jueves, octubre 20, 2011

BAJAMAR HACIA LAS OLAS.


Amanece y sopla una ligera brisa que da forma a la vida y a las aguas. Unos ojos soñolientos se abren surgiendo de la inmensidad de una noche gestada hacia un día que ahora comienza. Las olas rizadas, temblorosas, apenas palpitan, aunque poco a poco van latiendo con más pulso y estirando sus cabellos plateados. La sangre caliente palpita alterada y grita pidiendo ese trozo de vida que comienza, esos minutos incipientes en que la marea sube hacia los acantilados en ese camino invisible de un tiempo que comienza.

Es preciso esperar y sentir intensamente esos latidos de la mar que llega hasta nosotros, ayudada por el viento de los mares, que la empuja a la ribera y a la playa. Es un lento recorrido sin descanso con los cuerpos que se estiran y que crecen, en un lento amanecer irreversible que comienza.

Poco a poco la marea va subiendo y hasta cubre con sus aguas el desnudo de la playa. Son minutos que se pasan mientras vemos la corriente cómo empuja, como sube por la ría, como avanza sin descanso mientras cambia el panorama y los colores, que se vuelven ahora azules, como el cielo. A su vez otra marea se desliza y cobra vida, va pulsando y penetrando los rincones de las almas. Una rosa se despierta temblorosa y suplicante y una mano la recoge y la lleva hacia unos labios con un beso.

Es curioso, que en apenas unas horas, nuestras aguas han llenado la bahía y una dulce melodía ya se extienda por el aire. Unas barcas están quietas y se duermen con el suave bamboleo de la brisa y el nordeste. Otra dulce pleamar también se extiende por los cuerpos, mientras sudan y trabajan, mientras lloran y sonríen, mientras aman y suspiran esperando la palabra y la respuesta que no llega.

Y de pronto aquella magia se evapora en un instante, pues comienza ya el reflujo de las aguas en su vuelta hacia los mares. Ahora cobra más sentido la salida impetuosa, el descenso hacia la barra, el vagar por los andenes de autobuses y de trenes intentando asir su estribo. Pasa el tiempo y se vacía el estuario y de nuevo las arenas de la playa se despiertan desnudadas y mojadas. Yo percibo el bajamar que se avecina y que me arrolla, que me abraza impetuoso y deshoja esas ramas tan doradas que cubrían a mi pecho.

Cuando miro a la bahía ya es muy tarde. Han pasado muchas horas, casi doce, con el flujo y el reflujo, con subidas, pleamares y bajadas de marea. Cuando miro a mi pasado veo huellas muy cercanas que se pierden en el tiempo, que se mezclan con recuerdos y con sueños. Es la corta bajamar de los otoños con sus días que decrecen y que llegan con la sombra de la nube y de la noche que se acerca.

Es entonces cuando veo y cuando siento la figura que se marcha por los mares, la que lleva en sus oídos mis palabras, la que vino hasta mi lado a leer en mi mirada, la que dijo en un susurro que me amaba, la que hizo que sintiera ese latido y ese amor que me desborda y que marcha en bajamar hacia las olas sin retorno.

Rafael Sánchez Ortega ©
17/10/11

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