sábado, febrero 26, 2011

ATRÁS IBA DEJANDO...



Atrás iba dejando, tras mis pasos, caminos de inocencia, mariposas alegres, rosales que nacían de suspiros olvidados.

Y quedaban allí, entre la niebla, en oscuro desorden confundidos, tantos sueños de la infancia, tantas olas y resacas, tantas fiestas y verbenas, tantos guiños de la luna y las estrellas en aquellas largas noches del verano y de la vida.

Y quedaron con juguetes y libretas, con sedales y cometas, con rumor de caracolas y la impronta del salitre que llevaban, rescatada de la arena de la playa, de la costa siempre viva, en aquella partitura de un pasado ya lejano.

Se quedaban los caminos y aumentaba la distancia, aumentaban los recuerdos como nubes de tormenta, aumentaban los gemidos y las lágrimas del alma, aumentaban los silencios en la eterna soledad de la distancia.

Sin embargo no podía detenerme, no podía dar la vuelta y mirar aquellas huellas tan recientes de mis pasos. Una fuerza irresistible me arrastraba hacia adelante, me empujaba con el soplo de la brisa a un destino sin fronteras, a ese mundo imaginario
donde existe la utopía, donde nada es diferente, donde esperan las promesas y los sueños en desorden.

Y por eso caminaba todavía, con un soplo de ilusión en esa antorcha, una llama vacilante, palpitando entre la noche de mi alma, animándome a seguir, en ese viaje
sin retorno, a no parar y dar la vuelta y buscar entre las sombras lo que anhelo y lo que busco.

Y seguía caminando a pesar de estar sediento, a pesar de tener hambre, a pesar de tener frío y faltarme aquel abrazo que buscaba y deseaba. Caminaba paso a paso hacia
el destierro con las lágrimas resecas de mis ojos, con los labios agrietados y sin besos, con el alma traspasada por la fría indiferencia de la vida.

Caminaba paso a paso hacia la nada, caminaba simplemente tras la antorcha que alumbraba en la distancia, como un faro solitario de la costa.

...Ya quería tener cerca su figura, abrazarme a sus paredes y dormirme entre sus brazos. Ya quería que esa luz parpadeante se acercara, me envolviera y me cegara,
me llevara tras sus pasos y anulara mis sentidos.

Y por eso caminaba, con un rayo de esperanza, tras el último suspiro de una tarde que marchaba hacia el ocaso, extendiendo bien mi mano y pidiendo, simplemente como un niño, nada más que aquel abrazo, y unos labios con el beso tembloroso que anhelaba
y deseaba, sin promesas ni palabras...

Rafael Sánchez Ortega ©
21/02/11

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