, es esa canción que entona y recuerda. Recuerda los sones, recuerda la letra de un viejo poema que nació para ella. Recuerda el poema y recuerda al poeta, pues nunca ha olvidado sus palabras tiernas. Esa melodía la lleva en el alma, la siente muy cerca, desde aquella tarde, hace mucho tiempo, en que un joven triste que era un poeta, se acercó hasta ella y la dio el poema.

Y ahora en este parque, en un banco cerca, un viejito canta, el bello poema. Y su voz madura, suena en el silencio de la tarde fresca, sobre un "gorgojeo" de aves hambrientas. La viejita humilde de figura apuesta, siente que su cuerpo allí se estremece reviviendo el tiempo, el pasado ausente, en que un día amando, alguien la trajese aquellas estrofas con mirada ardiente.

La pupila parda, también se estremece, y de sus ojitos otrora marrones, el agua resbala, el lloro aparece. Sus ojos vidriosos buscan al viejito, y en él se detienen. Mira su figura sentada allí enfrente, busca en esos rasgos el amor que vuelve. Pero su memoria es flaca y la duda viene. No recuerda boina, sí unos ojos verdes, ni el bastón conoce, más su andar parece.

Igual que la voz que ahora canta y duerme, sí es la voz que un día le llevó un poema y dejó en su oído susurros y ambientes, con el canto alegre de aquel estribillo que cerró sus ojos, aplacó su mente, mientras en un sueño sintió aquel abrazo y alabó la suerte de sentirse amada y encontrarse alegre.

Pero el tiempo pasa, las migas se acaban, las palomas marchan, la canción termina y el poema muere. El viejito queda sólo en aquel banco, con sus manos grandes sobre la cachava, la boina calada, la mirada ausente. Dentro de un momento moverá sus piernas, volverá a sus pasos y poquito a poco con bastón en mano marchará a su casa, pasará a su lado. Y aquella viejita tan dulce y apuesta, que allí en otro banco, así le contempla, buscará coqueta que el viejito mire su figura austera, que sigue sus pasos esperando presta, la mirada alegre, la mirada apuesta de aquella figura que ella recuerda.

La tarde se acaba, el azul se acuesta y arriba en el cielo asoman estrellas, que sacan sus guiños sus luces de fiesta igual que diamantes en forma de perlas, y el azul del día se cambia en la tarde por otro mas fuerte, mas azul y oscuro que la noche envuelve.

Y en ese momento junto a la viejita unos pasos vienen, una tos que suena, un pañuelo sale, pero de las manos tan grandes que tiemblan se le cae al suelo el paño de seda. Su mirada vuelve en un momento, mira a la viejita, que atenta le observa. Ella se levanta, se agacha a sus piernas, recoge el moquero y busca la mano que perdió la prenda. El siente aquella mano y el calor de ella, mientras sus ojitos, en tiempo tan verdes, buscan los marrones en la cara austera. Y allí están sus ojitos, su mirada tierna, la cara temblando del dulce poeta. Sobran las palabras tras esta sorpresa, se cumplió aquel sueño que un día tuvieran, aquellos muchachos, hoy ya viejecitos, de volver a verse, un día cualquiera.

Y el viejito marcha lento para casa, mientras la viejita tan dulce y apuesta también le acompaña alegre y contenta, por haber hallado en la tarde fresca y entre los azules de su vieja tierra el amor que un día nació en aquella aldea cuando aquel poeta le entregó un poema.

Arriba en el cielo, la tarde declina, la noche ya empieza, mientras en el mundo dos seres que amaron, ahora despiertan. Volverán a verse, buscarán sus pasos, y vendrán en breve a este viejo parque en próximos días a amarse y quererse. Allí las palomas buscarán sus manos, picarán las migas y ellos sonrientes verán sus ojitos, de mirada dulce, de mirada ausente con un nuevo brillo ahora diferente.

Y así las palomas en el viejo parque serán centinelas, de un amor nacido, de un sueño que vuelve, que vive y comienza, ahora en la tarde, envuelto en poemas nacido de gentes, que escribió un poeta hace mucho tiempo, para darlo a ella, hoy la viejecita, entonces princesa.

Rafael Sánchez Ortega ©

No hay comentarios: