sábado, febrero 26, 2011

UN SUEÑO...


Escuché tu relato y, del mismo, me ha encantado tu casita mágica. La verdad es que coincidimos muchas noches, pero... No, no me sorprende. Y lo digo de veras, "no me sorprende" ese sueño que contabas.

Al oírte me dije que podría añadir páginas y páginas y hacer de ese sueño de la casita un verdadero palacio. Te podría hablar de los sótanos inmensos que tenía, de las alcantarillas y cloacas que iban debajo de sus cimientos y que muchas veces, por no decir todas, se ignoraban ya que si se supieran, hasta los moradores de la casita habrían huído atemorizados por la cantidad de ratas y animales de todo tipo que allí habitaban.

Te podría hablar de las azoteas, donde se paseaban de noche los fantasmas, esos que nunca se ven, pero que siempre están ahí, en la mente de los niños y los ancianos, esperando su momento, su minuto de gloria y eternidad y ¡cómo no!, esperando la fecha puntual y siempre exacta en que hay que tenían que llegar para engrasar las cadenas y luego caminar sobre esas nubes de algodón, donde les gusta estar, como si fuera un Olimpo soñado.

Te seguiría contando sobre los cuartos estancos, las habitaciones cerradas a cal y canto para la mayor parte de los que vivíamos en la casita, y donde se cocinaban todo tipo de comidas en un profundo crucigrama sin mirar si el estómago de los que allí esperábamos era capaz de digerir tanto potaje y tanta soberbia adquirida.

Te hablaría de los huecos en los vanos de las ventanas, allí donde se guardaban los secretos más profundos y donde los dueños avaros ocultaban sus tesoros celosamente, para que nadie llegara a ellos y para que así, las treinta monedas de plata, pudieran ser rescatadas en cualquier momento para vender al pobre inquilino de ojos azules, que simplemente tenía como pecado, vivir cerca y que tan solo pedía unas migajas de paz para llevarse a la boca.

Te hablaría de tantas cosas... Pero aquella Casona y no casita, ya estaba desbordada, y estaba llena de injusticia y de farsantes. Quizás en ella sobrábamos todos y hubiera que tirarla, socavar sus cimientos, remover sus tejas y clarear su azotea para que el aire fresco entrara y renovara todo el solar, mientras los niños buscaban entre los escombros, las monedas que dice la leyenda y, que los antiguos escondieron entre sus paredes.

A lo mejor la casita era solamente un sueño, como este que escuché de tus labios. Es posible que todo se quedara en ese largo y centenario subterráneo que llevaba del castillo a la iglesia del pueblo y que tantas veces nos contaron en casa, mientras nosotros, en nuestra infancia y en nuestros sueños, jugábamos con esas imágenes y creíamos, como Robinson Crusoe, que podíamos encontrar aquel pasadizo, y tras él ese tesoro inmenso que cubriría todas nuestras ambiciones para el resto de la vida.

En definitiva, me gustaría hablarte de mi casita ó de esa casita encantada del pueblo en la que un día viví, pero creo que prefiero quedarme con tu relato, con la sonrisa enigmática de tus labios y con ese sueño que anoche me contaste mientras dormía.

Rafael Sánchez Ortega ©
18/02/11

No hay comentarios: